II

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A veces entrenar a alguien no era tan sencillo.

Y tan solo a veces, sentía que su carrera como mentor se estaba yendo por la borda muy lentamente.

Suspiró, incapaz de controlar la inmensa preocupación y desolación en la que estaba sumido. Era extraño, porque nada ni nadie había podido quitarle ese sabor amargo de la garganta.

Lane le ponía ansioso. Le agobiaba pensar en qué sería de él si su fulgor continuaba expandiéndose. Si esa energía, capaz de iluminar todo, acababa por consumirlo todo… Siempre que pensaba en ello, no evitaba que sus matices se perdieran y a su frente se extendía una inmensa tristeza y culpa de que probablemente se había equivocado al conducirlo.

—Oye—escuchó que alguien murmuró a su espalda. Estaba en su habitación, en su antiguo departamento de Japón.

Mismo al que, bueno, había invitado a vivir con él a dos personas más, pero estaba casi seguro de que Lane no podía ser porque era terco como él mismo y además, ya se había adueñado del almacén a la deriva cerca de la costa.

Volteó, esperando sin muchas expectativas.

—Free…—musitó ligeramente sorprendido de verlo.

Y efectivamente, ahí estaba, con su expresión de siempre, la que no expresaba más que neutralidad a un nivel frío, casi inhumano.

De inmediato se levantó para recibirlo, limpiando su rostro como pudo y acomodando su apariencia física al sacudir levemente su ropa.

—Hola, creí que llegarías más tarde, o que te quedarías con Valt…—murmuró, cuando llegó frente a él y le sonrió como siempre.

—Ese era el plan…—suspiró—, pero resulta que decidió quedarse en una especie de pijamada con Kiyama y los Asahi…—contó.

—¿Así? ¿Y por qué no te quedaste? Pudo ser divertido—comprendió Kurenai, haciéndolo a un lado para pasar hacía la cocina.

Free lo miró, no dijo absolutamente nada a partir de ahí, y por un segundo, Shu agradeció eso.

—En fin… ¿Tienes hambre, verdad? Voy a hacerte algo de comer—señaló, cuando empezó a mover cosas en la habitación, colocándose su delantal primeramente.

No tuvo respuesta. Iba a decir algo más, sin embargo, al voltear hacia donde se supone debería estar, no lo encontró. La sorpresa rápidamente llegó a su persona, al menos hasta que sintió algo pesado recargarse contra él y unos brazos aferrándose a su cintura.

Giró su cabeza, casi de inmediato unos labios atraparon su boca con gentileza. Si iba a decir algo o no, no importaba, porque ahora se hallaba atrapado en una burbuja, de la cual reaccionar coherentemente no estaba en sus planes.

Se separó, pero no dejaron de besarse, ni sus manos dejaron de apretar su cadera o de regalarle caricias cálidas para derretirlo.

—Free—musitó por fin, colocando una de sus manos para evitar que volviera a besarlo, riéndose entre aquello—, estás más cariñoso de lo normal…

—¿Te molesta?—inquirió el rubio, Shu negó con la cabeza, y sonrió. No dijeron nada más, pero igualmente el albino se recargó más contra él, cerrando sus ojos, disfrutando abiertamente de ese encuentro. Free lo miró, y dejó otro beso cerca de su cuello, antes de imitarlo—. Shu…

—¿Mmh?

—¿Por qué estabas llorando?

Tan rápido como dijo eso, la fantasía se rompió, y el albino volvió a colocarse tenso, incluso queriendo escapar.

Obviamente que no lo dejó irse, y lo apretó un poquito más, no era un secreto que de ambos, Free tenía más fuerza.

—Free, me lastimas.

—No es cierto, ni siquiera he usado tanta fuerza—replicó.

Shu suspiró.

—¿Me vas a decir?—insistió de nuevo.

—Tengo que hacer la cena…

—Entonces hablaremos después de comer.

Y con ello, lo dejó en paz, alejándose con lentitud para ayudarle a preparar la mesa. Incluso si Shu hubiera querido decir algo, no podría hacerlo, porque cuando Free tomaba una decisión, casi que era la ley de la casa (y en cualquier lado), y nada ni nadie lo iba a hacer cambiar de opinión. Así pues, tan sólo volvió a sus deberes y mientras tanto, también a sumirse en sus pensamientos con respecto a su alumno.

Caída la tarde y a tan solo unos treinta minutos, ya se encontraban sentados uno frente al otro, en silencio, comiendo lo que habían preparado.

Y unos quince más después, estaban recogiendo los platos para lavarlos y sentarse a tener una extensa charla.

—¿Y bien? —el rubio miraba con seriedad a su pareja.

—Hoy…—comenzó después de aquello, sin demorarse más, pero queriendo explicar lo que había ocurrido para estar así—, me encontré con Lane cuando salía de la casa de los Asahi…

Free no dijo nada, pero internamente rodó los ojos con desagrado. Lane, otra vez, era él.

—¿Y qué sucedió?

—Evolucionó a Lucifer—expuso—, con el sistema de Hyuga y Hikaru. Va tras de mí—concluyó, apretando sus manos debajo de la mesa—. Como su maestro, esto me preocupa… no debería estar perdiendo la cabeza, pero lo hago. No dejó de pensar en lo peligroso que podría ser si…

—¿Si lo terminan controlando?—inquirió, y Shu asintió con la cabeza, recargando sus brazos sobre la mesa, mientras apoyaba el rostro con sus palmas.

—Todos dicen que es una estupidez…—murmuró—, ni siquiera lo conozco de tanto, es un niño pero también tiene el alma de un adulto, es altanero y desconfiado, no quiere escucharme… Pero aún así no puedo evitar pensar en lo qué puede pasarle, en el daño que se hace y me preocupa… No es mi hijo, mucho menos, pero…—se rió, y fue hasta ese momento que Free volvió a notar el reflejo de las lágrimas al deslizarse sobre sus mejillas. Se preocupó—, él dice que actuó como si fuera su padre…

No dijo nada. Extendió una de sus manos, y tomó las de Shu con suavidad, acariciando estas con sus pulgares, como varias veces el mismo Kurenai había hecho con él, cuando otro episodio de ansiedad se disparaba. Ahora le devolvía el favor.

—¿Qué demonios estoy haciendo mal…?—susurró, pero aún así lo escuchó perfectamente, quizá el silencio, quizá no fue lo suficientemente bajo—. Todos dicen que debería dejarlo solo…—continuó—, ¿Cómo puedo dejarlo solo, Free…? Está sufriendo y ni siquiera soy capaz de ayudarlo…

—Shu… —musitó a lo bajo.

Se levantó inmediatamente y se arrodilló cerca de él cuando su llanto fue en aumento.

Y lo abrazó. No era bueno con las palabras, nunca lo había sido. Pero los abrazos eran otra clase de consuelo que se aprendió con el tiempo. Había veces en las que las personas no necesitaban que les dijeran algo, sino, tan solo, una empatía y sinceridad silenciosa como una caricia o una palmada en el hombro.

—Lo has hecho bien…—habló después de un tiempo, acariciando su espalda con suavidad—. Eres el mejor.

Y ahí, entre la desesperación y la culpa, el alivio echó raíces en un corazón desmotivado.

Sin decir nada, la gratitud se fundió cuando sus brazos correspondieron suavemente.

Consuelo (Free/Shu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora