Son las 6 de la mañana. Lo primero que hago al levantarme, es irme a la zona del gimnasio,
que se encuentra en una habitación de tamaño normal entre el baño y el despacho.
Allí me entreno sola, hago levantamiento de pesas y corro en una de las muchas
máquinas de las que dispone el establecimiento. El único motivo por el cual lo hago, es porque hace aproximadamente 1 año me atracaron. Atracaron mi piso, sabían que me encontraba desprotegida. Se lanzó sobre mi, en un intento de escapar y me agredió. Por aquel entonces, estaba más rellenita y mi cuerpo tomaba una forma distinta, muy diferente de lo que está ahora. Digamos que no me podía defender.
Acto seguido me ducho, aún no he superado lo de estar menos de media hora bajos los
calientes chorros que desprende la gran masajeante alcachofa de la bañera. No
puedo refrescarme en agua ni por la tarde, ni de noche. Es una manía que tengo.
Me gusta ir fresca al trabajo.
Al bajar al comedor, siento un olor muy dulce. Mi chico, Bill, nos ha preparado unas
deliciosas tortitas, bañadas en sirope y acompañadas con un delicioso zumo de naranja. No puedo tomarlas, ni siquiera probar bocado. Es demasiado arriesgado, estoy a dieta y me conformo con una manzana.
Digo "nos ha preparado" porque mi pareja tiene una hija. Se llama Abie. Una niña fruto de su
anterior relación con una mujer, por la
que lo pasó realmente mal. Me conoció a mi y nos enamoramos. Ahora él no piensa en nadie que no sea yo y viceversa.
Doy un beso a ambos y salgo por la puerta.
Como cada mañana, cojo el tren porque aún no tengo el carnet de conducir. Bill no me puede llevar
a trabajar porque va con Abie al cole, cosa que entiendo, mi curro está lejos.
Me dedico a los anuncios y a la publicidad. Tengo estudios, pero creo que más bien me contrataron por mi apariencia física. En la empresa, la mayor parte de los trabajadores son hombres.
Cuando llego a la estación de tren, observo la cantidad de gente que hay. Tenía que pasar
entre la muchedumbre, sino perdería mi tren. La verdad, es que cada vez hay más
personas de diferentes razas, que ocupan las calles de Nueva York.
Me alegra que ya no haya tanta discriminación como antiguamente. Bajando las escaleras de Subway,
noto algún que otro roce con los pasajeros. Me da coraje, que aprovechen estos momentos en los que no se puede ver nada, para que aprovechen a tocar, magrear y manosear.
Lo dejo atrás, no quiero contemplar el paisaje, ahora lo que me interesa es avanzar lo más rápido posible, en dirección a mi tren. Estamos a principios de año, la
calor ya ha pasado y ahora quizás hace un poco de bochorno.
Me pregunto cuanto hace que no voy a trabajar. Volvemos otra vez a la rutina y ya estoy
cansada. ¡¡¡Quiero más sol, más vacaciones!!!
Porfin llego. No puedo sentarme en un banco a esperar, porque todos están ocupados. Si
estuviera embarazada, almenos me dejarían sentar...tengo que hablar las cosas con Bill sobre este tema...quiero tener hijos, muchos hijos. ¿Acaso no ven, que hay personas adultas? ¿Por qué hay madres tan irresponsables, que dejan sentar a sus tropecientos hijos en los asientos, ocupando así, toda la filera?
Miro los horarios y veo que el tren llega a las 8:03. Ese es el mío.
Ya lo oigo, oigo esa voz tan irritante, que esperaba no volver a oír nunca.
"S4,
St.Patrick, vía 2"
Hay muchísimos vagones, todos llenos. Veo que nadie se levanta y me extraño, en ese
instante me doy cuenta que hay una vagoneta, en la que no hay tanta multitud.
Tampoco se ve nada, pero ahí si que se podía subir, o eso creía.
En un intento de dirigirme hacia allí, todos los de la parada me miraban raro, con
cara de pocos amigos. Aún así sin haber entrado, algunos permanecían en silencio, sorprendidos, otros asustados o cuchicheando. Cogí el móvil y hice
ver que escribía, me estaban empezando a inquietar. Di 2 pasos más cuando de repente, alguien toca mi brazo por detrás.
Me sobresalto y me giro. No sabía quien era aquel hombre y porque toda la estación de Subway me observaba con aquellos ojos. No entendía nada y no sabía si había hecho algo mal, por lo que me aparté de aquel tío, y dejé que se cerraran las puertas de ese vagón. No entré dentro y le pregunté al varón:
-¿Qué pasa?