Doy dos pasos atrás, ya no puedo mantener el equilibrio y caigo al suelo.
Con la ropa cubierta de polvo maldigo la situación.
El me mira desde arriba impaciente, no sé que espera que haga o diga.
—¿Qué te pasa?—Le increpo
El me responde con voz fría
—Es que tú me desesperas, ya te he dicho que no busques problemas, siempre es lo mismo contigo, me haces enojar y luego te haces la víctima.
Yo aún en el suelo no puedo creer como es que esta vez también tengo la culpa, ¿será que tiene razón? comienzo a cuestionarme.
—Ya levántate, tenemos que terminar esto— me ordena
Me incorporo del suelo y comienzó a sacudir mi ropa llena de polvo. Me quedo esperando a que al menos se disculpe, pero el no lo hace, solo me ignora.
Desde hace tiempo llevo sintiendo esta contradicción. Últimamente ya no sé cuál es el límite, un empujón, un jalón, un desaire.
Cuando me doy cuenta ya han pasado dos años, tengo la caffarena manchada de sangre, camino avergonzada por la calle, intentando cubrir mis muñecas. Estoy asustada, desilusionada, harta, pero no sé que hacer. Me siento atrapada, ya no me puedo detener. Mientras camino voy pensado que historia voy a contar cuando llegue a casa si ven mis heridas.Meses después estoy en una sala blanca, también sangro pero son por otras razones. Me pregunto cómo fue que llegué tan lejos.