Capítulo 47: Te amo

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—¿Qué tal España? —inquirió Edwards en un tono tierno, mirando fijamente el rostro de su prometida, mientras ella yacía tendida en un mantel que se encontraba en el césped y su cabeza reposaba en las piernas de este.

—¿España...?

Repitió con sequedad seguida de una expresión lejana y reflexiva pegada al rostro, mientras jugaba con una larga hoja de césped y Edwards le observaba como si tratara de descifrar lo que pasaba por su pequeña cabeza.

—Creo que el príncipe Guillermo­ se sentirá encantado de prestarnos por algunas semanas su residencia en Mallorca.

Ante su proposición, Lucy, pestaño varias veces y luego arrugó la frente sintiendo como los ojos negros y penetrantes del príncipe y ahora su prometido, esperaban una respueta o alguna reaccion energica de su parte.

—¿Y qué tal Hawái? —sugirió de manera abrupta, retirando la cabeza de las piernas de este y volteando hacia él.

Simplemente la chica había arrojado aquello sin pensarlo, esperando que fuera lo suficientemente creíble de que estaba interesada en hablar del tema, cuando sentía todo lo contrario.

—¿Hawái? Pues, Hawái también suena interesante, igual es un destino encantador sin dudas
—respondió con una sonrisa cautivadora— ¡Iremos a dónde tú quieras ir!

Ella apartó los ojos y se quedó mirando el estanque. Edwards, en cambio, noto como se cerraba delante de él tan abruptamente que sintió como si le cerraran una puerta en las narices.

—Yo... solía escribir sobre Hawái o sobre alguna otra isla paradisíaca. Yo... realmente, disfrutaba escribir. Mi vida se resumía en rutinas. Era una tonta y simple chica de Nueva York. No lo sé, es curioso que hasta ahora me doy cuenta de ello...
—admitió en un tono flojo— ¿Edwards, estás completamente seguro de hacer esto? —susurró ella, volviendo la vista hacia él—. Ni siquiera me conoces lo suficiente y no veo que ello te importe. ¿Qué tal si soy una casa fortuna?

Edwards la miró fijo a los ojos, por unos segundos intentando que estos hablaran por sí solos; de repente se acerco más a ella y la sujetó firme con ambas manos por la cintura. Levantado sin ningún tipo de dificultad, como si fuese una pequeña muñeca de trapo, y acomodando en sus piernas. En cuanto la tuvo allí sintió que perdía el control. Ella también debía de haber sentido lo mismo, porque su cuerpo estaba ardiendo, anticipando la sensación de sus labios en los de ella. Al menos podían estar de acuerdo, que el deseo que sentían el uno por el otro era lo bastante fuerte.

—Conocerte, más que una opción, se volvió una necesidad absoluta.

—Pero yo podría... —cuestionó ella, estaba temblando y los ojos le brillaban.

—Ser, una casa fortuna —le interrumpió con una sonrisa divertida en los labios—. Pues bien, te lo preguntare ahora mismo. Así sin más, Lucy Andrews, ¿eres una casa fortuna?

—¡Qué, no...! ¡Por supuesto que no!

—Ya ves, así de sencillo hemos resuelto nuestras diferencias, Lucy. Yo confió en ti con mi vida
—enunció, en un tono relajado, sujetando una de sus manos y apretando con fuerza.

Y por un momento este pensó que había logrado conseguir tranquilizar la colmena de ideas que zumbaba con fuerza en la cabeza de la mujer que amaba.

—No —soltó ella y se levantó de sus piernas de manera espontánea—. Hace solo algunas semanas, tú y yo jugábamos al gato y al ratón.

Lucy miró a Edwards con la mandíbula apretada, él aún permanecía sentado.

—Y así era, antes de caer rendido a tus pies y no tengo una explicación más lógica que esa.

La Cenicienta de Queens (Por Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora