Capítulo 9*

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Controlé mi respiración después de terminar de tallar el piso de la cocina. Me limpié la frente con un trapo que encontré por ahí y guardé todo lo que ocupé para limpiar. Encuentro muy raro limpiar durante la noche, pero especialmente hoy tenía ganas de hacerlo para dispersar mi mente.

Me detuve a tomar un poco de agua y mi teléfono sonó alertando que está entrando una nueva llamada. Es Hassel. Contesté de inmediato.

—Hola, tú —dijo, alegre.

—¿Qué pasó? —Me temía lo peor. No puedo parar de pensar en que algo le puede suceder a partir del día en que decidí pedirle que me acompañara al club. Jamás me perdonaré por poner su vida en riesgo, y también la de mi progenitora.

—Nada, tranquila —suspiré aliviada.

—Lo siento.

—¿Estás ocupada?

—Acabo de terminar mis deberes, ¿por qué?

—¿Podrías salir diez minutos de tu casa? No sé qué preparar para cenar con Debra, la chica del club —explicó

—¿Tienes cita con ella esta noche?

—Sí, dentro de unos veinticinco minutos aproximadamente.

—¿Y apenas vas a preparar la cena? Hassel, ¿cómo puedes estar tan relajado? —rodé los ojos.

—Será algo sencillo.

—De todos modos, es muy poco tiempo.

—Y si sigues hablando por aquí sin venir al supermercado para ayudarme, será menos.

—Hubieras hablado más temprano.

—Por favor, ven —chilló—. Estoy en el pasillo de pastas.

—Agh, ya voy —hice una mueca de disgusto.

Colgué.

Me quité la banda que traía puesta en la frente para que el cabello no se me viniera al frente y lo até en una coleta. Me puse mi chamarra, tomé las llaves y salí de casa. Por suerte, mamá no está aquí y llega hasta mañana por la tarde. Quería llevarme con ella, pero no acepté.

La noche cayó rápido, lo único que me acompaña ahora es la luna y unas cuantas personas que caminan en direcciones diferentes. No sé cómo me dejé convencer de salir a esta ahora, es muy peligroso. "Muy" le queda corto. Llegué al mercado y fui directo al pasillo de pastas. Ahí estaba Hassel, checando unas sopas.

—Ya lo tengo, haré un espagueti rojo —Sacó unas bolsas del producto y me dedicó una sonrisa. Yo rodé los ojos.

—Si ya tenías todo arreglado, ¿por qué me hiciste venir?

—Lo supe hace un minuto —sonrió como el gato de Cheshire—. ¿Debería comprar fresas?

—¿Para qué? —Comenzó a caminar y yo a seguirlo.

—No sé, el postre.

—Fresas con crema, quizá.

—Exacto, ¿aquí venden fresas?

—En un supermercado, obvio que sí.

Revisó la hora en su teléfono y corrió hacia las frutas. Tomó una pequeña caja de fresas, luego se dirigió por una crema y al último a la caja. Comenzó a mover su pierna insistentemente al ver que adelante de él todavía había tres personas.

—Debiste hacerlo más temprano —murmuré.

Esperamos al rededor de unos cinco minutos hasta que nos atendieron. Él pagó y salimos del lugar. Afuera hacía un poco más de frío, supongo que es porque es un poco más tarde.

PELIGROSA  ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora