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—Gilipollas —digo, sonriéndole al teléfono—. ¿Dónde demonios estás? Crees que divertido...
— ¿Mailo? —dijo una pequeña voz, quebrándose.
— ¿Chico? —digo sorprendido.

Miré la pantalla. Un número que no reconozco. Escucho los sonidos de fondo que suenan como alguien hablando por altavoz.

Alguien tosiendo.

—Mailo —dice de nuevo, y parece desesperado.

No, pienso. No. No. No.

—Chico, ¿dónde estás?
—En el hospital.
— ¿Por qué? —grazné.
—Es...oh, Papá. Oh. Oh.

Joaquín.

—Dime, Tyson. Dime. Por favor, oh dios, dime. Por favor. Por favor.
Él empezó a llorar.
—Es... la Sra. Paquinn. Estábamos hablando, y entonces dijo que su cara se sentía divertida y entonces sus ojos comenzaron a caer laxos —un gran sollozo jadeante—. Comenzó a hablar como si estuviese borracha, ¡y entonces se cayó! Se cayó. Y su cabeza golpeó la alfombra, e hizo un sonido extraño. ¡Llamé al 911, y vino la ambulancia, pero no se despertó! ¡Le chillé y le grité, pero no se levantaba!
— ¿Cómo llegaste al hospital? —por favor, di Joaquin.

Por favor, di Joaquin.

—Me monté en la ambulancia con ellos. Emi, ellos... ellos le insertaron agujas y dijeron que parecía como si ella hubiera tenido un derrame cerebral, ¡y no podía apartar la mirada porque no estaba muerta! ¡Ella no está muerta!

Una suave voz murmuró de fondo, pero Tyson ya estaba en camino de estar más allá del consuelo. Podía escuchar la histeria en su voz, el pánico era agudo y mordaz.

— ¿En el Hospital Mercy? —dije rudamente.
—Sí, Oh, Emi. Ella no puede dejarme. Simplemente no puede. Por favor, ven a ayudarme. Te necesito. Solo soy un niño pequeño, y no puedo hacer esto solo.
Necesito que me ayudes.
—Estoy de camino, cariño.

Joaquin.

—Estoy de camino y solo aguanta. Cierra los ojos y no los abras hasta que llegue, ¿me oyes? No abras los ojos hasta que sepas que estoy ahí, hasta que te tenga. Estoy yendo por ti.
—Vale. Apura —Y entonces colgó.

Solo había dado cuatro pasos a la carrera antes de que mi teléfono sonase de nuevo. Casi lo ignoré, pero tenía el mismo prefijo que el hospital, y sé que soy el contacto de emergencia.

— ¿Hola? —encajo el teléfono mientras me detengo, Estoy mareado y pienso que no puedo correr y hablar al mismo tiempo.
—Necesito hablar con Emilio Marcos, por favor —dijo una voz femenina.
—Al habla, ¿quién es?
—Sr. Marcos, mi nombre es Dr. Elizabeth Moore. Soy uno de los médicos de urgencias del Hospital Mercy.
—Ya estoy de camino. Mi hermano pequeño me acaba de llamar y me lo dijo.
—Oh —dijo, sonando sorprendida—. No sabía que se lo habían comunicado a alguien ya.
—Mi hermano pequeño estaba con ella cuando pasó. Fue con ella en la ambulancia.
—Lo lamento... Creo que puede haber un error. Es Emilio Marcos, ¿verdad?
—me recitó mi número.
—Sí —gruñí impacientemente—. Tienen a Theresa Paquinn, acaba de llegar con un niño de nueve años llamado Tyson. Es el que me llamó. ¿Ella aparentemente sufrió un derrame cerebral o algo así?
Oh, Dios.

Escuché a la Dr. Moore pasar unos papeles, y entonces suspira.

—Temo que no sé nada de Theresa Paquinn. Sr. Marcos, eso no es por lo que llamé.

Confusión.

—Entonces, ¿por qué está llamando?
—Jaoquin Bondoni

No. No. No.

Quienes somos [Emiliaco] Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora