En mi sueño, mi madre se acercaba tambaleante para ofrecerme una copa vacía. Estaba empapada en sudor y no podía externar ninguna palabra coherentemente, cómo si las ideas se evapoaran al momento de pasar por su lengua.
“Mamá”, le decía, “estás hecha un desastre”. “No, hijo, esta es mi mejor versión”, contestaba ella, mientras acariciaba mi mejilla. Su mirada denotaba una lucidez ausente. Tenía los ojos bien posados en mí. Cualquiera que fuera el fantasma que se asomaba en su visión, no era su hijo. Mi frente ya estaba retorcida y evitaba devolverle la mirada, deseando desaparecer. Y desaparecí, pero el segundo acto no fue menos incómodo. Me encontraba en un inmenso salón de clases. El aula tenía un aspecto tétrico y carcelero que me recordaba mis últimos años de primaria. Mi pupitre era el único que veía hacia los casilleros, ubicados en el parte trasera del salón. Cuando uno de mis compañeros se dió cuenta, comenzó a reírse de mí. Los demás lo siguieron, todos compartían la misma cara y la misma carcajada.Naturalmente, desperté agitado. Pensé que, de haber tenido menor edad, y de haber ingerido algún líquido antes de dormir, probablemente habría mojado la cama. Ese era el tipo de pesadillas que me aterraban cuando era un infante. Miré el reloj y me dí cuenta que me quedaban tres horas de sueño, horas que no pensaba aprovechar, dadas las circunstancias. En aquellos casos siempre prefería evitar seguir durmiendo, e invertir mi tiempo en otras actividades. Una taza de café bien cargado y una dosis perfecta de distracciones me ayudarían a mantenerme despierto durante el resto de la madrugada.
Me quité la cobija de encima y me levanté. Toqué el piso con mis pies y el frío despierto todos mis sentidos. Me gustaba andar descalzo, a cualquier temperatura. Mi abuela solía regañarme por eso -y por mil razones más-, regaños a los que generalmente hacía caso omiso.
Me asomé por la ventana y noté que el gran poste que iluminaba el otro lado de la calle parpadeaba incesantemente. Overland, como cualquier otra colonia de la Ciudad, nunca está completamente callada, pero aquella noche era la excepción. El silencio que reinaba la calle me estremeció. Era casi apocalíptico.
Salí de mi habitación. Inmediatamente después del pasillo exterior, me encontré con un gran librero, herencia de mi abuelo. A pesar de que el mueble estaba repleto de libros, me límite a buscar una de mis cajas de Pandora. La respuesta perfecta para vencer el sueño. Saqué la delgada libreta que sobresalía entre dos enciclopedias Nórdicas, tomos cuatro y diecisiete, -desconozco el destino del resto de los tomos quizás los vendí en algún lugar en algún bazar años atrás-. La portada de la libreta era color vino, aparentaba ser un libro viejo, y tenía un garabato descarado hecho con un plumón permanente, además del título Crónicas de un corazón ardiente, y mi firma, un débil intento de letra cursiva que trazaba Jackson Overland Frost. Claramente la reconocía. Una mezcla de curiosidad y nostalgia, probablemente propiciada por mi incómoda experiencia onírica, me hicieron tomarla.
Llevé la libreta hasta la sala, donde había un sillón personal destinado especialmente para la lectura y el trabajo -o eso solíamos decir-. En la parte trasera de la sala se encontraba un mueble largo, en donde mi hermana guardaba bisutería, platos y vasos finos, y encima una elegante cava que sostenía un montón de botellas de distintos alcoholes. La idea del café quedó desplazada. Como había hecho en otras noches insomnes, prefería optar por un whisky en las rocas para acompañar mi lectura. Tras dejarme caer en el trono, hojeé la libreta y navegué entre distintos títulos enumerados en romano. Leí por encima algunos de ellos. No eran malos trabajos, pero, como si es la Biblia se tratase, busqué un poema que fuera una auténtica revelación para aquella noche. Escogí el número XII titulado PROHIBIDO.
Entre los motivos te has perdido, amigo, usted es un nuevo permiso. Has ennegrecido unos cuantos compromisos y te encuentras en un punto rodeado de occisos. Desconoces las aguas, cómo pueden reaccionar a tus engañosas armas...
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CASI INVIERNO
FanfictionA causa de una noche de insomnio, Jackson, un hombre ansioso y depresivo, identifica en una fotografía reciente a una mujer de quién estuvo enamorado años atrás. Tentado por la duda, Jackson se embarca en un viaje al pasado, en el que buscará respue...