Un día antes

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-No puede ser- dijo Tomás levantándose inmediatamente y sin pensar, para cruzar la calle.
-Perdona, ¿los vas a tirar?
-¿Qué?- Contestó Vega dando un salto y mirando hacia atrás tras oír una voz desconocida que le hablaba a sus espaldas.
- Los restos de la Tradescantia, ¿los vas a tirar? - Contestó Tomás, ensimismado y sin darse cuenta de lo absurda que resultaba la situación.
-¿La que?
-La Tradescantia. Perdona, la planta que has podado, que si vas a tirar los restos - Explica Tomás, tomando consciencia del atropello.
- ¡Ah! Pues... si... supongo que si... ¿por qué?
-¿Te importa que me los quede yo?
- Si. Quiero decir... no... ¡no me importa! - Contestó Vega a gritos mientras veía que el chico se alejaba. En menos de un minuto había cruzado la calle, entraba en una... ¿cafetería? y volvía con una caja de cartón vacía.
Sin palabras, Vega observó cómo el chico recogía meticulosamente los recortes de la planta y los metía en la caja. Cuando los recogió todos, cruzó de nuevo la calle.
- ¡Ah, gracias, casi me olvidaba! - Dijo dándose la vuelta una vez en la otra acera.
-¡De nada! - Contestó Vega. Vaya tío más raro, pensó.
El día había sido duro, intenso por decir poco. Vega entró de nuevo en su piso, se quitó los zapatos y tomó una de las sillas, aún plegadas desde la mudanza, destinadas a su nueva terraza. Una vez sentada, se dejó llevar por la misma sensación de bienestar que le hizo decidirse por alquilar este apartamento. Había algo verdaderamente pacifico y relajante en las sensaciones que se vivían en esa terraza: las jacarandas moradas de la calle al fondo, los barrotes medio oxidados de la barandilla que añadían una belleza decadente a las plantas que colgaban del balcón, y por último, el silencio. A pesar de ser una calle muy céntrica, apenas tenia tráfico.
La idílica burbuja de tranquilidad no tarda en ser explotada por la vibración del móvil en la mesa.
Mensaje entrante: Que tal? Yo todavía estoy temblando. Por cierto, ahora me duele la garganta de poner el aire a tope. No te quedes hasta las mil despierta, acuéstate pronto y descansa!
-Mensaje saliente: Hola mamá. Si, si, del aire... más bien de los gritos! 😂 No me ha dado ni tiempo a volver a pensar en lo que nos ha pasado. En cuanto volví a casa engañé a los nervios con las plantas de la terraza. Te acuerdas de que dijimos que les hacía falta una poda? Bueno, pues ya no 😂. Por cierto, he aprendido como se llama la planta, pero se me acaba de olvidar otra vez. Descansa tu también!

Aunque Vega había tratado de olvidarlo, verdaderamente el día había sido duro. Esa mañana, Carmen, su madre, le había ofrecido echarle una mano con la mudanza. Tras varias horas empaquetando, llenaron el coche con los libros y la ropa que quedaba por llevar al nuevo apartamento y se pusieron en camino. Las dos conocen bastante bien la ciudad, pero el barrio de Esperanza era nuevo para ambas. Estando de camino se pararon en un semáforo y de repente, un individuo en moto les abrió la puerta del copiloto buscando el móvil en el que Vega comprobaba la ruta mientras su madre conducía. Vega reaccionó de manera rápida,  dándole un empujón que le hizo tambalearse en la moto, mientras oía a su madre soltar una retahíla de improperios que jamás Vega hubiera imaginado su madre pudiera decir. Todo esto ocurrió en cuestión de segundos, porque en seguida se puso el semáforo en verde y el tipo de la motocicleta salió disparado y se perdió en el tráfico.
- Pero por favor, ¿que ha sido eso? Preguntó Carmen gritando de manera acelerada y poniendo las luces de emergencia  para echarse un lado y parase en doble fila: - ¿Estás bien? ¿Te ha quitado el móvil? Voy a parar un momento aquí mismo, en este estado no puedo seguir conduciendo.
- No, no me ha quitado nada, estoy bien, no se cómo pero creo que le he dado en un ojo. ¡Ojalá se quede ciego el muy cabrón! Contesta Vega mientras busca una botella de agua en su mochila, bebe y se la pasa a su madre.
- ¡Niña, así no se habla!
-¿Qué? ¿Pero tú te has oído a ti? Responde Vega sin poderse creer lo que estaba escuchando. De repente, explotan las dos a carcajada limpia hasta terminar llorando de risa de manera incontrolada. La risa era y había siempre sido para las dos, desde que Vega era pequeña, su gran válvula de escape en los momentos más tensos.

La metamorfosis de Vega Lomu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora