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Diseño de portada: https://www.artstation.com/mshiinam




Yenian Hezal era un piloto dedicado a encomiendas de carga, tenía treinta y cinco años y navegaba los mares estelares hace más de diez. Conocía unos veinte mundos, eso lo dotaba de algunas capacidades pese a pilotar una nave moderna (lo cual representaba un esfuerzo reducido comparado a las naves de la generación pasada), la diferencia principal con los prototipos previos se centraba en los comandos..., eran tantos que resultaba imposible pilotar las naves si no era con una máquina de apoyo en base a inteligencia artificial.

Yenian emitió un bufido en desaprobación, su compañero no supo decir si era por los motores o por la computadora que tenía enfrente. Estaban a punto de partir hacia Ceres, un satélite dedicado casi por completo a la agricultura donde recogerían una carga de varios cientos de toneladas de recursos alimenticios; aquel bufido representaba una demora.

Ello no gustaba a los conglomerados del imperio.

—Hay una fuga en el acceso secundario de la cámara de los combustibles —dijo Yenian percatándose de aquel detalle. Miraba la falla y tipeaba en un teclado algunos cálculos.

Evest lo confirmó al hacer dos pulsaciones en un aparato con dos manecillas a los lados de las que se agarraba, con los pulgares pulsaba opciones de reparación. Se encendió una luz, un anillo rojo que cubría la pantalla casi tocando sus extremos cuadrangulares. Se hizo más pequeño a medida que abarcaba sensores instalados en la maquinaria de la nave, cada sensor con la misión de monitorear los sistemas. El anillo, después de cinco segundos, encasilló la fuga.

—Sí, tienes razón, ¿cómo lo supiste Yenian?

—El sonido del motor hizo dos en vez de tres zumbidos al encender..., creí que habías aprendido eso en la academia. —Pese a que quiso reír al final de la frase, no lo hizo, debía prepararlo para sus viajes futuros y para eso necesitaría carácter y seguridad.

Pulsó un botón a un lado de la compuerta y esta se abrió haciendo un sonido distintivo, como si un gas se escapara de alguna tubería, para terminar con un sonido metálico y firme.

Se dispuso a cambiar la batería. En su mochila llevaba un cubo con una bola que flotaba en su interior, al moverla se meció unas pulgadas a cada lado sin salirse demasiado de sus límites, era una batería de antimateria que podía resistir impactos de láseres y compresiones de varias toneladas. Si no se tuviera plena confianza de parte del imperio hacia los pilotos, aquellas baterías serían robadas y vendidas en un mercado emergente... Pero dado que no era así, aún servían para movilizar a la humanidad hasta pasados sus límites. En efecto, no era suficiente con tener una confianza mutua, también se debía tratar bien a sus colaboradores, a todos los pilotos se les remuneraba con una copiosa cantidad que dejaba atrás toda esperanza de traicionar al imperio. El riesgo, en otras palabras, no valía la pena y, por ende, las baterías iban en su lugar. Siempre.

La instaló en unos tres minutos y la nave estuvo lista para partir otra docena de ocasiones. Los motores ya se habían puesto en marcha antes de eso, la avería no formulaba un problema mayor en el primer arranque y había una batería de respaldo que siempre estaba conectada. La cuenta regresiva se agotaría en un minuto y los motores junto con el crucero de carga llegarían en un abrir y cerrar de ojos a la débil órbita de Ceres, algunos de los planetas de ese sistema, se rumoraba, habían sido en un pasado parte de la primera rama de la humanidad, los primeros habitantes. Esperaba ver, aunque fuera de lejos, las esferas portadoras de la semilla.

Meneó la cabeza y volvió de los pensamientos que le llenaban, las fantasías que generaba con rigurosidad ante cualquier brecha de tiempo.

Yenian, por su parte, habría notado al instante que la batería había sido instalada con éxito, pero estaba ocupado..., al momento en que Evest salía por la compuerta tras él hacía diez minutos, había llegado un mensaje de vital importancia. Su sorpresa había sido tal, que la bebida energizante que llevaba en la mano se le derramó encima, la fría sustancia le hizo estremecerse, pero aun así se irguió y puso su mano en alto como hacían los soldados para recibir el mensaje desde la capital imperial.

Ykraddath, La MasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora