MI ULTIMA LUNA

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Mi nombre es Bandort.

Mientras observo la luna me pregunto cuántas vidas se estarán apagando cada vez que una estrella se desvanece. La noche parece ponerse triste ante mis ojos, porque hoy vi las noticias y no eran tan esperanzadoras que digamos, numerosos accidentes, asesinos al asecho, muertes por doquier.

El pensar en cada microsegundo que transcurre en cualquier parte del mundo me genera terror y quiero creer que es un intento ímprobo de ser empático, debe ser eso, quizás.

Ya es algo tarde, el día estaba por culminar, la noche tomó el control y, como si de una señal se tratara, vi pasar a un singular amigo, era un perro que se notaba algo cansado mientras sus pequeños ojos clamaban alimento, así que sin pensarlo dos veces me acerqué a un minimarket y le compré unas galletitas, felizmente se los comió.

No hay duda alguna que, hasta las acciones más pequeñas pueden salvar nuestro día.

A la mañana siguiente, desperté temprano y ya se podían escuchar los gritos de mamá, parecía ser la discusión rutinaria que tenía cada mañana con mi hermano Fred.
Esta situación me agota cada día más, es como si entrara en un estado de trance sintiendo cómo unas luces parpadean en mi cabeza escapando un rato de la realidad, pero este día no puede simplificarse a ello.

Hoy es viernes 13, creo que lo de hace un momento augura un día trágico como era de esperarse.

Seguí mi camino hacia la feria, quedaba cerca de casa, así que por lo menos podré ver los trucos de magia baratos y repetitivos, siguen siendo entretenidos, pero a estas alturas de mi vida ya nada es lo que parece. Estoy seguro que en casa no notarán mi ausencia, creo que en estos últimos 23 años no lo notaron.

Ya en la feria, caminaba con los audífonos puestos escuchando "Guilty conscience" de 070 Shake. Asimismo, podía ver a la gente a mi alrededor, padres con sus pequeños hijos comiendo esos deliciosos algodones de azúcar, niños corriendo por todos lados, comerciantes ofreciendo sus productos; realmente sí se sentía como una feria tradicional, de esas donde hay luces coloridas, circos, puestos de pop-corn, juegos mecánicos, payasos y gente, mucha gente.

Antes de llegar al primer puesto, se me atraviesa un pequeño niño no mayor de 8 años, y no parecía estar en óptimas condiciones, podía dirimir ello por los harapos que llevaba puestos junto a unas botas negras, se me acercó.

—¿Usted vino solo?— preguntó.

—¿Ves a otras personas acompañándome?— le contesté seriamente.

—No, pero veo a un señor triste y amargado.

En ese momento me molestó más que me haya llamado "señor". Así que sólo atendí a mirarlo seriamente después de haberme hecho sentir como uno de esos adultos frustrados que vagan por ahí soltando su amargura con quienes se crucen en su camino. Vaya, que irónico.

—¿Me colabora con unas monedas?— me preguntó levantando la mirada y mostrándome una sonrisa inocente, como cuando uno le quiere pedir permiso a los padres para salir de fiesta.

—Toma, es un billete grande. Creo que esto alcanzará para que comas por lo menos un par de días.

Era más de la mitad de lo que tenía para gastar hoy en la feria, pero estaba seguro que el pequeño lo iba a necesitar más que yo, eso al menos me daba algo de tranquilidad.

—Muchas gracias, señor, pero no lo puedo aceptar— me lo dijo con los ojos llorosos.

—¿Por qué no?

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