Me refugio en la melancolía y la nostalgia que genera el momento no compartido que recuerdo intentando escapar del estrés de la vida diaria, intentando olvidar lo que nunca sucedió y aparentemente no lo hará jamás. Recuerdo la última vez que hablamos, pero no de la última frase que nunca dije. Quizás tal frase fue un traspié del inconsciente que desesperadamente trataba de mencionar disimuladamente los sentimientos confusos que lo mantenían preso. Ya no podré saberlo.
Aún después de todas las noches de reflexión abrazando al alma, no sé qué pensar sobre lo que realmente me empujaba a buscar los rasgos faciales que llevaban a mis ojos a inquietarse y tratar de perseguirlos. Carecen de sentido las horas de introspección ahora que sigo sin entender por qué no tuve el valor de abrir la maldita boca y al menos balbucear lo que pensaba. Aquel momento hace lucir la hipocresía en la cual me encuentro sumido.