Capítulo 3.

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Capítulo 3.

Había llegado el mediodía tras varias horas de juego. Iván finalmente se había relajado y recolocado sus pensamientos en la cabeza, conclusión, Guillermo sólo era su jefe. Simplemente debía estar tranquilo, pero la cosa no eran tan fácil como parece, lo mejor sería evitar pensar en nada y dejar que la sucesión de hechos no le afectase en lo máximo posible.

-¿Te quedas a almorzar?- Preguntó entonces Guillermo a Iván.- Nunca he tenido un empleado como tú.- Dijo sonriente.- ¿Irás a la cocina o comerás conmigo?

-Con usted.- Declaró Iván con una voz un tanto débil, tras un último tiro contra los bolos, que reafirmaba anchamente el machacón que le había metido el de los ojos azules al de verdes.

Guillermo sonrió, aún más, con una simpleza y elegancia sobrecogedora en el rostro. Era un gesto, un hermoso gesto de sus labios, que transmitía como un espejo la alegría por el tiempo pasado junto a Iván, su ancha victoria en los bolos y la promesa de más tiempo, mucho más tiempo junto a él. Una sonrisa, era terriblemente poco, para un día que tardaría en olvidar.

Haciendo cuentas mentalmente, más de forma exagerada y gestual que por realmente estar pensando cuales eran los números, el mayor dijo:

-Yo creo que esto es un empate, no hay duda, bastante igualado.- Puso un tono serio, aunque sin duda alguna falso y con una sonoridad bastante extraña.

Iván rió, soltó una ligera carcajada cristalina, transparente, hermosa, cuyas ondas bailaron un instante sobre el lugar. Un instante, porque en cuanto se dio cuenta de lo que había hecho, Iván se apresuró a taparse la boca con la mano y a disculparse avergonzado.

-Lo siento, Guillermo, no sé que...

-Tranquilo.- Se apresuró a cortarle.- No te disculpes. Si no hubiese querido que te rieras, no me hubiese puesto a hacer tonterías. Además, a tu favor debo decir que tienes una risa preciosa.

Iván se quedó mudo, contemplando a aquel joven perfecto pronunciando aquel alago hacía él. Pero no era nada, se dijo, nada de nada. Simplemente debía esperar a que los sucesos marcasen el paso del tiempo y le impidiesen pensar.

Eso no se hizo realidad, las palabras de Guillermo dieron lugar a un tenso silencio.

-Gracias.- Balbuceó Iván, algo nervioso. La sonrisa de Guillermo, la que había perdido en algún instante del silencio anterior, volvió con todo su explendor. Y en Iván se arqueó una sonrisa desdibujada, nerviosa y con un cierto alo de timidez, pero una sonrisa al fin y al cabo, que sin dudas era sincera y no como tantas otras más amplias, forzada para ser educado en horario laboral. Ahora no, por un momento Iván sonrió de verdad.

-Es cierto.- Añadió el otro joven, mientras comenzaba a subir hacia el resto de habitaciones de la casa, con el moreno tras de él.

-¿Va a comer ahora?- Le preguntó.

-Bueno, eso depende, ¿tienes hambre?

-Eso debería de preguntárselo yo a usted.- Replicó el empleado, cansado de que Guillermo le hiciese dar su opinión y no simplemente cumplir órdenes.

-Es que necesito saber lo que quieres, lo que te gusta...

-Yo estoy aquí para cumplir lo que se me ordena, sólo eso.

-¿Pero tanto te cuesta contestarme?- Cuestionó el rubio con un tono que incluso pudo sonar un tanto mimoso. Se paró un instante, como esperando la llegada de la inspiración y agregó rápidamente una segunda idea, con un tono quizá un poco pícaro.- ¿Y si te ordeno que me digas si tienes o no hambre?

Cerca y lejos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora