Vega

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La segunda vez que lo vio estaba sentado en un banco del parque, solo, abriendo un paquete de plástico cuidadosamente, como si no tuviera otra cosa más importante que hacer en el mundo. La expresión en su rostro era triste, pero a la vez contenía un elemento visible de emoción, de anticipación, como la de los niños cuando van al colegio el primer día de septiembre, que quieren pero no quieren.
Vega se sentó en el bordillo de la fuente, sacó el bocadillo que tenía en la mochila desde esa mañana y le echó pedacitos a las palomas y a los peces de manera descuidada, porque toda su atención estaba puesta en ver qué era lo que el tipo extraño del otro día estaba desenvolviendo. Pasados unos minutos por fin saca algo que, a juzgar desde la distancia, parecía una cometa.
El joven se puso de pie, desenvolvió la cuerda y se puso a volar la cometa de una manera resuelta, sin esfuerzo, como si fuera fácil, como si lo hubiera hecho muchas veces antes. Era un Fénix de color anaranjado, exactamente igual al ave de Dumbledore. La imagen era absolutamente hipnotizante: el ave flotando ágilmente y dibujando círculos irregulares contra el cielo azul en esa luminosa tarde de primavera. Trazos de tonalidades ámbar que iban y venían. Una pintura efímera.
Preciosa, sin duda, pero lo verdaderamente intrigante, e incluso adictivo para Vega, no era la cometa, sino la expresión del tipo. Su rostro irradiaba ahora una alegría, una energía poco común en una persona de su edad, sola en el parque. Había algo en su expresión vacante y a la vez obstinada que daba a entender que no estaba entreteniéndose solamente a sí mismo. Parecía un diálogo, un mensaje. El vuelo de la cometa no era solo para él, en algún lado alguien debía ser el verdadero observador para quien semejante espectáculo había sido creado.

Vega se levantó, se sacudió las migas de pan que tenía encima, le echó los últimos trozos de pan que quedaban a las palomas y siguió su paseo por el parque. En algún lado cercano tenía que haber alguien ¿un hermano, un sobrino? ¿un hijo? disfrutando del espectáculo creado para él. Sin duda se trataría de un bebé, pensó, porque si no, estaría ahí con él, jugando con las cuerdas. Había niños mirando, sí, muchos, pero no había conexión entre ellos y el chico que volaba la cometa, no había miradas cómplices ni sonrisas dirigidas a ninguno de ellos en concreto. El joven no miraba hacia abajo en ningún momento, su mirada se sostenía siempre arriba. Verdaderamente requería concentración y, aunque parecía fácil, estaba claro que no lo era, que la magia la producía la destreza del chico.
Una vez más Vega se dejó hipnotizar, se dejó llevar por los movimientos ondulares que acompasaban a su propia respiración pausada, tranquila, lenta, como el vuelo del fénix. Perdió consciencia del tiempo, incluso se tumbó en la hierba y hasta se hubiera dormido, falta le hacía después del día de ayer... pero desde esta nueva perspectiva, desde este nuevo plano contrapicado, Vega tenía una nueva visión del joven, de su rostro, que no tenía antes. Desde este nuevo punto de observación, se podía apreciar que el chico miraba hacia arriba, pero no siempre a la cometa, de vez en cuando miraba y sonreía hacia un edificio que estaba al otro lado del parque. Era evidente que desde donde estaba no podía ver a nadie, estaba demasiado lejos, pero claramente el chico sabía que alguien estaba mirando. Vega tuvo en ese momento la certeza de que el baile del fénix era un pase privado para un público muy específico y esto le hizo sentir como una intrusa que se hubiera colado en una fiesta privada sin ser invitada. Entonces se levantó del suelo, recogió su mochila y decidió que había llegado el momento de volver a casa.
No sabía muy bien cómo llegar, solo llevaba un día viviendo en esta zona y ahora se encontraba en la puerta del parque opuesta a por la que había entrado, pero le vendría bien dar un rodeo y tomar nota de dónde estaban las tiendas básicas del barrio. Fue en su camino de reconocimiento de vuelta a casa cuando Vega reparó en el nombre del edifico al que había estado mirando el chico de la cometa: Hospital de San Jorge.

La metamorfosis de Vega Lomu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora