Aquella mañana de otoño, en donde los tonos anaranjados pintaban el simple e inconmensurable gris de las monótonas calles londinenses, cuando la brisa helada agitaba sus rizos castaños y los hacía volar como las hojas que caían de los árboles, Harry estaba comenzando a odiar su vida.
Verán, la razón principal era la afamada excursión que su instituto realizaba todos los años a cierta galería de arte. Un lugar prestigioso cuyo propietario se desconocía por completo. Jamás se había visto su rostro o se había escuchado algo de él más allá de la exuberante cantidad de dinero que poseía. Y aquello era un asunto que tenía intrigado al pueblo, aunque ciertamente para Harry y su familia carecía de interés.
El problema no era visitar el lugar puesto que el rizado amaba el arte, en toda la extensión de la palabra, solo trataba de controlar su respiración y sus ganas de dar media vuelta y regresar a su hogar al saber que tendría que convivir con un puñado de adolescentes de su edad, que no sabían hacer otra cosa más que gritar y burlarse de él.
Había tenido suficiente de ello como para soportarlo por un par de horas más mientras estaban encerrados en un mismo lugar. Todo era simplemente agotador.
Sin embargo, desde que puso un pie en el autobús que los llevaría a su destino, notó algo que le parecía por demás, extraño; algo inusual y totalmente fuera de lo común.
En la esquina del vehículo, en donde las sombras y el silencio se hallaban como uno solo, los asientos eran más cómodos y las palabras se eran pronunciadas a susurros, había un joven ocupando el lugar de un asiento solitario. Jamás lo había visto y estaba seguro que no pertenecía a la matrícula de alumnos de su escuela, ya que, si ese fuera el caso, sería muy difícil olvidar un rostro tan apolíneo.
Tenía un libro entre sus manos y cada tanto, utilizaba sus estilizados dedos para cambiar de página. Su pecho se movía al compás de sus respiraciones y su cabello castaño no paraba de agitarse con el viento que entraba por la ventanilla abierta que tenía a su lado.
Harry quedó embelesado ante aquella imagen, quería retratarla y evidenciar cómo era que una persona podía verse tan equilibrada consigo misma al hacer una actividad que el mundo consideraba común. Se perdió tanto en la exquisita vista con tintes de cotidianidad, que no se percató del tiempo que llevaba viendo al joven frente a él, hasta que el muchacho alzó el rostro y conectó su mirada con la suya que aguardaba por atención.
Perdió el aliento ante el azul que lo observaba detenidamente, sentía el calor subiendo a sus mejillas y el color tomando posesión de la palidez de su piel, contrastando con el verde de sus ojos. Lo único que pudo hacer ante la vergüenza de ser atrapado mirándolo, fue agitar su mano en un saludo mientras le regalaba una sonrisa suave.
No esperaba que el desconocido frente a él le ofreciera una sonrisa de la misma índole para después continuar con su lectura como si Harry no hubiese estado observándolo por minutos enteros. Como si no se hubiera dado cuenta de la obvia atracción que había comenzado a desarrollar el más pequeño.
Harry apartó la vista apenado y procedió a tomar su lugar, ignorando el huequito en el estómago que aquel encuentro le había provocado. Mordió su labio inferior tratando de evitar que surgiera la sonrisa que luchaba por abrirse paso en su rostro.
Se dedicó a mirar por la ventana, suspirando, tratando de ignorar el hecho de que a pesar de que hacía años no había sentido aquel nítido deseo por una persona, de que su apariencia no había cambiado en lo absoluto y seguía pareciendo aquel chiquillo de diecinueve años que entró una mañana como aquella a una vieja librería en Salem, aun así, había vuelto a sentir y aquella sensación comenzaba a regalarle una vitalidad que no sabía perdida.
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blood, sweat and tears | l.s
FanfictionHarry era un alma desolada más de aquel pueblo que se daba a conocer, con cada día que pasaba, por la sombría fama que poseía; Salem. Creía tener una vida vacía después de que su padre y hermana fueran arrojados a la hoguera, bajo acusación de bruj...