Min Yoongi, ha entrado en la élite de cazadores debido a su esfuerzo y dedicación, sin saber que eso desencadenará una serie de acontecimientos que le llevarán a las garras de uno de los vampiros más temidos en el lugar, Kim Taehyung.
Taehyung encue...
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Desde el día en que traje al cazador a casa, no pude dejarlo solo ni un instante. Y cada vez que lo intentaba, mi cabeza estallaba en un incesante dolor, como si mi mente se rebelara contra mi voluntad.
Min Yoongi había estado tan frágil en ese momento, una sombra de lo que un cazador de élite debía ser. La fiebre y cada palabra que balbuceó entre sueños había sido como un eco de su lucha por permanecer con vida. Pero, lo que más me perturbaba era su mirada perdida cuando había estado semiconsciente; esos ojos cargados de un peso que ni siquiera yo podía comprender me hacían perder la esperanza.
Era abrumador sentirme así. Una tortura.
Jamás había experimentado algo así, pero desde que nuestras sangres se entrelazaron hasta convertirse en una sola, no pude evitar tener ese sentimiento extraño de que mi cabeza explotaría en cientos de pedazos de un momento a otro.
Era como si cada pensamiento mío girara en torno a su existencia, y mi paz, antaño imperturbable, se desmoronara. Quería mantenerme a su lado, y al mismo tiempo, deseaba que se recuperara lo más rápido posible para desaparecer de mi vida.
Pero no podía.
No podía apartar mi mente de él: su presencia, su sangre, su esencia. Lo odiaba con cada fibra de mi ser. Y, sin embargo, esa misma confusión me arrastraba hacia un abismo. Me encontraba atrapado en una contradicción perversa. Detestaba la idea de necesitarlo, pero no podía evitar imaginar un futuro donde solo fuéramos él y yo, juntos, aislados del mundo.
Con los días, comprendí que mi estado de ánimo se deterioraba si no estaba cerca de él. Era absurdo, casi patético. Estaba a su lado, o estaba a su lado, no habían más opciones.
Su actitud desafiante, sus respuestas llenas de sarcasmo... Todo de él me mantenía al filo del asiento. Lo peor era que aquello que debía aborrecer en un cazador, en él se tornaba fascinante.
Yoongi significaba todo de lo que se suponía debía cuidarme y absolutamente todo lo que quería conmigo.
Y lo supe con certeza el día que decidí capturar la intensidad de su mirada en un lienzo. Sus ojos, cargados de rabia y desafío, eran una obra maestra por sí solos. Pero cuando ese brillo se apagaba, dejando un vacío opaco y resignado, me invadía una inexplicable desesperación.
Sin quererlo, él ya estaba pintado en un cuadro, colgado en mi biblioteca, lugar donde nadie tendría permitido verlo, solo yo.
Pero —oh, santo infierno—, cuando el color de su rostro se volvió carmín, Ah, eso me desarmó por completo. ¿Cómo era posible que, con un simple toque, lograra transformar su rostro de esa manera? Sus mejillas ardían bajo mis dedos, y aunque no me decía una palabra, su cuerpo hablaba más de lo que él mismo pretendía.
