Capítulo único: LO QUE YO AMO EN ESTE MUNDO

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«¡Que se jodan todos! ¡Que se joda Westallia! ¡Que se joda Ostania! ¡Que se joda la agencia! ¡¡¡Que se joda el puto mundo!!!»

Esos eran los miserables pensamientos de un hombre que ensuciaba sus finísimos zapatos de reluciente cuero negro en la húmeda hierba de un cementerio venido a menos, ubicado en una recóndita provincia de Ostania. Se inclinó levemente y se sacó su sombrero en señal de respeto hacia las dos tumbas que tenía en frente.

Ambas estaban una al lado de la otra. Sí, juntas. Dolorosamente juntas.

Los nombres en las lápidas de yeso blanco estaban escritas a mano, con una caligrafía redondeada y fluida.

«Folger» se leía en las dos tumbas. Las letras de su falso apellido resaltaban en negro como una broma de mal gusto, como burlándose de él.

Anya Folger a la derecha, Yoru Folger a su izquierda.

La hierba alrededor estaba verde y fresca, recientemente plantada. Esto resultaba ser un indicador de que ambos funerales apenas tenían días de haberse llevado a cabo. Sus ojos se movieron un poco y se percató de que alguien había hecho un mal trabajo plantando unas gardenias amarillas en la tumba de su hija.

Ella amaba las flores. Sobre todo, las gardenias amarillas. Se volvieron sus favoritas después que el chico Desmond le regalara un gran ramo de estas cuando ingresó en los académicos imperiales, así que intuyó que quién pudo haberlas plantado haya sido él.

Pensar en su hija, en su adorada niña debajo de capas y capas de tierra le hacía doler demasiado su pecho. La sensación era semejante a miles de agujas pinchándolo sin cesar.

En realidad, hacía mucho tiempo que dejó de ser la pequeña niña que había sido salvada de ese orfanato para convertirse en una hermosa y grácil señorita.

Esa reflexión sólo acrecentó su dolor y comprendió el significado de envejecer. Él también había cambiado físicamente. Claro, seguía siendo el hombre elegante y cautivador, de impecables modales; pero ahora, en su rubia cabellera lucía un par de discretas canas que le daban un aire sofisticado y en el contorno de sus ojos, se formaron unas delgadas líneas que delataban el peso de los años.

Su condición física era envidiable y para encontrarse al final de sus cuarenta, odiaba ser el centro de comentarios lujuriosos entre mujeres de la mitad de su edad.

Pero en ese momento, a pesar de que mantuviera con un perfil neutral —cortesía de tantas décadas de práctica—, no pudo evitar que, por un segundo, la curvatura de sus labios se deformara y su ceño se frunciera en una clara mueca de dolor. Su garganta estaba seca y el sabor de la amarga bilis danzaba en su boca.

Quería hablar, articular alguna palabra, pero no podía. Su voz se negaba a salir y sus labios parecían sellados. A esas alturas no sabía si era su propia culpa lo que no le permitía expresarse correctamente o porque simplemente no tenía idea sobre qué decir.

Era raro en él ya que, por lo general, siempre tenía una frase ingeniosa preparada para cualquier ocasión. Por lo visto, esa vez fue la excepción a la regla.

— An-... Anya... –Fue lo único que pudo jadear con esfuerzo.

« Eres... Tú eres...

Eres
Lo que más quiero en este mundo, eso eres
Mi pensamiento más profundo también eres
Tan sólo dime lo que hago, aquí me tienes

Eres
Cuando despierto, lo primero, eso eres
Lo que a mi vida le hace falta si no vienes
Lo único precioso que en mi mente habita hoy

Lo que yo amo en este mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora