4. Villano inútil

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– Este color es narciso, está de moda y le quedará excelente.

– Busco algo diferente

– Tengo una nueva tela en rosa pálido.

Liluina desvió la vista para mirar la tela sin interrumpir la conversación.

– Púrpura.

Angela Andes frunció los labios – quiero algo más juvenil – se apartó de la modista y se paseó entre las cajas de telas.

Vestirse era un arte, por suerte para Liluina, su mamá era una experta.

En su primer sistema su madre era una reina muy ocupada y rara vez la visitaba, delegó su atuendo a la servidumbre y fue cuando se enfrentó por primera vez a esa situación, elegir el atuendo correcto era un problema que consideraba color de cabello, de ojos, tono de piel, complexión, estación del año, tipo de evento y si la persona quería resaltar, mantenerse neutral o pasar desapercibida.

Una vez que el atuendo estaba listo faltaban los arreglos, el peinado, el maquillaje, los accesorios y la joyería, los cuales podían ser suaves, elegantes, atrevidos, recatados o coquetos.

Para una chica que acostumbraba salir con un pantalón de mezclilla o con el uniforme de trabajo, aquello fue una pesadilla.

¿Cómo lo resolvió?, casándose con el blanco.

En aquel entonces su posición era muy alta y nadie podía burlarse de ella, pero en secreto muchas jóvenes comentaban que no era posible encontrar un vestido blanco porque la princesa los acaparaba todos.

Durante su segundo sistema decidió tomar su posición con mayor seriedad y no le faltaron maestros dispuestos a enseñarle todo lo que una futura reina debía saber en cuanto a modales, ropa, accesorios y colores, encontró tiempo para estudiar y por eso sabía que Angela Andes tenía un gusto impecable, y si no fuera duquesa, habría brillado como diseñadora de modas.

– Quiero esta – anunció Angela colocando una tela azul sobre los brazos de Liluina.

– Es azul aciano, un color exquisito, duquesa, tiene un gusto impecable.

Podían sonar como halagos vanos, pero Liluina estuvo de acuerdo, ese color le quedaba.

– Compraré toda la tela que tenga en su inventario.

Dios las librará de que otra mujer llegará a la fiesta con un vestido de la misma tela que el suyo.

– Será un placer duquesa, ah, tengo el accesorio que combinará perfectamente – anunció la modista y buscó entre las gavetas hasta sacar una caja mediana y ponerla sobre la mesa, usó una llave y la abrió.

El contenido de la caja era un prendedor para el cabello del tamaño de una palma abierta con la forma de rosas blancas con hojas azules, el trabajo artesanal era muy sobresaliente y los pétalos de las rosas tenían pequeñas gotas de rocío dándole un realismo que irónicamente se perdía por el color de las hojas, Angela lo colocó sobre el cabello de Liluina y al instante comprendió que era el accesorio hecho a la medida de la villana.

¡Duele!

El pesado prendedor se ajustaba enterrando sujetadores y tensionando su cabello, después de una fiesta de cuatro horas tendría un dolor de cabeza de dos días, no había duda, ese prendedor estaba hecho para ella.

– Es perfecto.

– Me gusta.

– Quiero ver al artesano, compraré la patente – anunció la duquesa.

Liluina tenía doce años y acababa de tener su primer periodo, con todo el doloroso proceso de estar recostada sobre la cama con punzadas atravesando su abdomen por los cólicos, su mamá decidió celebrar ese tormentoso evento con un nuevo estilo de ropa, peinados y accesorios.

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