—Te sugiero que te quedes con el de mayor precio. Quizá sea mucho para ti... pero sabes que puedo ayudarte, hasta que consigas trabajo.
Suspiré, negando levemente la cabeza.
Apoyé mi codo izquierdo encima del escritorio y coloqué la palma de mi mano en mi mejilla. Observé las oportunidades de departamentos, casas, pent-houses ante mí, pero nada me convencía.
Mamá me observaba desde la cocina, con una taza de café en su mano.
—¿Estás considerándolo?
—¿Qué cosa? —pregunté sin despegar mis ojos de la pantalla.
—El no conseguir tu propio departamento.
Solté el mouse y me eché hacia atrás en la silla. Miré a mamá de soslayo.
—Sabes que lo necesito...
—Y sabes que puedes quedarte aquí el tiempo que quieras hasta que estés cien por ciento segura —repuso acercándose a mí. Dejó la taza de café a un lado y colocó sus manos sobre mis hombros.
Esbocé una triste sonrisa de medio lado y solté aire.
—Creo que continuaré mañana —decidí levantándome de la silla—. He pasado pegada a esta computadora por horas y horas sin éxito.
—Entiendo —respondió mamá—. Si no te molesta, puedo hacerlo por ti.
—Gracias —contesté sonriendo ligeramente.
Me recogí el cabello en un moño mientras me dirigía a mi habitación.
Me senté en el filo de la cama, mirando hacia el gran ventanal que se encontraba a mi lado izquierdo.
«Realmente extrañaré este lugar», pensé.
Hacía ya dos meses cuando decidí independizarme, vivir por mi propia cuenta.
Al principio, mi madre se había negado rotundamente. Me había dicho que yo sólo era una "chiquilla" y que aún no estaba lista, a lo que yo repliqué: "Mamá, tengo veinte años".
Quizá lo que quería era que no la dejara sola, que no la "abandonara" como lo hizo Ryan, mi hermano mayor de veinticinco años quien dejó la casa a los veinte, al igual como yo estaba a punto de hacerlo.
Pero ese no era el punto, le había dicho. El punto era que en algún momento de mi vida habría tenido que hacer aquello, y que en ese momento estaba segura de que quería hacerlo.
Me parecía emocionante tanto como abrumador y espantoso a la vez. Dejar el lugar en dónde había vivo mis veinte años de vida, tener que acostumbrarme a vivir sin la persona que estuvo siempre para mí, era algo difícil. Pero había llegado el momento de aprender a tenerse a uno mismo.
Entonces mi nombre resonó desde la sala, sacándome de mis pensamientos.
—¡Cristine! —me llamaba mi madre.
Me puse de pie y salí de mi habitación dirigiéndome hacia donde se hallaba mi madre. Me coloqué a su lado.
—¿Qué sucede? —pregunté mirando a la pantalla del computador.
—Encontré algo. Espero que sea el definitivo. —Alzó la mirada—. Es un departamento amplio y bonito, como puedo apreciar en las fotos. Y el precio de renta es muy cómodo.
—Son quinientos dólares menos que anterior departamento que querías pagarme, así que... —Sonreí ampliamente.
—Pero —añadió— está en Londres.
Mi sonrisa se fue apagando poco a poco.
—¿En Londres?
Asintió.
—Está a dos horas de aquí... —continué.
—¿Sabes, Cris? De eso no te preocupes —dijo poniéndose de pie. Sonrió, mirándome a los ojos—. Yo siempre estaré de acuerdo en las decisiones que tomes. Y creo que esta es una gran oportunidad.
Miré a mamá.
El cabello negro le caía por los hombros, y siempre había pensando que con el pelo suelto se la veía más joven, con más vida. Pero sus ojos parecían cansados.
«Definitivamente nos parecemos», pensé.
—¿En Londres? —repetí—. Pero el punto era que no dejara Birmingham, mamá. No quiero dejarte...
Ella sonrió triste y colocó un mechón detrás de mi oreja.
—Claro que no me vas a dejar, cielo. Esta es una gran oportunidad. Tener tu propio apartamento, y en Londres. La ciudad en la que siempre habías querido vivir.
—Pero... —comencé.
—No te preocupes —me interrumpió, dándome un beso en la frente—. Además, ¿qué tiene de malo que estés a dos horas de mí?
Solté una risita, pero aún me sentía poco convencida.
Quizá tendría que pensarlo más.
ESTÁS LEYENDO
El Desastre |John Newman| (EN PAUSA)
RandomUn pequeño encuentro puede mejorar o arruinar todo.