Exordio.

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El sol se encontraba en su punto más alto, radiante y capaz de encandilar a cualquiera que se atreviese a posar su vista en él. Ninguna nube se vislumbraba en toda la extensión del panorama visible. El clima se sentía perfecto, la calidez no era sofocante, y una ligera y armoniosa brisa deambulaba entre la multitud de tanto en tanto. Ardiente se percibía la arena al tacto de sus tiernos y húmedos pies desnudos que daban pasos apresurados para escapar de las inminentes olas que avanzaban hasta la orilla y retrocedían nuevamente. Era un juego inocente y espontáneo que la mayoría de las personas en aquella paradisiaca y muy conocida playa de Busan, "Haeundae Beach", realizaba; sobre todo el pequeño de tan solo siete años que había ido a conocer el mar por primera vez junto a sus padres.

Tan próximos se hallaban los tres al margen en el cual la arena húmeda se diferenciaba de la seca, donde, de manera intermitente, el agua salada volvía a bañar cada pequeño grano en un constante baile sin final. Las puntas de los dedos de sus pies ya estaban algo rugosas, pero las intenciones de regresar a casa aún ni se aparecían en pensamientos. Unos sencillos castillos de arena eran edificados de a poco con la ayuda de las manos del feliz matrimonio, quienes, colocados ambos de cuclillas sobre el cálido suelo, procuraban dejar todo de sí mismos en dicha obra de arte para impresionar a su tan amado hijo, el cual aún jugaba con el agua, propinándole pequeñas patadas que provocaban salpicaduras de cortas distancias.

—Ven, hijo. Ayuda a mamá y papá a armar el fuerte —dijo la preciosa voz femenina.

Los pequeños pies del tierno niño de siete años dejaron de moverse felizmente sobre el agua. Se detuvo, sí, pero no por el llamado de su querida madre.

—¿Qué es eso...? —indagó, curioso.

La mujer de tersa piel y cabello recogido decidió dejar de moldear la arena en sus manos para prestarle atención a lo que su hijo decía. Posó su mirada sobre la espalda ajena y notó que su mano izquierda le señalaba hacia algún lugar del horizonte, así que, para descubrir también aquello que desconocía, se dispuso a observar hacia dicha dirección, esperando encontrarse con algún objeto extraño o incluso un ave extravagante.

—Cariño... —susurró—, debemos salir de aquí ahora mismo.

Su esposo frunció el ceño ante su alarmante tono de desesperación. Era sutil, pero él, que conocía a la perfección a la mujer con la que había decidido pasar el resto de su vida, supo de inmediato que algo estaba ocurriendo..., y no precisamente algo bueno, pues la mirada de aquellos ojos almendrados manifestaba un pequeño destello de temor.

—¿Qué sucede...? —preguntó mientras se ponía de pie—. ¿Está sucediendo?

Ella le propinó una mirada aguda y, acto seguido, asintió con su cabeza.

—¿Qué es ese olor, mamá?

La cara de asco de sus padres no se hizo esperar, se presentó en el mismo instante en el que el intenso aroma a dióxido de azufre impregnó el ambiente. Inesperadas nubes oscuras se hicieron presentes en el cielo, tomando por sorpresa a las personas que estaban disfrutando del cálido día de verano, el cual, sin poder discernir el momento o el motivo, se convirtió en un helado día de invierno.

El joven padre decidió tomar a su hijo de la mano, provocando su pronta distracción hacia lo que en el cielo acontecía. Ninguno de los dos adultos tenía miedo, sabían que ese suceso tenía muy altas probabilidades de presentarse en la corta edad de los siete años de su hijo. Ahora sus vidas se transformarían en una serie de constantes escapes con el fin de preservar la inocencia de su hijo hasta que este tuviera la edad suficiente para poder aprender sobre los misterios oscuros y ocultos del mundo debajo del témpano de hielo.

Sin embargo, el destino les tenía preparado algo totalmente diferente.

"Jungkook...", una voz llamó a su nombre mientras sostenía la mano de su padre y se alejaba de la playa.

Se dio la media vuelta, sin dejar de dar un paso, observando hacia el horizonte. Aquel pequeño punto negro que había visto antes ahora parecía una enorme grieta... Era como si, de pronto, el cielo ya no fuera algo intangible e inalcanzable, parecía un lienzo de nubes grises que estaba siendo rayado por una fuerza externa, daba una falsa ilusión de algo palpable, como si fuera una enorme pared como la de su habitación.

La grieta comenzó a expandirse hasta abrirse a la profunda oscuridad en su interior, y, todavía sin dejar de avanzar, el pequeño pudo divisar cómo de allí brotaba una especie de polvo o arena oscura, pero no caía..., permanecía suspendida en el aire, como si la fuerza de la gravedad fuera inexistente. La cantidad aumentó de manera abismal hasta formar un gran cúmulo de polvo oscuro, del cual no se notaba su profundidad, pues su tono de azabache era tan intenso que parecía tragarse hasta el más mínimo destello de luz.

Algo estaba llamándolo..., algo proveniente de aquel desconocido interior.

Y, como por obra del retorcido destino, sus pasos fueron detenidos de forma abrupta por los restos de una pequeña edificación de arena y por culpa de su atolondrada inocencia al tener una fe ciega que le hizo ignorar el camino que había por delante. Así, la mano de su padre soltó la suya..., y, en un instante, una fuerza inhumana atravesó su cuerpo para arrastrarlo hacia atrás a una extrema velocidad, mientras las voces de sus padres exclamando con desesperación su nombre se hacían más y más lejanas hasta finalmente sumirse en un silencio absoluto. No hubo posibilidad de reaccionar ante tal situación, tan efímera como el lapso en el que la manecilla indicadora de los segundos se queda quieta.

Nadie fue testigo, no se vio ni se escuchó nada. Allí jamás existió un matrimonio con su pequeño hijo de siete años... Y las nubes, que antes se podía jurar que tapaban todo rastro de luz, desaparecieron como si nunca hubiesen estado allí en realidad. Tan solo unos pocos segundos, pero una intranquilidad que sería eterna.


MUY PRONTO.

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⏰ Última actualización: Nov 29, 2022 ⏰

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