Capítulo 1 | La sangre que tiñe la nieve.

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La oscuridad que reinaba la noche empezaba a disiparse lentamente. En su lugar, tímidos rayos dorados de sol se colaban por la ventana, ofreciendo un nuevo amanecer y mostrando la variación de los colores al cielo, como si se tratara de oleadas de mar.

Eve, todavía tomada por el sueño y somnolienta, continuó dando vueltas sobre su cama, rodeada entre las sábanas y el edredón. Al entrar los primeros rayos de luz, finalmente acabó despertándose, liberándose de su cansancio para afrontar un nuevo día.

Con delicadeza, cogió un pequeño cuaderno que siempre llevaba encima junto con un lápiz bastante desgastado por su uso. Como era de costumbre para ella, empezó a escribir todas sus preocupaciones, sueños y pesadillas que sentía. Le gustaba plasmarlos para recordarse de ellos, y desahogarse de sus sentimientos y miedos.

Después de ayudar a llevar a cabo algunas tareas de la casa, y cuando el sol estaba en su punto más álgido a mediodía, salió al bosque en busca de frutos dulces, arándanos, endrinas, cerezas y frambuesas.

La frondosidad que rodeaba el entorno era gigante, abarrotada de árboles sombríos y enormes. El dosel del bosque, regido por pinos, arces y altos arbustos, proporcionaban las aperturas suficientes para que la tenue luz de sol pasara, a pesar de que el lugar estaba discretamente oculto por la densidad de la frondosidad.

El cielo, gris y nublado, acontecía los recuerdos de un invierno gélido, y anticipó de la nevada que estaba a punto de empezar. La niebla se extendía lentamente, y cubría la primavera que tenía que ser cálida y agradable; en las afueras del poblado que se encontraba al atravesar el gran bosque, era todavía fría y gélida. Los inviernos, extremadamente helados, duraban la mayor parte del año, y el clima, que llevaba siempre una brisa suave al tiempo de temporada, lo hacía acontecer un ambiente agradable.

Evergreen estaba situada en un pequeño valle, rodeada de varias montañas altas. Sin embargo, alejada de la ciudad y arriba del pie de la montaña, rodeada de un gran bosque frondoso y junto a un pequeño lago congelado, se encontraba una gran cabaña de madera solitaria, de estilo tradicional.

Más allá del porche situado en la entrada, había un pequeño jardín lleno de hierbas y flores sin nombre, y un huerto casi solitario, puesto que la temporada más gélida del año estaba a pocas semanas de llegar. En invierno, todo el paisaje estaba rodeado de una tranquilidad silenciosa cuando la nieve empezaba a caer, que cubría el suelo despacio, como una capa de azúcar en polvo.

De repente, y cuando el sol estaba empezando a esconderse por el horizonte, vio, de lejos, un pequeño destello que captó su atención. 

Cuando ya fue demasiado tarde, se dio cuenta que en la lejanía se estaba produciendo un incendio, que quemaba intensamente todo aquello que estaba a su alrededor. Movida por el pánico, soltó la cesta de mimbre que llevaba y corrió lo más rápido que pudo. Al llegar a su hogar, ahora prendido en llamas, no pudo evitar ser dominada por unsentimiento de coraje que recorrió todo su cuerpo.

Observó a su alrededor, buscando ayuda, aunque esta acción resultó ser insignificante, dado que era más que seguro que no encontraría nadie cerca. Entonces, reunió el valor suficiente para avanzar el más rápido que pudo por los jardines helados, tratando de llegar hasta la puerta para rescatar su familia, con la más leve esperanza que todavía siguieran con vida. Sin embargo, el fuego se extendía rápidamente, y antes de que llegara a la entrada el paso se bloqueó y quedó rodeada por las llamaradas.

Retrocedió un par de pasos, y sin encontrar otra solución posible, no pudo hacer nada más que vociferar «¡Mamá, papá!» con todas sus fuerzas. En no obtener ninguna respuesta, y viendo que las llamas empezaban a rodearla sin dejarle una salida, se vio obligada a retroceder nuevamente, todavía conmocionada.

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