𝐌𝐎𝐑𝐓𝐄𝐌 : La osificación de un sentimiento, vértebras y una ciudad abandonada
𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑𝐎
« polillas »Ciertamente, cuando llega enero, sus pómulos se iluminan de una libertad abrasadora y dominante, que revuelve sus huesos humedeciendo las costillas y corazón, palpito a palpito, se sumía en una murria ambarina que ruega por salir de su crisálida helada. Poseedor de un alma vertebrada y un ser incorpóreo, es de esa forma como lo sentí, tras los viejos faroles de gran entrada a la catedral fantasmagórica, con olor a naftalina y cadáveres de árboles. Las veredas se rompen, en vigías internas, y sus ojos observan grietas con la misma tristeza de haber nacido por infortunio en la tierra y no en el cielo ni en el mar. La vida se tapa el rostro con la mano izquierda y él cubre su herida con la derecha.
El cielo se cubre en el sangrado crepuscular con nubes de tabaco y olor a ron cantinero de luces amarillas, el bermellón se extiende a los dedos, mejillas, nariz y boca, como si los humanos absorbiéramos color, así como toda esta ciudad de tela húmeda y acuarelable. Y las luces, estrellitas mentirosas y artificiales entre la bruma cósmica formada naturalmente en cada inicio de madrugada. Se sienta en el banco vacío, habla conmigo con un codicioso inglés apenas aprendido, asemejando a una quimera de ensoñación juvenil, ¿qué cara pondría cuando descubriese mi falta en el banco de al lado? El abrigo que tiene puesto está carcomido por polillas silentes que se cansaron de perseguir luz y ahora solo buscan trozos míseros de almas perdidas en los vagabundos pasajes de la vida prestada y en agujeros de bolsillo. Me mira y lo miro, le amo en un idioma ocular, sus ojos de bestia, color del bronce y pestañas largas como de camello. Tiene la nariz resfriada y los dedos cansados de sobrevivir sosteniendo cigarrillos y lápices que solo escriben vorágines letradas al abismo, a un Dios con el sadismo dormido durante milenios, a humanos analfabetos que escupen en libros que son incapaces de comprender.
Y las lozas siguen enviándome a remolinos internos, me pierden entre bodegas y hogares donde solo hay gritos y llantos con luces apagadas, botas sucias en la puerta de la casa, periódicos de hace tres días que solo hablan del infierno terrenal. Cada edificación, es un espejo, donde me observo casi descalza, casi desnuda, con el ceño fruncido. Él se observa en el espejismo, casi muerto, casi nada; la lluvia comienza con sus gotas imperceptibles que danzan con la brisa, eterna, anémica de oxígeno verdadero que no hacen justicia ni alimentan nuestros talones huesudos. Su cabello café se moja poco a poco y escurre en mi rostro sin edad, entre el olor a incienso del barrio chino, parece una luna personificada y masculina con algún mal neurasténico en la inminente negrura humana con sus sigilosos tonos grises inquebrantables. Entonces lo rodeo con mis brazos, inhalo el almizcle detrás de sus orejas. Abrazo la inmensidad de su velo cadavérico, un memento mori, la representación de la inexorabilidad de mi muerte entre páginas amarillas y periódicos de menos de un sol. Roció su sangre en mis mejillas y esta alimentó a las flores curativas que en mi apellido y estómago comenzaron a brotar empolvadas desde el nacimiento porque nadie las supo abonar. Un caparazón lunar que oculta tarros de alquitrán por órganos, hambriento de migajas de pan y sal. Le susurro y prometo que seré la respuesta a su pregunta.
Sin embargo, entre el dulzor oxidado y limeño, sé que he nacido con signos de interrogación.
De pronto su rostro ya no es suyo, se vuelve el mío, veo en él mis ojos, mi nariz y mi boca, toma mi tamaño, mi encierro encadenado, mi nula oportunidad en estas cuatro paredes de un mural enfermizo, de pinturas de Barranco. Se ha robado mis rasgos, cubierto en lejía: una catarsis de lo adulterado, acerca de este mundo que es la repetición de un mismo versículo de la biblia. Y me convertí, en un sentimiento arcaico del primer día de vida en la tierra, en un fantasma repitiendo los mismos errores en una ciudad abandonada, que se llama Lima y tiene demasiada gente que no se pueden ver unos a otros, por tanto, hay soledad entre el sonar de un vals que incita a los suicidios sucesivos y el basural de almas como olas, lanzando plegarias y cantares salomónicos para gente que ya no existe.
Estoy acompañada.
Pero si hubiese estado sola cuando te describía, lloraba.
Ahogada, vomitando polillas.
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𝐌𝐎𝐑𝐓𝐄𝐌
Random𝐌𝐎𝐑𝐓𝐄𝐌 ⨟ « quiero morir en una ciudad abandonada » antología de mis peores escritos imaginados, donde oriné , lloré y vomité encima, a la vez.