Capítulo piloto: La gota que quedó en la botella.

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La primera idea para esta historia, era una chica despistada y un chico demasiado atento, pero se me ha ocurrido algo distinto con una premisa no tan distinta.

El día parece ser perfecto, no hace demasiado calor ni se nota que vaya a llover pronto, de todos modos tengo mi paraguas en la mochila que, por cierto, lavé ayer.
Mis compañeros están demasiado ensimismados en cualquier cosa que no sea quedarse quietos, gritos, bailes ridículos, insultos de pésima categoría. El alboroto no me afecta, ya no, he aprendido a tolerarlo y entender que estos adolescentes están igual de ocupados que yo, pero que su particular manera de distraerse involucra distraer a otros sin considerar los ritmos que cada uno tiene para hacer las cosas. Sin duda es bastante egoísta de su parte pero no puedo esperar que todos sean suficientemente inteligentes como para frenarse a seguir el ritmo de los alborotadores.
Entre mis manos se encuentra un tesoro, delicado y hermoso a niveles indescriptibles, lo que yo denominaría mi propio libro sagrado: Los crímenes de la calle Morgue de el maestro de lo policiaco, el famoso, el sublime Edgar Allan Poe.
Tan sumergido me encuentro en el libro, pesé a haberlo leído más de dos veces, que me siento casi capaz de ignorar por completo el olor a atún que viene de la mochila de mi vecina a la izquierda del escritorio, lo que no puedo ignorar son sus risotadas, escandalosas como pocas. Por mera inercia desvío la mirada para cerciorarme que se ríe de algo más que no es una mala broma la cual han decidido hacerme mis amables compañeros.
Ella miraba su celular con ímpetu, seguramente estará conversando con alguien y le ha parecido lo más natural reírse como foca retrasada con bocina incluida, cielos ¿Cómo hace para que cuando lee para la clase ni siquiera yo la escuché?
Vuelvo a concentrarme en mi lectura rogando la pronta aparición del profesor de historia, no estoy seguro de cuánto seguiré aguantando para ir al baño y me rehuso a salir del salón sin que esté aquí alguien que mantenga a raya a estos animales.
El descanso está por terminar, el chico que se sienta a mi derecha vuelve a tomar su puesto y me ofrece algo de cacahuate confitado, el cual acepto con agradecimiento. Guardo mi libro y cuando el profesor entra, todos nos ponemos de pie para saludarlo, regaña a mi vecina por no imitar nuestra acción y le dice que se pare. 
Escucho un ruido alarmante a mi izquierda, se asustó y por no querer otro regaño se paró tan rápido como su aletargada mente lo permitía, sin antes hacer hacia atrás la silla, volcando su escritorio sobre el cual estaba aquel apestoso recipiente ya sin atún y una botella con un líquido rojo carmesí que más tarde reconocería como agua de jamaica.
No me sorprendió que todo se cayera, era hasta normal que la botella no estuviera bien tapada y al caer el líquido se regara, tiñendo y mojando todo a su paso, incluidas varias mochilas. Lo que me saco de mis casillas fue la inútil reacción de ella, sus ojos abiertos y solo soltó un suave "Oh mierda"

La problemática de ser tu vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora