Capítulo 5.

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Capítulo 5.

El coche del guardia civil, un todoterreno cargado de una ambigua y paupérrima combinación entre el ambientador y alguna colonia, resultaba ser mucho más estrecho de lo que habría cabido esperar y también, moverse más de lo debido y de forma brusca sobre la carretera. Quizá lo primero fuese porque estaban los tres metidos en la parte trasera del vehículo y este sólo parecía tener dos asientos y lo otro porque, por mucho tiempo que fuese pasando, Guillermo estaba tan o más mareado que antes.

-Exijo que nos suelte de inmediato.- Bravuconeó Jaime empotrado contra la ventana derecha. Había entrado en un extraño bajón en el que se quejaba de todo, ya fuese lloriqueando o gritándolo orgulloso a los cuatro vientos.

-Cállate.- Pareció pedir Verónica a su amigo, desde su puesto en el centro, y sin apenas mover los labios.

El guardia sin embargo pasó completamente de él, como había hecho en las cuatro últimas ocasiones en lo que llevaban de trayecto. En realidad no había vuelto a hablar desde que les pidió que subieran al coche, además de cuando les exigió las llaves del descapotable para dejarlo aparcado en un lateral de la vía, llevándose la única forma legal de abrirlo consigo.

A pesar de que Jaime lo hubiese catalogado como un hombre que disfrutaba con el daño causado a los demás, posiblemente tan sólo fuera un profesional que hubiese visto los indicios suficientes como para no poder tomarse el privilegio de no tomar medidas. Pero para el pelirrojo, el que no contestara sólo era otra forma de sacarlo de quicio y reírse a su costa. Quizá el estudiante no estuviese más que bastante pasado por la bebida y veía cosas que no eran. Aunque si fuese así, no le quedaba más que resignarse.

Guillermo apoyó la cabeza sobre la ventana izquierda para intentar disminuir así su incómodo dolor, pero lo único que logró fueron las detestables vibraciones del cristal por la velocidad del coche. Recordó que de pequeño su padre le había prohibido hacer eso mismo en alguno de sus más lejanos vehículos, asegurándole que si tenían un accidente podía resultar malherido. Pero ahora mismo eso no le importaba, barajó que las posibilidades de ese accidente eran casi nulas, y lo único que realmente era prioritario era todo aquello que consiguiera bajar un poco la intensidad de su dolor, que lograra que el mundo dejase de moverse a esa velocidad.

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-Bajen ahora mismo y no hagan ninguna tontería, puede ser peor.- Ordenó el agente que ya se encontraba en suelo firme en aquel extraño aparcamiento exterior.

Le hicieron caso y lo siguieron. Guillermo trató de respirar lo más calmadamente posible y mirar a un punto fijo de la fachada baja a la que se acercaban, tal vez así fuese capaz de llegar por sus propios medios.

Nunca pensó que se alegraría tanto de cruzar la puerta de una comisaría y, menos, en la condición en la que lo hacía. Pero la perspectiva de poder dejar de caminar le parecía lo mejor del mundo en ese momento.

-Quédense aquí.- Les pidió en la entrada, mientras él se iba a hablar con algunos compañeros de la comisaría.

Guillermo se apoyó en el marco de la puerta. Verónica y Jaime se volvieron hacia él preocupados.

-¿Estás bien?- Preguntó el pelirrojo en voz baja.

-No mucho.- Respondió aturdido.- Estoy muy mareado y me duele la cabeza. Encima estoy aquí, mi padre no tardará en enterarse.

En silencio comprendió lo que estaba sufriendo su compañero de vinos. Y que aquello de "mi padre no tardará en enterarse", contenía aún más dolor que el físico, un dolor difícil de ver y mucho más profundo.

Verónica, que hasta el momento solo había estado preocupándose por sí misma, por ser ella la que conducía, vio de forma renovadora más allá de su propia nariz. Guillermo temblaba un poco, tenía un tono de piel tan pálido como el papel y a penas podía mantenerse en pie. Imaginó lo que sería estar pasando un trance como este, en una situación física como aquella, la perspectiva le daba escalofríos.

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⏰ Última actualización: Sep 14, 2014 ⏰

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