Omnisciente
El rubio recibió con gran alegría a la muchacha, extendiendo su mano para ayudarla a bajar de su carruaje. Ella aceptó agradecida y se fundieron en un duradero abrazo. Alois estaba enormemente feliz por ver a su prometida de nuevo. Y la joven no podía ocultar su entusiasmo por tenerlo delante.
—¡Te extrañé muchísimo! —exclamó, apretando el cuerpo de la chica al suyo.
—Yo también, Alois —murmuró.
Condesa (T/n) Phantomhive, la prometida de Alois Trancy, la araña de la reina.
—¡Le diremos a Claude que has llegado! —agarró la mano de la contraria y echó a correr hacia el interior de la mansión.
Frenaron en seco al encontrar al demonio de gafas regañando a los trillizos, mientras que Hannah solo bajaba la cabeza.
—Sois incompetentes —reprochó Claude.
—¡Claude! —chilló el ojiazul.
—S-señorito Alois —todos hicieron una reverencia—. ¡Bienvenida, señorita (T/n)!
—Un placer volver a verlos a todos —respondió ella, dando una leve sonrisa.
Y es que, si algo de Phantomhive tenía, era su mal carácter. Solía ser seria y responsable, le gustaba el silencio, los días de lluvia y el olor de los libros nuevos. Profesional y trabajadora, esa era la condesa (T/n) Phantomhive, líder de la empresa Phantom. Sencilla, discreta, educada y elegante. Cosa que cambió por completo al conocer al de cabellos dorados, que hizo que su carácter se transformara en uno amable y cariñoso. Pero fuera de su temperamento, amaba sobre todas las cosas a aquel chiquillo con problemas mentales, apego emocional, ataques de ira y poca estabilidad.
—Prepararé el té —anunció Claude, saliendo de la estancia.
—Alistaré su habitación, señorita —dijo Hannah, recibiendo al instante una mala mirada de su amo.
—¡Dormirá conmigo! —objetó molesto, acercándose a su sirvienta con la intención de lastimarla.
—Alois —regañó la de cabello (c/c), tomando firme su brazo para detenerlo—. Ya hablamos de esto, nada de agresiones al personal.
—¡Ah, sí! Disculpa, cariño —sonrió nervioso y apenado.
—Muchas gracias —susurró la de piel morena.
Para entonces, el Trancy había abandonado el lugar, ya que fue a toda prisa a su habitación, diciendo que le tenía un regalo a la Phantomhive.
—No dejaré que te haga daño, Hannah —acarició su mejilla y siguió los pasos de su novio.
En la mansión, todos los demonios adoraban a la señorita. A pesar de ser frívola en ocasiones, los trataba como a iguales. Ese hecho ganó los corazones de los trillizos y de la peliplata. Aunque había un demonio en particular al que eso le gustaba, sí, pero su alma era la principal atracción. Y es que, al igual que la de Ciel, su alma era especial y deliciosa.
Ingresó al cuarto y encontró al chico rebuscando en un cajón, sentado en el suelo.
—¡Aquí! —sacó un cuaderno con flores azuladas en la portada—. Mira, los he hecho para ti.
Abrió la libreta y mostró muchos retratos de la chica, en la mayoría estaba con un pomposo vestido blanco y velo.
—Como te gustan los dibujos, he estado practicando un montón —le entregó el objeto—. Quiero que te los quedes, considéralo un regalo de tu esposo, ¿bien?
—Gracias, Alois —esbozó una dulce sonrisa—. Me encantan, dibujas genial.
Se ruborizó un poco y abrazó a la mujercita con fuerza.
—No vas a abandonarme nunca, ¿verdad? —habló en voz baja—. No te irás de mi lado, ¿cierto?
Lectora
Ahí estaba mi querido prometido. Si alguna vez dudaba de que fuera él, esa pregunta las disipaba.
Acaricié su cabeza con suavidad.
—Jamás me alejaré de ti —hundí mis dedos en sus bien peinadas hebras doradas, masajeando con cuidado.
Noté que escurrían lágrimas de sus ojos, así que me separé despacio y las limpié con mis pulgares. Alois era el claro símbolo de la bipolaridad.
Me acerqué a su rostro, dispuesta a besarlo, pero la puerta de su habitación se abrió y me separé por inercia.
—Señorita, su... mayordomo —hizo énfasis en su última palabra—, ha venido a hablar con usted, es un tema importante, según él.
No sólo el demonio parecía molesto de la presencia de Sebastian, si no que mi precioso ojiazul parecía estar enfadado con su segundo sustento emocional, Claude Faustus.
Agarré la mano del Trancy para tranquilizarle.—Voy enseguida, gracias por avisar.
—¿Vas a irte...? ¿Me vas a dejar solo...?
—Claro que no, bebé. Solamente voy a ver qué quiere Sebastian —lo consolé—. No tardo, te lo prometo.
Asintió sollozando de nuevo. Me levanté con ayuda de la mano de Claude y lo seguí hasta el salón.
—Señorita —me llamó—. Su hermano me dijo que le trajera esto lo antes posible.
Me entregó una carta firmada con bonitas letras negras, pero no era la fina caligrafía de Ciel, si no la del propio mayordomo.
—¿Mi hermano? —cuestioné. No, esa no es su letra—. Muchas gracias por traerla, Sebastian.
—A usted. Ya que pasará la noche aquí, debía avisarle —sonrió ladino e hizo una reverencia antes de desaparecer.