El Rancho

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-Ya se durmió la niña Marcela mijito- dijo Emilia entrando como de costumbre sin tocar a su despacho- se veía bien perdida, ¿Qué le paso?-

-No se nana, solo la encontré por casualidad- y achicando los ojos lo miro con los brazos cruzados

-Chamaco mentiroso, si bien que escuche cuando te dijeron lo de la camioneta-

-Eres bien metiche Nana-

-Eso hacen las nanas- dijo ofendida- pero bueno, que bueno que la trajiste aquí, se veía estresada, si la dejabas con mi hermano, seguro que no paraban hasta que le explotara la cabeza de tantas preguntas-

-No la traje por amable, la traje porque tampoco quería que me vieran con ella, ya sabes cómo son de habladores-

-Ya se, gente sin quehacer-

Renato se quedó un rato más esperando trajeran el auto, los peones cambiaron la llanta y secaron un poco los asientos. ¿Qué le había pasado? aun recordaba su cara desencajada cuando abrió la puerta. Recordaba cómo cada prenda se le pegaba al cuerpo, se admiraba de su propia calma para poder subir con ella en brazos mientras que esas prendas mojadas no dejaban nada a la imaginación. Esa fue la razón para subirla en brazos, el zapato le importaba poco, pero por alguna razón no estaba dispuesto a que todos los presentes en la casa adoraran esa imagen que el observo de reojo durante todo el camino.

Tenía curiosidad, claro que la tenía, pero no se rebajaría a ser el caballero preocupado que salva a la princesa, así que tendría que hacer oídos en algún otro lado.

Ese día fue largo para él y mientras subía lentamente intentando no pensar en su cuerpo húmedo, un sonido al final del pasillo le llamo la atención, mientras más se acercaba más claro podía escucharlo, era una súplica mezclada con llanto y justo cuando decidió ignorarle, un desgarrador grito lo sorprendió.

-Oye- entro de golpe a la habitación directamente hacia donde Marcela-Oye-

-¡NOOOOOO, Suéltame, Guillermo, no me toques!- por un momento esa frase le dejo frio- ¡Ayúdenme!-

-¡Marcela!- dijo en un tono más calmado intentando traerla a la tierra- Marce, es un sueño- y esa voz tranquila que salía de su garganta era completamente desconocida para sí mismo- Oye, tranquila- sujeto su rostro con ambas manos sintiendo las lágrimas escurrir entre sus dedos.

Cuando abrió los ojos pudo ver su confusión, por un momento e instintivamente intento alejarlo, pero al enfocar su mirada se dio cuenta que no era quien creía.

-Todo está bien, tranquila, es una pesadilla- y como si se conocieran de toda la vida se tomó la libertad de acariciar su rostro con los nudillos en un torpe intento de calmarla-Estas a salvo...-

-Lo siento...- se le quebró la voz humillada por demostrar tanta inestabilidad a una sola persona- De verdad lo lamento-

-Todo el mundo tiene pesadillas, no veo que debas lamentar- se puso de pie lentamente- dejare la luz así de tenue, quizá la oscuridad te pudo de mas- y ella asintió deseando no haber dicho de más en sueños

-Gracias...- y asintiendo con una media sonrisa en los labios desapareció lentamente por la puerta

Su corazón estaba más calmado, de alguna manera la voz de ese hombre diciendo "Estas a salvo" la calmo más de lo que pudo hacerlo nadie nunca. Definitivamente no podría verlo a la cara al día siguiente, y apenas eran las dos de la mañana, se puso ambas manos en el rostro después de mirar el despertador de la mesita. "Eres un desastre" se recrimino apretando sus ojos deseando perder la conciencia de nuevo.

Una vez en su cuarto el nombre de "Guillermo" no paraba de aparecer en su cabeza, "y ¿si le paso algo en el camino?" "¿Qué le hizo que tuvo que pedir ayuda?" se detestaba mucho en ese momento por sentir tanta curiosidad por alguien que escasamente vio una vez y termino llevando a su casa. Aunque parecía conocerla más de lo que él pudiera esperar; después de todo el pueblo se la pasaba hablando de ella, pero claro, nadie, ni el pesado de Javier especifico que tenía ataques de pánico y terrores nocturnos.

La PiedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora