Ruleta Rusa

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Ruleta Rusa
“El destino es el que baraja las cartas,
pero nosotros los que las jugamos”
Arthur Schopenhauer
Desde el día uno que me enlisté en el Departamento de Asesinatos de
la Policía Central, la suerte siempre había sido mi fiel amiga, la trato
como a mi novia, creo en ella y le confío mi vida.
Entré por pura y llana suerte, esa es la verdad. Varios de los
postulantes amanecieron enfermos o se atrasaron y no pudieron llegar a
tiempo a las pruebas, pruebas en las que siempre ocurría algo a mi favor:
al facilitador le caía en gracia, un compañero de atrás al ir a entregar su
examen regó el fresco que tomaba en el mío, creando un parche oscuro
que dificultaba leer mis respuestas y creo yo que gracias a eso en muchas
se me dieron puntos de más para pasar. No me quejo, ha estado a mi lado
siempre.
Ella también ha hecho que escalara veloz en el departamento, pronto
me asignaron a ser segundo al mando de Asesinatos Seriales. Sin embargo,
hace unos días llegó a mi escritorio un caso que me llenó de intriga. Una
serie de chicas habían sido encontradas en las afueras de la ciudad, en
baldíos la mayoría de ellas, todas con un orificio de bala en la sien.
El problema es que llegan bastantes por semana y eso ha puesto a la
provincia en alerta. Estoy asignado al caso de forma directa y la información
con la que cuento es escasa dado que el modo de asesinarlas es siempre el
mismo. Las chicas no tienen ningún vínculo: las edades difieren unas de
otras, son de distintas ciudades, distintos tonos de piel.
—¿¡Hey, Luck!?—Escuché una voz delicada pero firme—Solo
Glorían me llamaba de esa forma, esto por ser el abreviado de “Lucky”.
—Hola—respondí sacudiendo la cabeza y saliendo de mi sopor.
—De nuevo me delegaron a ser tu compañera en este serial.
—Te agradezco que aceptaras, tu compañía me será útil, últimamente
no sé qué pasa, le doy vueltas a este caso y no veo un hueco, un error, algo por donde iniciar.
—Y justo para eso estoy aquí—metió una mano al bolsillo y sacó
una nota.
—Eso tiene pinta de evidencia, Glo—le dije entrecerrando los ojos.
Un policía entró a mi oficina, Glorían guardó la nota en el bolsillo
mientras soltaba una risita picara.
—Investigador Quesada—dijo— acaba de llegar una chica
que creemos es de las del caso que está supervisando, la llevamos al
Departamento Forense en este momento—agarré mi chaqueta y le hice
ademán de acompañarlo.
Lo seguimos mientras bajamos las escaleras y continuábamos por
los pasillos fríos que son la antesala a tan lúgubre lugar. El doctor Alfaro—
su nombre de pila era Alberto y de cariño le decíamos Beto—nos esperaba
con el copetín a un lado, la tablilla de madera bien afianzada al pecho y con
su impoluta gabacha blanca, además de sus famosos botines que parecían
iluminar toda la habitación de lo lustrado que los traía.
—Investigador Quesada, buenas tardes—dijo en tono taciturno—.
Nos acaba de llegar esta mujer de unos veintitrés años, castaña, orificio en
la sien, misma bala que las anteriores.
Me quedé pensando un momento y luego me acerqué a ver el
cuerpo. Estaba perfecto y sin ningún rastro de confrontación o daño de
alguna arma salvo por el hueco en la cabeza. La examiné por los costados
en busca de cómo acciona el asesino. No puedes simplemente poner un
arma en la sien de alguien y esperar a que no haga nada por su vida.
Glo me guiñó el ojo del otro lado de la camilla en la que estaba el
cuerpo, ella sabía algo que yo no y lo tenía en el bolsillo. Nos despedimos
del Dr. Alfaro y lo dejamos hacer su trabajo. Me pareció ver que con la
mirada seguía a mi compañera. En el momento en que pisamos el pasillo
tomé a Glo de la cintura y la acerqué, metiendo mi mano en su pantalón
para sacar la nota—ella me empujó un poco y se arregló el cabello—.
Después me miro con esos ojos ardientes:
—Detective Quesada, estamos en horas laborales, por favor le pido
que se comporte.
