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Capítulo 2 | Dos destinos entrelazados por uno mismo

5 de Abril de 1918

Durante la temporada calurosa, las flores blancas agitadas en una tormenta de pétalos eran un rasgo notable de la villa de Daegu, que solía llenarse del agradable aroma a pan acabado de hacer. Casi como los de los árboles de cerezo, los pétalos de las flores flotaban en el aire, haciendo su suave recorrido hasta llegar a tierra.

Belles flores que cubrían los prados podían apreciarse en plena primavera. La luz del sol impactaba resplandeciente en las aguas de un río que se mecían plácidamente.

Durante los días semanales, la vida del pueblo era muy agitada. En una gran plaza situada en el centro, acostumbraba a haber cada día un mercado donde se vendían frutas, verduras, carnes y peces, además de ofrecer en una sección telas, artesanías y productos horneados.

Como de costumbre, la gran mayoría de la gente que vivía cerca frecuentaba el mercado en las primeras horas del día y cuando el sol se encontraba en su punto más alto, para aprovechar la compra de los gastos necesarios.

-¡Perdón, perdón! ¡Lo siento!

Una chica de unos quince años atravesaba corriendo el tumulto de gente, apartándolos suavemente y chocándose con quienes eran a su alrededor. Apresurada y sin cesar de disculparse con aquellos que se encontraban delante para hacerse paso entre la multitud de gente, se chocó nuevamente con una joven que tenía alrededor de la misma edad que ella.

El listón rojo oscuro que adornaba su cabello resaltaba sus labios y mejillas rosadas, y combinaba con el vestido color crema que le cubría hasta algo más abajo de las rodillas, acompañado con encajes al final de su costura. Llevaba colgando de su brazo una bolsa de tela suave, llena de frutas y hortalizas recientemente compradas, junto a otra bolsa más pequeña con sus pertenencias.

Por el impacto, las dos cayeron al suelo, y la chica apresurada se levantó rápidamente, sacudiendo su ropa de manera despreocupada y disculpándose una vez más después del incidente ocurrido, para después continuar con su camino.

Sin alterarse, la más mayor se levantó también limpiando cuidadosamente el polvo de su traje. Se dio cuenta, entonces, de un cuaderno bastante sucio y desgastado que se encontraba en el suelo, junto a unos esbozos de dibujo arrancados que se habían esparcido por la tierra, y que se le había caído a su portadora. Sus cabellos rubios y levemente ondulados, brillaban a la luz del sol como reflejos al agua pura, al agacharse para recoger precipitadamente las hojas, aún así manteniendo su compostura.

-¡Espera! ¡Un momento! -se giró y exclamó, viendo a la chica en lontananza, pero cuando quiso avanzar hacia ella la joven ya se había perdido entre la multitud.

Bajó, pues, la mirada hacia el cuaderno, y ordenó las hojas arrancadas que sobresalían de la libreta, para evitar que se perdieran por el camino. Sin tener ninguna otra opción sobre que hacer con ella, decidió llevarla consigo y guardarla hasta una próxima ocasión en la cual se encontraran.

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Mientras el sol se ponía y los pájaros volaban en dirección al mar, a través de los vitrales de una pastelería se podía ver la vida del local en el interior, donde se trabajaba tranquilamente. En la repisa de la ventana, pequeños testos con tulipanes y rosas ornamentaven el espacio, junto con algunas plantas simples, y los cristales eran adornados con unas letras de decoración y cortinas blancas.

Un pequeño toldo rosa pastel cubría la zona de la terraza, donde había varias tablas de hierro dorado situadas cerca de la entrada, y un sofisticado cartel colgaba de la pared marcando el nombre del recinto: Vanilla Blossom Coffee.

Al entrar, un agradable aroma casero se mezclaba con un perfume a lavanda que aromatizaba el lugar, y desde su interior llegaba un olor de productos recientemente horneados y café acabado de hacer.