Todo amor tiene un comienzo

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No importa cuantas veces diga que no va a volver a ir a una fiesta que involucre a su hermano y a su mejor amigo, Jiang Cheng sabe que no va a cumplirlo. Y maldita sea, recordaría aquella noche durante mucho tiempo, como el día que debió haberse emborrachado hasta olvidarlo todo pero, para su desgracia, no lo hizo.

La noche empezó de forma bastante normal. No era la primera vez que se juntaban en casa de HuaiSang para ver una película, cenar algo y pasarse media noche de charleta mientras bebían. Tampoco era la primera vez que su hermano mayor y sus amigos se juntaban con ellos, bien por casualidad, bien porque se ponían de acuerdo en que les apetecía ver la misma película, y acababan añadiéndose. Después de todo, dos hermanos mayores y su mejor amigo, no eran tan raras incorporaciones para el grupo. Y sinceramente, la triada parecía estar más interesada en ver sus reacciones que otra cosa.

Todos, menos WuXian, sabían por qué. Hacía meses que tenían una apuesta para ver cuánto tiempo tardaban él y WangJi en salir de una maldita vez. Y no era raro que los tres se apuntasen "casualmente" a sus planes cuando sus fechas estaban cercanas, para dar un empujoncito al asunto. Nunca funcionaba, a pesar de sus buenas voluntades. A menudo, sólo servía para que todos acabasen suspirando, y de vez en cuando, para que Jiang Cheng no se contuviese más y le arrease alguna que otra colleja a su hermano, por capullo. No importa lo estirado que considerase a WangJi, ni él se merecía esa mierda.

Así qué, cuando aquel día la noche degeneró en una partida de munchkin con chupitos, nadie se extrañó. Y aunque los Lan no solían participar en aquellos juegos, no en la parte del alcohol al menos, aquel día sucedió lo inevitable. Había vodka sobre la mesa, un cubata a medio hacer mientras se buscaba el refresco para aligerarlo, y el pobre XiChen lo confundió con agua. Menos mal que tenía la buena costumbre de beber a tragos cortos. Eso no evitó que la felicidad no tardase en extenderse por sus mejillas en forma de rubor, y empezase a gritar mucho más de lo habitual. Para cuando se dieron cuenta de lo que había pasado, XiChen ya estaba descontrolado.

Así que, cuando empezó a abrazar a sus amigos para hacerles saber cuánto les quería, estos no se extrañaron demasiado. XiChen, además de ser un juerguista empedernido con alcohol en el cuerpo, se ponía excesivamente cariñoso. Su hermano tampoco se libró de sus abrazos. Hasta ahí todo normal. Los demás sabían que los blancos de su cariño eran siempre los mismos, los demás estaban completamente a salvo. Hasta ese día.

Cuando Jiang Cheng fue completamente abrazado por la espalda, mientras estaba echándole un trago a su botellín de cerveza. La sorpresa fue mayúscula para todos. Aquello era una novedad inesperada. Jiang Cheng se atragantó y a puntito estuvo de escupir la cerveza. Y no sólo por el abrazo en sí, que ya era bastante, sino porque además este vino acompañado de un beso directo a su mejilla. No, nunca había querido comprobar la cantidad de fuerza que gastaba el jade en sus abrazos. Que ya sabían que tenía que ser bastante, porque si MingJue siempre decía que nunca había que subestimar la fuerza de los brazos de los Lan, era por algo.

Jiang Cheng se encontró completamente atrapado e incapaz de liberarse. Porque, amén de la fuerza, XiChen sabía bien dónde colocaba las manitas. No importó cuanto se revolvió, chilló o amenazó. XiChen siguió mimándolo y besándolo en las mejillas y en el cuello mientras le confesaba su amor a los cuatro vientos. Siempre se había quejado de lo empalagoso que era WuXian, aun más cuando se emborrachaba y se convertía en otro monstruo de los abrazos, pero de él podía desembarazarse fácilmente. Sobre todo, porque WangJi siempre estaba dispuesto a hacerles el favor de quitárselo de encima. Sin embargo, con XiChen no resultaba tan fácil. Una vez que elegía una víctima, nada ni nadie conseguiría que la soltase.

Y después de partirse de risa durante una buena media hora, MingJue lo intentó. Se quedó en un intento, porque tan pronto como se le acercó para que lo abrazase a él, XiChen se negó. De inmediato proclamó que aunque MingJue era su mejor amigo y le quería mucho, su nuevo amor platónico era Jiang Cheng, y que ahora él era el dueño exclusivo de sus afectos. El silencio que asoló la sala fue atroz. Hasta Meng Yao dio un respingo y le miró con los ojos desorbitados. Como si Jiang Cheng no estuviese ya a puntito de desmayarse de vergüenza, porque su cara estaba ya tan roja que parecía a punto de estallar en vapor, Meng Yao se le acercó para confirmarlo. HuaiSang vió el mejor momento para sacar su móvil y empezar a grabarlo todo.

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