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Solo recuerdas caminar por la carretera, —estabas solo y te sentías muy cansado— cuando en aquel cielo apareció la primera nave. No puedes recordar su color, pero podías entender que no era un color que un humano haya descubierto aún. Tus ojos miraron a la nave hasta que desapareció a la distancia. Tu piel se erizaba rápidamente, dejando que las gotas de sudor por el sol cayeran hasta el suelo.

Mientras tu mente analizaba la situación los autos a tu alrededor se detuvieron de un golpe, y de sus motores se desprendía un sonido cuando sus motores estaban deteniéndose. Rápidamente las personas se bajaron de ellos y comenzaron a mirar fijamente a aquel cielo.

Los murmullos de las personas comenzaban a llenarte los oídos y los escuchabas con mucha claridad. Al igual que a ti, todos se preguntaban los mismo. Sin embargo, parecía que no hubiera alguien para responder a sus preguntas.

Tu piel comenzaba a sentir el calor de un sol de medio día y de sus cuerpos irradiaba un brillo singular por el sudor que continuaba brotando de sus pieles.

Todos miraban a aquel cielo, cuyas nubes parecían temerle a algo desconocido. Y lentamente se separaron, dejando al descubierto lo que todos pensaban sobre el espectáculo final que nadie esperaba recibir. Una fuerte ráfaga de viento comenzó a recorrer por todos los lugares cercanos. Todos sintieron un golpe en la cara. La naturaleza les advertía cruelmente de lo que estaba por suceder, y nada estaba bien.

Nadie contaba los minutos exactos, pero la segunda nave apareció casi de inmediato. Una luz destellante venía de su exterior. Todos la miraron de inmediato, pero su luz era de un color que hacía que sus ojos dolieran y sus pupilas lloraban al hacerlo.

Aquella luz destellante comenzaba a golpear el suelo de la carretera y todo lo que se atravesara a ella iba desapareciendo de manera brusca y el sonido chillante llegaba a sus oídos. Los autos seguían sin funcionar, pero las bocinas si se escuchaban. El sonido de la desesperación misma se disipaba y aquel bullicio de las personas se hacía evidentes.

Tus piernas me movieron sin pensarlo y comenzaste a correr sin dudarlo dos veces. Tu cuerpo solo respondía al miedo mismo. El sol se encontraba en lo más alto de aquel cielo. No podías notarlo porque resultaba ser casi imposible de verlo. Su brillo iba disipándose rápidamente, como si el temor le recorriera y ahora se negaba a brillar. Aquel sol sabía lo que sucedía y también temía por este mundo.

Tus piernas estaban tambaleantes, pero no se detenían por nada. Tu respiración pesaba con cada paso que dabas, con cada pisada que se marcaba sobre el pavimento. Escuchaste el grito sollozante de una persona que chocaba de forma brusca frente a ti. Ambos cayeron duramente sobre aquella caliente carretera. Tus asustados ojos solo podían ver como aquella luz se posaba sobre tu cuerpo y sobre el cuerpo de las demás personas que estaban a tu alrededor. ¿Dolió? No lo recuerdas.

La Llegada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora