PREFACIO
EN la madrugada sentada en el suelo frente a la laptop negra con silencio entre mi ángel y mi demonio, mis arrugas se tornaban en cada segundo más notables, como si me estuviera secando poco a poco. La sensación horrible de padecer el ardor en la garganta, acido en mi boca y que se derretía mi cuerpo desde adentro, sombras en los pasillos a mi alrededor en la plena oscuridad y solo la luz del papel virtual frente a mí, mi sed se volvía tensa y potente, tenía miedo, me reflejaba como una chica endeble ante el temor, pero por razones creo que entendibles, la tentación de un olor dulce y amargo a mi nariz, rendía el control, carecía de conciencia y me faltaba razón, lástima que lo sentía, no resistí, comencé a escribir la historia y en ella me perdí. Tentación de tomar en mis manos el elixir vital, un líquido rojizo para mi cuerpo esencial y sin opción más que arrebatárselo a el que vea desprevenido e inactivo, solitario tranquilo; deseaba algo sano y puro, sin ningún tipo de daño orgánico, brotaban de mis ojos lagrimas de cocodrilo, una mutación en mi metabolismo, lo cual me giro el mundo mismo; tan solo a mi frente encontré la soledad y el reto, la ansia era incontenible, devastadora, toda mi fuerza usada para aferrarme al suelo y no dejarme caer en mi último desliz, en un fallo involuntario, a kilómetros olía la carne, la piel y escuchaba los latidos y respiración cardiaca-!Cálmate¡-me grite. Y oré
-Le pido a Dios un toque de control-. Predique con sufrimiento.
-El te dará mañanas de ilusión y tardes de descontrol, noches de esplendor y madrugadas de amor-. Le sentí su voz sobre mí.
-Quizás solo con un poco de emoción y un sueño hecho realidad me basta para descansar-. Le roge postrada en el suelo.
-En paz, siempre el conformismo se valora, y ese sueño se te cumplirá-. Se desvaneció su presencia. Él, el que me robo la mortalidad.