La ignoré pues mi cabeza estaba de lleno en lo que decía el papel
corrugado que sostenía en las manos, lo abrí apresurado y en el medio
rezaba: Faltan cinco. Atte.: Alfabeto.
Para nuestra dicha Glo había estado patrullando el área cuando descubrieron a la mujer asesinada, tuvo la intuición de ir a buscar y justo al
lado del cuerpo estaba la nota. Ella la había guardado antes de que llegara
el primer detective al lugar.
—La he estado analizando—intervino—y me parece que se refiere
a que faltan siete mujeres para completar su acto, su obra maestra—estiró
los brazos en alto y se rio—. Estos tipos están bien locos. Además, eso de
ponerse de nombre Alfabeto pues está bien anticuado.
Asentí. Llevaba en total veinte víctimas desde que empezaron a
pulular los casos en el escritorio ¿Qué querría decir con ese mensaje el asesino?
¿Quería llegar a ese número de homicidios y retirarse de la escena para siempre? Al
repetir la cifra veintisiete una idea me cayó como un balde de agua fría,
nuestro abecedario tiene esa cantidad por lo que también le daba lógica al
sobrenombre que se puso: Alfabeto.
De inmediato nos dirigimos a mi oficina a investigar los casos y
lo que descubrimos fue escalofriante. Las letras iníciales de las chicas
asesinadas no se repetían. Faltaban en efecto siete. Entre las que no estaban
se podían reconocer con facilidad: L, B, S, R, T, O, G.
Glorían abrió los dos casos que me habían llegado en los últimos
dos días: Sara Valdés y Teresa Jiménez. Eso eliminaba las letras S y T de la
lista. Aun con toda la información no teníamos nada claro, los nombres de
las chicas de esta provincia que empiezan con las restantes cinco letras nos
dan un rango enorme de posibilidades.
Un ruido en el pasillo nos puso alertas y corrimos a ver qué era, pero
no encontramos nada ni a nadie. Era lo suficiente de noche como para
darnos cuenta de que estábamos cansados, así que decidimos irnos para
nuestras casas. En la puerta de la comisaria Glo se acercó y me dio un beso
en la mejilla—ese olor de su perfume, una extrema combinación entre
lavanda y dulce me hizo suspirar—. Se dio medio vuelta y se acomodó la
bufanda en el cuello.
De camino a mi casa observaba el camino sin mayor interés, no fue
hasta que vi un matorral al lado de la acera. Imaginé la cantidad de veces
que alguna chica caminó por este lugar y al ver eso sintió miedo, es extraño
tener que empujarse a sentir algo que otro ser humano vive tantas veces
en un día.
Llegué al departamento y al intentar abrir la puerta un aroma golpeó
mi nariz, al ver en el pomo estaba enrollada la bufanda que llevaba puesta
Glo—un sinfín de sensaciones me invadieron en ese momento—, la tomé con fuerza y al momento llamé a la central.
Varios agentes fueron desplegados.
El trayecto del departamento a mi casa era de al menos cuarenta
minutos a pie. Glorían dura unos treinta y cinco según su paso. El
secuestrador tuvo poco tiempo entre toparla y luego ir y dejar la bufanda
en mi casa. Volví a ver las cámaras que estaban en la esquina, cerca de
la ventana de mi cuarto en el segundo piso y era obvio que iban a estar
destruidas, era un tipo que se tomaba las cosas muy en serio.
Había tres lotes baldíos y dos parques aleñados a la zona del
secuestro. El celular de Glorían lo tiraron en un río cercano y al momento
de cuadrar su señal se pudo encontrar, pero bastante lejos de la escena. Esa
pista no nos funcionaba.
Esta vez había cometido un pequeño error y ese era tratar de matar
a una agente del Departamento de Investigación. Me fui de prisa e hice un
recorrido de la ruta que tomamos siempre que vamos a su casa esperando
que en esta ocasión haya decidido irse por el mismo lugar.
No me equivoqué. Glo, según investigaciones rápidas, había sido
interceptada en un cruce y en la calle que va hacia el Oeste estaba tirado su
reloj, estoy casi seguro de que el auto lo acomodaron hacia esa dirección
y en un reflejo intuitivo lo había arrojado. Seguía sin haber rastro de
forcejeo, otra cosa que no me calzaba, ella no era de las que se dejaban
maniatar tan fácil.
Verifiqué al día siguiente en cada una de las cámaras próximas al
lugar del suceso, pensando en cada momento, en que ella podría estar
viviendo los últimos instantes de su joven vida y revisando uno peculiar de
la esquina de un bar, pude reconocer un vehículo. Era un auto blanco de
tracción doble y con cajuela, acerqué la cámara lo más que pude y logré ver
la placa. Un rayo me atravesó por el pecho, era del Dr. Alfaro.
No quise especular mucho y lo llamé a su móvil. El tono del celular
dio dos pitidos antes de que contestara…
—Investigador Quesada, ¿en qué puedo servirle?—Me dijo.
—Como ya debe ser de su conocimiento la investigadora Glorían
fue secuestrada en horas de la noche del día de ayer.
—Algo tengo entendido del asunto, sí ¿Puedo ser útil en la
investigación?
—Tengo aquí su horario de trabajo, dice que usted ayer salía a las
cinco de la tarde y su vehículo fue captado por una cámara pasadas las diez de la noche ¿Puedo saber qué hacía tan tarde en el departamento?
—Ahhh sí, eso—dijo en tono sutil—. Estaba terminando de revisar
unos papeles que debía tener listos para hoy.
—Los oficiales de seguridad no lo vieron entrar y tampoco se
muestra en las cámaras de vigilancia que usted haya ingresado a su oficina
después de que se le vio salir.
—Ha hecho un buen trabajo investigador—se escuchó una leve
pausa y después el sonido hueco del celular al ser colgado.
Salí del departamento y tomé mi auto a toda prisa, en el camino
hice un par de llamadas para montar un operativo en la casa del doctor.
Llegamos y tiramos abajo la puerta. Al entrar, la estancia estaba vacía y
muchos papeles yacían rotos por el suelo. Al fondo encontramos una
habitación que parecía su oficina, cuando logramos meternos en ella, había
una pizarra con apuntes, fotografías y todo el abecedario hecho de letras
de papel sobre una pared, debajo de cada una de ellas estaba la foto de una
chica y al lado inferior, el nombre con su inicial.
Varios agentes se quitaron los cascos para examinar la escena,
ninguno lo podía creer. En la pared del otro lado, estaban subrayados
todos los terrenos donde, supusimos, llevaba a cabo sus delitos. Sin
embargo, examinando a profundidad, pude atisbar que hacían falta dos. La
corazonada me decía que en uno de ellos posiblemente llevaría a Glorían.
Formé dos grupos y nos dividimos para ir a inspeccionarlos.
Yo decidí ir al parque Nakamura, ese era el que quedaba cerca del
departamento de la oficial. Dejamos los autos en la entrada y fuimos
adentrándonos a pie. El lugar era extenso y con maleza alta. El sol se
escondía detrás de los pinos y el miedo se apoderaba de nosotros. Mi
temor corría por partida doble: era mi compañera y mi pareja. Hice señales
a mis compañeros indicándoles que nos separáramos en tres grupos, dos
se fueron rodeando el parque, otros tres se fueron bordeando el lago y yo
me fui por el centro adentrándome por la maleza.
Me movía quitando ramas y despejando el camino que se perdía
frente a mis ojos, encendí la linterna y me la puse en el casco. Cuanto
más me sumergía, mayor era el tamaño del matorral. Fui avanzando
despacio, pisando con firmeza el suelo antes de dar otro paso. Tras unos
quince minutos de búsqueda llegué a un claro circular y al remover un
árbol pequeño que me obstruía el paso, una figura oscura se atisbaba al
final, tenía una mano sobre el hombro de Glorían y en la otra sostenía un cuchillo puesto en su cuello. Ella con la boca tapada y de rodillas, intentaba
mover la cabeza de lado a lado.
Elevé la mirada y pude distinguir el desdichado copetín y la gabacha
blanca:
—Excelente trabajo, Investigador Quesada—dijo—. Debo admitir
que me impresiona que haya logrado descubrirme, fui bastante premeditado
al planear este secuestro—se humedeció los labios con la lengua.
Una pequeña llovizna comenzó a caer.
—Mi plan estaba a poco de ser perfecto—prosiguió—de no ser por
tu interrupción. Tú que todo lo has tenido por pura suerte. El investigador
Quesada asume el Departamento de Asesinos Seriales. El investigador
Quesada gana todos los exámenes—babeaba y escupía conforme soltaba
toda su ira—. Siempre tienes que ser el mejor del circuito. Pero hoy no, hoy
vas a quedar en evidencia como la gran farsa que eres.
—No entiendo, doctor Alfaro ¿Por qué hacer todo esto, si el
problema es directo conmigo, para qué dañar a tantas mujeres y familias?
—Sigues con lo mismo—estalló—, crees que toda gira a tu alrededor,
que puedes ser el tipo que se deja a las chicas hermosas como ella—le dio
un golpe en la cabeza con el mango del cuchillo. El cuerpo de Glorían cayó
tendido sobre el pasto. Puse mi mano en la cintura, buscando mi arma:
—Ni se te ocurra, un movimiento más y ella muere—apuntó con su
mirada al arma que tenía en la mano.
Fue tan rápido que no tuve ocasión de ver en qué momento la sacó
de su gabacha.
—Vamos a resolver esto de manera civilizada—dijo—. Tira tu arma
allí—señaló un espacio entre nosotros. La arrojé con la esperanza de que
todo resultara bien.
La lluvia caía a raudales, se me dificultaba escuchar su voz. Alfaro
comenzó a acercarse para tomar mi arma, el copetín se le estampaba en la
frente como un alga:
—¿Sabes lo insatisfactorio que es cuando por más que te esfuerzas
nadie lo reconoce? Tuve la mejor de las notas en la Facultad, me gradué
con honores, primer promedio en toda la carrera de Ciencias Forenses—
tomó mi arma y la olisqueó—. He resuelto mil casos, dándole las pistas a
los investigadores, prácticamente les daba la cabeza del asesino en bandeja
de plata y nada de eso sirve para que te noten, para que sepan que existes.
Un par de reconocimientos mínimos, pero para los malditos investigadores sí tenían el tiempo de sacarlos en las portadas de los periódicos, de subirlos
de rango y el sueldo.
Regresó al lugar donde estaba el cuerpo de Glorían y le puso mi
arma en la sien. Le hice ademanes para que se tranquilizara, sin embargo,
mi cuerpo temblaba.
—Eso no explica por qué matas mujeres inocentes—le increpé.
El me devolvió una mirada iracunda.
—Por muchos años me analicé buscando ese por qué—espetó—.
Lo resolví al poco tiempo. La razón es porque detestaba a mi madre, todas
las mañanas me despertaba desde temprano para que memorizara las
letras del alfabeto, si no conseguía escribir una palabra diferente con cada
letra, me pegaba hasta que las fuerzas la abandonaran. Demasiadas noches
llorando por causa de una completa idiotez ¿Qué culpa tiene un chico
de no poder escribir bien con apenas seis años?—La lluvia no me dejaba
verlo, pero por el tono de su voz supe que lloraba o al menos estaba pronto
a hacerlo—La odié hasta que pude matarla.
Bajó las manos y las dejó al lado de la gabacha mientras subía
la cabeza y dejaba que las gotas le cayeran encima. La bajó y se puso a
travesear mi pistola.
—Todavía no es tarde, doctor Alfaro, podemos resolverlo, pedir
a los jueces que te traten por problemas mentales—lo último se lo dije
intentando que comprendiera que a muchas personas les pasan ese tipo
de problemas de infancia—. Detente aquí y te juro que podemos ayudarte.
Glorían se movió despacio y se dio media vuelta para quedar pecho
arriba.
—No, investigador, conozco todos los procedimientos y sé que voy
a tener cadena perpetua por todo lo que hice. Esto lo vamos a resolver aquí
y ahora—me llamó a su lado por medio de un ademán, en todo momento
mantuvo la pistola en la frente de Glo. Con la mano libre me dio mi pistola.
La tomé anonadado, no entendía nada.
—Vamos a jugar a un juego famoso llamado la ruleta rusa—lo
había escuchado, más que un juego era una sentencia para quien decidiera
jugarlo—. Yo no tengo nada que perder, pero tú sí—quitó el seguro de
su arma, la que tenía apuntándole a Glorían—. Mas te vale no hacer ni
intentar nada estúpido.
Mil cosas pasaron por mi mente, a esa distancia podía ver los ojos
de Glorían, en ellos el terror se asomaba.
—Empieza conmigo—me dijo sonriendo—. Quiero ser el primero
en morir o el primero en vivir.
Le apunté directo entre las cejas y apreté el gatillo.
Nada sucedió.
Su risa contaminaba el ambiente, no entendía cómo mis compañeros
no las habían escuchado.
—Ahora sigue el turno de ella. Dispárale—ordenó.
La mano me temblaba, pero Alfaro me veía y hacia movimientos
con la cabeza mientras le hundía en la sien su arma. Cerré los ojos y volví a
apretar el gatillo, el sonido de la explosión rompió mi razón en dos y quedé
con la mente en blanco.
Alfaro me dio un golpe en el estómago—solté el arma—y caí con
él encima de mí. Forcejeé hasta que me volví y a mi lado estaba Glorían en
un charco de sangre, sus ojos permanecían abiertos y en mi dirección. Mis
brazos cayeron a los lados, no tenía fuerza ni voluntad para moverlos. Vi
de soslayo a Alfaro, se sentaba sobre mí riendo a carcajadas.
Me dio un par de bofetadas y me quitó el casco.
—No. no, no y no. No te puedes ir, investigador. La emoción apenas
empieza. Aquí—dijo moviendo la mano en que sostenía mi arma—todavía
queda una bala y vamos a ver quién sobrevive.
No me importaba nada, me sentía desamparado.
—Ahora te toca a ti—su mano se movió hasta que dejó el círculo
metálico frente a mis ojos.
Se escuchó un “clic” y después, al abrir los ojos, lo vi despreocupado.
Volvió a reír a carcajadas. Se puso la pistola en la sien sin pensarlo y detonó.
Su sangre me salpicó el rostro y parte de la camisa. En medio de todo aquel
caos giré la cabeza para verlo, él continuaba con una mueca.
Mis compañeros por fin llegaron y me lo quitaron de encima. Una
vez más mi eterna compañera me había salvado la vida. Quisieron que me
fuera para la casa, pero no, quería estar con Glorían un poco de tiempo
antes de enterrarla. Solicité que me llevaran con ambos cuerpos a forense.
Tras verlos desnudos en aquellas camas frías me sentí desfallecer.
Ver a una persona amada allí acostada resulta difícil de llevar. Un chico con
camisa de una banda de rock y varias cadenas de metal colgándole en la
cintura apareció desde atrás de unos muebles:
—Investigador Quesada, un placer conocerte—me estiró la mano
y medio inconsciente le devolví el gesto—. Vienes a despedir a tu amiga, supongo.
—Sí—respondí sin mucho ánimo.
—Este…—verificó los datos en la tablilla—doctor Alfaro era
bastante interesante—soltó tratando de generar una repuesta.
Lo vi y pasé mi mano por el rostro de Glorían.
— ¿Por qué lo dices?
—Bueno, primero que todo, es muy divertida la forma en que
acomodó su nombre de asesino “Alfabeto”. Si miras bien las letras llevan
“Alfa” de Alfaro y “beto” de Alberto, o como bien me dijeron algunos
compañeros que le decían “Beto” en abreviación. Luego está todo este
rollo de matar solo a chicas y coleccionarlas por letras iniciales. De verdad
estaba chiflado este sujeto, mira—me dijo mostrándome una colección de
fotos de mujeres—¿Podrías creer que todas estaban en su gabacha?
Las tomé y fui viendo una tras otra.
—Esta sin duda se lleva los honores de extravagancia, la saqué de
uno de sus zapatos, estaba en el borde metido en un pliegue—me acercó
una que se veía de antaño, era de color café y bordes blancos desteñidos
por el tiempo.
La volteé y por detrás rezaba: “Gracias por hacerme el hombre que
soy. Te amo”. De inmediato supe de quién era el retrato en la fotografía.

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⏰ Última actualización: Apr 21, 2022 ⏰

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