Mamá

19 0 0
                                    

Observó a Dénia con inquietud. Veía como se removía debajo de la manta amarilla, y no sabía como proceder; quedándose alejada tenía la sensación de que la estaba dejando totalmente desamparada, pero no sabía como se iba a tomar su cercanía. Tampoco sabría qué hacer si se acercaba; ¿acariciarle la espalda en silencio? ¿Intentar hablar con ella? ¿Quedarse callada ofreciéndole una compañía ausente?
Se empezó a morder el uñero que siempre tenía en el índice mientras sus ojos se desenfocaban. Su hija dejó de ser un bulto llorando debajo de la manta y pasó a ser una mancha amarilla desenfocada que yacía sobre el sofá. Suspiró en silencio y miró a su amiga Dafne, que jugaba con la bebé, se sacó la uña de la boca y se mordió el labio inferior por dentro.
-¿Qué? -susurró su amiga, al mirarla.
-Que me ayudes -le contestó Ada, la otra se encogió de hombros, mirando a la pequeña Nicole.
-Y yo qué sé, ni que fuera mi hija -protestó -ve y dile algo.
-¿Y qué le digo? -susurró con fuerza, la otra puso los ojos en blanco.
-Tía, yo que se, piensa en lo que te hubiera gustado escuchar cuando te rompieron el corazón teniendo quince años -propuso la otra, e inmediatamente centró la atención en la bebé, que empezaba a removerse incómoda.
-Llévatela y cámbiala, anda -dijo mirando abiertamente a su hija mayor. La otra asintió y desapareció por el pasillo.
Ada se quedó embarazada de Dénia teniendo solo dieciséis años, acabó el instituto a duras penas y luego se puso a trabajar. El padre de la niña desapareció al poco de convencerla de tenerla; como venía de familia pija y a sus padres les interesaba que no se supiese que su hijo tenía una, según ellos, bastarda, pululando por ahí, le pagan una buena pensión mensual a cambio de su silencio.
Se acercó, algo incómoda, y se sentó a los pies de su hija, ella fingió que no se daba cuenta de su cercanía.
-Hola -dijo Ada, sin saber como proceder, la otra rió bajito. Le hacía mucha gracia cuando su madre no sabía ejercer de madre. O sea, le sabía realmente mal porque sabía que lo pasaba mal, pero era divertido de ver, como meter a un pulpo en una cocina y hacerlo ayudante de chef. Casi se ríe al imaginarse un pulpo con un gorro blanco y un cuchillo en cada pata.
-Hola -contestó, y se quedaron en silencio.
-Perdón, no sé como hacer esto -suspiró la otra, se las apañó para tumbarse al lado de Denia, ella le hizo un poco de hueco en el sofá y le tapó las piernas con la manta. Los pies de su madre estaban helados siempre-. ¿Puedo saber qué ha pasado?
Esto lo preguntó con cuidado, tanteando. Miró el perfil de su hija, que miraba al techo. "Ya podría haber sacado mi nariz" pensó. Tenía los ojos rojos e irritados, respiraba por la boca y tenía los labios muy secos. ¿Cuánto rato llevaba llorando?
-Que los hombres no valen nada -suspiró la otra, cerrando los ojos. Dejó su brazo derecho a un lado, con la mano hacia arriba, como una invitación que Ada entendió a la perfección.
-Creí que eso ya lo sabíamos -dijo agarrándole la mano. Tenían las mismas manos, con la palma estrecha y los dedos largos. "Manos de pianista" decía siempre la madre de Ada.
Denia rió suavemente y se giró, con el cuerpo hacia su madre, la otra hizo lo mismo.
-Sé que es un consuelo de mierda, pero se pasará. Quizás no mañana, quizás no dentro de unas semanas, pero eventualmente la pena desaparece, y el amor siempre vuelve a nosotras -murmuró, poniendo cara de circunstancias, la otra hizo un puchero involuntario y sus orejas se pusieron rojas. Ada se acercó para abrazarla.
Se quedaron en silencio unos minutos, Dénia temblando suavemente al compás del llanto y su madre acariciándole la espalda con aire ausente. Se recordó a sí misma, más o menos con la misma edad, llorando también porque el novio de turno le había roto el corazón. Dafne le salvó la vida en aquella y en todas las decepciones amorosa posteriores, pero hubiera necesitado sentirse un poco menos desamparada en su propia casa. Le daba tantísimo miedo convertirse en su propia madre en la relación con Dénia...
La chica pareció calmarse un poco y empezó a deshacer el abrazo poco a poco. Miró a su madre con la cara toda roja y llena de lágrimas y mocos.
-¿Quieres que hablemos de ello? -preguntó Ada de forma suave, la otra negó con la cabeza de forma suave, sorbiendo los mocos.
-Lo que necesito son pañuelos -murmuró con voz nasal, y ambas rieron. La mujer se levantó y salió del salón con rapidez.
Dénia se quedó mirando al techo intentando respirar, notaba unas náuseas horrendas y sabía que el imbécil estaba friéndola a mensajes. Sabía que no iba a poder ignorar el problema siempre, que en algún momento debería enfrentarse y ponerse firme... pero no se veía capaz de hacer algo más que huir de la situación y alargarla hasta lo imposible.
Ada volvió a entrar con un rollo de papel a medias.
-Suerte que es el doble capa suave... no se si sabes lo cómodo que es este papel para llorar, pero mano de santo, tía.
La chica se rió y se sonó con fuerza, incorporándose. Sentada y con la nariz por fin destaponada la vida se volvía un pelín más fácil. Se acomodó con la espalda en el respaldo y cruzó las piernas, su madre se dejó caer a su lado abstraída y le acercó una botella de agua fría que la otra aceptó de buen grado. Se quedaron mirando su propio reflejo en la tele apagada y suspiraron casi a la vez, luego Dénia se dejó caer hacia Ada, apoyando la cabeza en su hombro. Cerró los ojos tratando de descifrar si tenía ganas de mear o solo ansiedad.
-Sé que duele, y es normal, pero de todo se sale, corazón -empezó Ada con cautela, su hija no movió un músculo y no reaccionó, así que siguió- no sirve de nada que te digan qu al final todo se supera porque al final lo que importa es lo mucho que está doliendo ahora, pero algo que a veces ayuda a superar estas cosas es el saber que el amor es más de lo que duele el desamor, y que sigue valiendo la pena...
-Mamá -la cortó Dénia con suavidad, incorporándose y alejándose del confort del hombro de su madre -no creo que esto sea lo que necesito escuchar ahora mismo...
Ada asintió con cara de circunstancias y se quedó callada, la otra cerró los ojos y agradeció el silencio. Le estaba empezando a doler la cabeza muchísimo.
Tenía que empezar a solucionar la historia, tenía que ponerse seria y tener la conversación incómoda cuanto antes. Pero, ¿como iba a reclamar algo que había descubierto de una forma totalmente irracional e incorrecta? Su respiración se aceleró un poco y su madre lo notó.
-He hecho galletas esta mañana, y he usado esos moldes tan monos que me robaste en ikea hace unos meses- comentó, pensando que quizás la distracción le ayudaba. Dénia sonrió, aún con los ojos cerrados, y acordándose de cuando los robó.
-¿Los de flores?- preguntó, abriendo ya los ojos, sus miradas se encontraron en el reflejo oscuro de la tele.
-No, los de corazones- explicó-. Me han quedado un poco amorfos, pero creo que se entiende...
-¿Parecen culos?
Ada tardó un poco en contestar, como para añadirle dramatismo.
-Sí...
Ambas rieron.
-¿De qué son las galletas?
-De mantequilla con trocitos de chocolate, ¿quieres que las probemos?
Dénia asintió y la mujer salió hacia la cocina. Volvió con un tupper lleno de galletas y una botella de cristal llena de zumo de naranja, la chica atacó el zumo sin compasión. Cuantísimo le gustaba el zumo de naranja, por favor.
Merendaron entre risas y, cuando se empacharon, se sentaron de nuevo hombro con hombro. Dénia se sentía tan cansada que apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Ada le acarició el dorso de la mano con aire ausente.
Le dolía la cabeza y, a pesar de que acababa de beberse casi un litro de zumo, se notaba deshidratada. Tenía muchas cosas por resolver, pero la pequeña tregua le había dado fuerzas; no se sentía invencible, pero si había dejado de sentirse débil. Iba a llamar ya a David y a contarle todo lo que sabía. Podía hacerlo, iba a hacerlo.
Suspiró de nuevo, aún podía regalarse un par de minutos para disipar la niebla mental.
-Podríamos ir al cine mañana- propuso Ada, buscando distraerla de nuevo, la chica sonrió; cuantísimo agradecía no estar sola.
Su madre era emocionalmente torpe, torpe como ella sola, pero al menos lo intentaba, y conseguía muchas veces hacerle el dolor más llevadero. A veces estaban incómodas, les faltaba amoldarse la una a la otra, pero qué suerte tenerla cerca en estos casos.
-Se te da mejor de lo que tú te piensas, ¿sabes? -dijo con los ojos aún cerrados, la otra la miró interrogante de reojo, Denia abrió entonces los ojos y le devolvió una mirada abierta y sincera-lo de ser mi madre, digo.
Ada sonrió y la acercó a su pecho, la otra enterró la cara en su olor dulce. Le besó la cabeza con delicadeza.
-Yo también te quiero -murmuró contra su pelo, fingiendo que no estaba llorando.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 13, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

LazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora