CAPITULO II Sus cálidos brazos

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El segundo día que Marion estaba resfriada; tenía que aprovechar su ausencia, esta vez no vería al señor Lobo, aquel hombre que se apoderó de mi corazón.

«¿Por qué me escondí bajo la mesa ese día?»

Las palabras se repiten en mi mente; los pensamientos me atormentan, mientras intento dar una mordida más. Aquella grasa de la carne asada al fuego recorre mi mejilla, gotas de sabor que se arremolinan entre mis labios; pero ya no puedo más.

«La próxima vez, envía a Marion»

Y ahí está una vez más, la frase con la que el señor Lobo despreciaba mi compañía. Tenía que forzarme a comer un bocado más, sus palabras me hacían saber que no le agradan la piel y huesos, como yo. Los gemidos salen de mi boca, al mismo tiempo que froto mi dolorida panza con mis manos, es obvio que yo no tengo el mismo apetito que mi hermana... Marion.

Mi madre prepara la canasta, ya es hora de llevarla a mi querida abuelita; aunque sé que ella ya no está. Mi boca intenta advertirle a mi madre, mis labios se humedecen dispuestos para confesar: Quizá, en esa casa ya no esté mi abuela... pero, algo dentro de mí me impide decirlo. Los hipnóticos ojos verdes del señor Lobo inundan mis sentidos, ya no deseo pronunciar palabra alguna, solo asiento con la cabeza y me despido agitando la mano. La monótona voz de mi madre escupe palabras incoherentes; mi mente solo le pertenece al señor Lobo.

Mis pasos se pierden en el bosque, las ramitas sobre el suelo hacen un ruido que desvía mi atención; continúo caminando, concentrada para evitar más distracciones, después de todo, hoy estaré con él nuevamente, en sus cálidos y fuertes brazos. Golpeo rítmicamente la puerta, sin recibir respuesta, mis ojos escudriñan las ventanas buscándolo, hasta que él aparece en la entrada; su anguloso y agradable rostro se enmarca con esos hipnóticos ojos verdes que me llenan de deseo.

—Marion. —Dijo con esa grave y seductora voz.

—Soy Cosette; Marion sigue enferma. —Respondí tímidamente. La decepción se refleja en su rostro, sé que no soy la persona que él esperaba.

El señor Lobo extiende su brazo para invitarme a pasar, el brillo de sus ojos se centra en mi vientre.

«Lo ha notado»

Hoy me esforcé por comer en exceso; y es cuando adopto una postura que me haga lucir más llena de lo que estoy: arqueo mi espalda para hacer más prominente mi panza, quiero que él me vea, quiero que sepa lo que me esfuerzo por alcanzar su ideal de belleza, por gustarle. Sus agiles manos no pierden tiempo; sus dedos juguetean con la canasta hasta tomar un trozo de carne, la misma destinada a mi abuela, pero no, oh no, toda irá a parar a mi estómago, un estómago ya rebosante de comida. Abro la boca sin oponer resistencia, sus hipnóticos ojos verdes se clavan en mi alma, quitándome la voluntad, pero, no sé si me arrebata la voluntad, realmente yo deseo hacerlo, deseo comer para él. Después de un par de mordidas mi estómago recrimina, su fuerte reproche en forma de retumbante gruñido. El señor Lobo abre sus ojos, arqueando su ceja, obviamente no le ha gustado mi pequeño rechazo hacia otro bocado.

—Una mordida más. —Dice al acercar el pan hasta mi boca.

Respiro profundamente y separo mis labios, pero es en vano, no importa que use toda mi fuerza de voluntad, no puedo continuar.

—Marion no se negaría a otra mordida. —Sus palabras se clavan dentro de mi ser.

«Otra vez, el nombre de mi hermana»

Le arranco el pedazo de pan de sus manos y lo como furiosamente, mordida después de mordida, y la presión dentro de mi estómago aumenta; puedo sentir la tela del vestido estirándose para contener mi abultada panza, pero nada comparado con el redondeado cuerpo de mi hermana. Tengo que comer más.

—Que buen comensal eres. —Profiere su boca—. Pero nada, comparada con Marion. —Agrega en el último segundo.

«Marion»

Su nombre en labios del señor Lobo me llena de celos, es obvio que yo no soy ella, yo soy Cosette... ¿Por qué él no dice mi nombre?, ¿Por qué solamente el nombre de mi hermana? Si no me hubiera escondido bajo la mesa ese día, yo lo habría conocido primero.

El señor Lobo acaricia mi panza, tan firme por toda la comida en su interior, mientras mis nauseas aumentan, usando toda mi fuerza de voluntad para no vomitar; sus fuertes y ágiles manos se pasean por mi redondeado vientre, y la presión me hace eructar llenando mi rostro de vergüenza. El señor lobo no se compadece de mi agonía, sus manos sujetan mi esférica panza, sacudiéndola de un lado a otro, al mismo tiempo que arcadas amenazan con hacerme vomitar.

—Tu estómago es algo delicado, según parece. —Él retira sus manos de mi vientre—. Si tan solo fueras como Marion.

«Marion»

Otra vez, su nombre. Aprieto los puños en señal de desacuerdo, empapada en una mezcla de rabia y celos hacia mi hermana. Deseaba comer más, engordar para él, pero no tengo el apetito de ella, mi hermana siempre fue la más glotona de las dos, algo que siempre atrajo mis burlas; quien diría que su glotona forma de comer le traería ventajas, que su pecaminosa y obscena forma de alimentarse atraería tan galante hombre, al señor Lobo.

Camino por el bosque, de regreso a mi casa; mi pobre estómago rebotando de un lado al otro dentro de mi cuerpo, como si fuera algo ajeno a mí; retiro la canasta vacía de mi mano, dejándola en el suelo por un minuto, necesito sujetar con ambas manos mi sufriente estómago, tan lleno que amenaza explotar; la agónica visión de mi panza reventando y salpicando los árboles me saca del sopor. Y sin darme cuenta, llego a casa; me recuesto sobre la cama, tratando de no molestar mi sufriente estómago, tengo que digerir todo esto; si a él le gustan con más carne en los huesos, engordaré todo lo que sea necesario.

Y giro mi cabeza hasta el lecho de mi hermana, su semblante ha cambiado, ya no es el mismo de esta mañana, de hecho, se ve mucho mejor.

—Ya pasó el... resfriado. —tartamudeo un poco.

Al día siguiente mi cuerpo se congela cuando ella sale por esa puerta, con la misma canasta de viandas para mi abuela; alimentos que terminaran en el interior de su estómago, contribuyendo a su floreciente figura. Mis manos tiemblan al imaginarla entre los cálidos brazos del señor Lobo; esa sensación otra vez: una mezcla de rabia y celos, mientras mi mano sujeta una jarra de cristal.

«Tengo que alcanzarla»

Corro por el bosque con aquella jarra entre mis manos, el mismo camino que infinidad de veces recorrimos para ver a mi abuela, pero ambas sabemos que ella ya no está, solo queda él, el hombre que se robó nuestros corazones.

—¡Marion, Marion... MARION! —Grito repetidamente, mientras ella se detiene y gira su cuerpo en mi dirección.

El viento sopla entre la copa de los árboles furiosamente, como aquel día, la vez que me escondí bajo la mesa. Si mis pasos hubieran pisado este camino aquel día.

—Yo lo habría conocido primero. —Mis labios susurran, casi inaudible.

Mis ojos contemplan el pequeño brillo que danza sobre la jarra de cristal. El sudor se desliza por mi frente; de mis labios no surge palabra alguna, solo el movimiento de mi brazo, y en mi mano: la jarra favorita de mi madre... El sonido del cristal al romperse.

«Seré yo quien vea al señor Lobo»

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Gracias por leer.


Engordar a Caperucita rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora