Llevaba ya un tiempo sin pasar por aquí y no lo voy a negar, una parte de mí sigue con ese temor de volver a encontrarte.
Ha pasado bastante tiempo desde aquella última vez, pero aún en mi mente sigue pareciendo que fue ayer. Siempre había oído aquello de “el primer amor nunca se olvida”, aunque siempre pensé que era una idea más bien sacada de las típicas películas románticas de Hollywood, que nos intentan vender esa idea de un amor prácticamente perfecto. Pero supongo que no puedo continuar con ese argumento, ya que resultó que la frase tenía razón. Yo añadiría algo más y es que “el primer amor nunca funciona, tampoco se olvida, pero siempre aprendes de él”. A mí me llevó un tiempo llegar a esta conclusión; tuve que pasar por muchas fases antes de conseguirlo y aun así sigo con la duda de si realmente lo he hecho.
Recuerdo que todo empezó un verano en aquella pequeña plaza, con ambos siendo bastante jóvenes y relativamente inexpertos en estas situaciones, llenos de inseguridades e ilusiones por igual. Yo, en ese entonces, era una persona muy diferente, bastante fría y distante con la mayoría de las personas, mientras tú siempre ibas con esa sonrisa que te caracterizaba y esa actitud tan abierta y amigable. Tuvieron que pasar unos meses y varios intentos de tu parte para al fin conseguir mantener una conversación fuera del “hey, hola” conmigo, pero lo conseguiste y de alguna manera, poco a poco, se fue consolidando lo que en un principio sería una amistad. A veces no puedo evitar preguntarme cómo habrían sido los hechos si solo nos hubiéramos mantenido como amigos aunque obviamente es una realidad imposible a estas alturas.
Ya en diciembre la situación era diferente. Con el invierno habían comenzado nuestros sentimientos y, al fin, una noche decidimos ser sinceros. Todo parecía idílico, el sueño de encontrar a alguien con tanto en común y con sentimientos recíprocos se había hecho realidad para ambos; parecía que nada lo podía arruinar, salvo nosotros mismos. Un día tras salir de tu casa me acompañaste hasta el metro y durante el camino salió de ti la frase, esa tonta frase que me destrozó en un segundo: “Ya no siento lo mismo”, dijiste y no supe cómo reaccionar, me había quedado bloqueada y lo máximo que pude hacer fue decir, “vale, no pasa nada”, aunque no era lo que realmente sentía. Entré en el metro completamente confundida y así pasé las siguientes semanas. En mi cabeza todo eran dudas y de algún modo siempre acababa culpándome. Lo cual, muy a mi pesar, sigo haciendo bastante más a menudo de lo que debería. Habíamos seguido en contacto, lo cual me complicaba aún más el proceso de pasar página, aunque tú ya lo habías hecho, conociste a alguien pero fuiste incapaz de decírmelo y simplemente te alejaste mientras en mi cabeza rondaba un “qué tiene ella que no tenga yo” sin respuesta alguna. No conseguía entender cómo alguien podía quererte y de repente no sentir nada por ti, hasta que caí en la cuenta de un detalle que había obviado hasta ese momento y es que no fue de un momento a otro. Me había cegado, nunca había sido algo tan perfecto como creía, no solo había idealizado toda la relación de forma inconsciente, sino que además me había enfocado tanto en comprender mis propios errores que no me había fijado en los tuyos. La mala comunicación combinada con una falta de sinceridad de tu parte había causado una brecha imposible de resanar. Y al enterarme de tu nueva relación me sentía dolida y engañada, pero, sobre todo, decepcionada porque no habías sido capaz de mantener una conversación conmigo para aclarar todo esto. Ese fue el momento en el que decidí por fin alejarme de ti. Con el paso de los meses conseguí perdonarme poco a poco, aunque perdonarte se hizo mucho más complicado, ya que nunca llegué a conseguir aquella conversación que tanto anhelaba para, al fin, comprenderte en su totalidad y cerrar ese ciclo.
Pero aquí estás otra vez, en el mismo lugar de siempre. Han tenido que pasar siete años y muchas experiencias de por medio para volver a encontrarnos, esta vez mas maduros y siendo perfectamente conscientes de nuestros actos. Aún sigues con esa sonrisa que te caracteriza y esa actitud tan abierta y amigable. Pero esta vez no.