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El agua mecía el camarote con un delicado movimiento. Marina había tardado en acostumbrarse, los primeros días se mareaba y no tenía que esperar mucho para que el vómito se hiciera presente, pero ahora lo disfrutaba. Esos movimientos la relajaban, como si el agua pudiera evitar el destino que le deparaba. Desde que su madre le había dado la noticia, un nudo se iba formando en su estómago. Incrementaba al acortarse la distancia que la separaban de Buenos Aires, una tierra a la que hubiera disfrutado volver en otras circunstancias.

No tenía muchos recuerdos de aquél lugar, tal vez una que otra imágen, algún olor... Pero en general todo era España. Lo único que ella aún conservaba de allí era el ascento, su madre odiaba el hablar de los gallegos, por lo que se esforzó en que su única hija no lo adquiriera también. Aunque su misión no fue del todo un éxito, ella todavía mantenía una leve tonada que delataba la infancia que había pasado en España. Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos.

-Adelante- dijo. Un hombre alto con unas povladas patillas entró con cautela.

-Señora- saludó su escolta con una corta, pero respetuosa, reverencia-, estamos por llegar a puerto.

Marina frunció la nariz de un modo casi imperseptible, pero asintió. Tenía sus valijas preparadas hacía rato debido al creciente nudo que revolvía su estómago.

Al salir a popa, fue recibida por el viento americano que prometía nuevas oportunidades. El barco se frenó con lentitud a unos veinte metros de la costa.

-Tiene que ir en carreta desde acá, Señora- le aclaró uno de los marineros. Confirmando las palabras del hombre, una carreta se encontraba en medio del agua a unos pocos metros de donde se encontraban. -El río no es tan alto aquí.

Su escolta le dirijió una mirada de pocos amigos al señor y la condujo por la escalera lateral. El viento amenazaba con llevar su pollera volando, pero poco le importaba. Bajó con lentitud y cuidado de no dar un pie en falso y caer al agua. Allí, le esperaba un pequeño bote para llevarla hacia la carreta. Se subió con ayuda de un esclavo encargado del navío, luego, llegó su acompañante. El trayecto fue corto. Le dio una última mirada a su barco mientras se distanciaba de él a carreta, preguntándose si algún día volvería a España.

El puerto se encontraba ajetreado, personas iban y venían. El olor no era del todo agradable, así que Marina no se sorprendió al ver cómo su escolta arrugaba la nariz mientras la carreta se hacía paso entre todo ese bullicio. Salieron del puerto sin mucha dificultad, Marina no conocía el llugar, las calles se le eran desconocidas y no tenían la misma elegancia que las de Madrid. El conductor dobló varias veces, ella no sabía mucho de conducción, pero aquél hombre no era el mejor de todos. Las calles eran de piedra y el olor era muy fuerte, no había muchas casas "descentes".

Luego de un rato, la carroza paró frente a una pintoresca casona. No era ni tan grande como para parecer ostentosa, ni tan pequeña como para ser humilde. Un aire de nostalgia la invadió y se apresuró por bajar. Pisar tierra firme por primera vez en semanas la desestabilizó.

-¡Señorita!- el chico se bajó de la carreta y le ayudó a incorporarse.

-Gracias, García- le agradeció Marina con el equilibrio recobrado.

Al levantar la mirada, pudo divisar a una mujer que se dirigía hacia ellos a paso firme. Tenía un vestido azul muy hermoso y su cabello recogido. Parecía una mujer decidida, esa fue la primera impresión que Marina tuvo de su tía.

-Marina- exclamó Mariquita, dándole un dulce abrazo. Marina se desconcertó ante tal gesto, pero de su boca no salió nada más que una tierna sonrisa. -¿A quién debo el placer?

-Martín García de las Granadas, Señora, la escolta de la señorita Cortez.

La mujer lo analizo de arriba abajo tan disimuladamente que a Marina le costó notarlo.

-Un placer, caballero, veo que cumplió muy bien con su tarea. Ahora, por favor, pasen, debió ser un viaje agotador.

La casa era preciosa, amplia y cálida. Su tía tenía un estilo muy moderno, la mayoría de las cosas parecían importadas. Les dio un breve recorrido por la estancia, dejando el salón principal para lo último, demostrando, sin disimulo, su favoritismo. Se respiraba un aroma dulce que envolvía al lugar en un ambiente de lujuria (sin excederse como para llamarlo inapropiado). Cada uno de los muebles parecía estar fríamente calculado en cuanto a su posición, al igual que el color de las cortinas, el papel tapiz, incluso las ventanas parecían estar construidas de tal forma que reflejen la mejor parte del paisaje. El pianoforte era el centro de atención, elegante y delicado, relucía tanto como la sonrisa de su dueña.

-¿Sabes tocar? -preguntó ante la mirada embelezada de Marina.

-Solo un poco- respondió esta, recordando las tediosas clases de piano a las que su padre le había obligado a ir.

-¿Sabes leer? ¿Escribir?

Al confirmar, Marina pudo ver un brillo en los ojos de su tía.

-Veo que tus padres te educaron bien...y eres de buena cuna...No será difícil encontrarte un marido.- concluyó.

Ese nudo volvió con fuerzas al ver cellado su destino. No tenía escapatoria.

-Señora- una mujer interrumpió la conversación, se limpiaba las manos con su delantal mientras observaba a Marina-, no me dijo para cuentos va a ser la comida.

-Cincuenta, Doña Clara- respondió Mariquita-. Es para la tertulia de mañana en honor a tu llegada. - explicó.

La chica cada vez se le dificultaba más fingir una sonrisa.

La noche caía sobre la ciudad. Los buhos comenzaban su canto y una muy nerviosa Marina reposaba su cabeza en una mullida almohada. Si estuviera en España, ella solo le pediría a su criada, Doña Ester, un brebaje de esos que ella hacía para el sueño. El sabor amargo invadiría su boca y, al cabo de unos minutos, caería dormida. Pero su madre no le había permitido llevársela, ya que era la única sirvienta que poseían. El derrocamiento de Fernando VII había dejado a su familia en un mal estado financiero, más aún con la muerte de su padre. La única esperanza que tenían era que ella se casara con alguien de buena cuna que pueda mantenerlas, de otra forma, terminarían en la calle.

Marina trató de quitarse los pensamientos de la cabeza, de quedarse en blanco, pero estos volvían y revoloteaban su mente como gorriones hambrientos. El silencio del lugar la desconcertaba y la promesa de una tertulia le intimidaba. Sabía lo que dirían de ella, sin importar que cruzara medio mundo las malas lenguas siempre estaban. Ya podía sentir todas las miradas clavándose en su espalda, haciéndola sentir expuesta, desnuda. Todos hablando de su pelo, su vestido, su origen y situación social, dispuestos a avalanzarse contra ella ante el más mínimo error.

Su mente se saturaba con preguntas sin respuestas, callejones sin salida, palabras aún no dichas. Finalmente, sus ojos comenzaron a pesar y antes de que ella se diera cuenta Morfeo se la llevó con él.

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⏰ Última actualización: May 26, 2022 ⏰

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