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- ¿Qué es lo que más te duele de no volver a verla?

- Uff... es una pregunta difícil, señor. – el anciano camina hasta una roca que hay cerca para sentarse.

- Ven, siéntate. – me acerco y me siento a un lado de él. Nos quedamos silencio unos segundos, mirando al pueblo que está colina abajo mientras atardece. - ¿Qué es lo que más te duele?

- No lo sé... creo que... - comienzo a titubear. El anciano me mira.

- Hijo... si no vas a ser sincero ahora, habrás venido en vano.

- ¿Acaso hablaste con mamá para que yo hablara?

- Si supieras que no todos tienen acceso a hablar conmigo... muy pocas veces ando por aquí. – respiro profundamente para cobrar valor. ¿Qué es lo que más me duele de no volverla a ver? Sé bien la respuesta, pero esto de no hablarlo, provocó que mi mente se nublara y que mis palabras no respondan como deben. Es difícil expresar algo que nunca sacas a la luz. – Sé que puede costar decirlo; al principio cuesta encontrar las palabras, pero una vez que empiezas, todo lo demás fluye. Solo debes dejar que fluya. – devuelvo mi mirada hacia el pueblo.

- Me duele el hecho de que la seguiré viendo... pero no nos veremos de la misma forma; ya nada va a ser igual. – el anciano sigue admirando el paisaje, el pueblo a lo lejos, el atardecer, los árboles, las aves y el canto de ellas. – La voy a seguir viendo: camino a la escuela, en la escuela, en el camino de regreso de la escuela, por las noches en el cine, cuando salga a buscar las cosechas de la pequeña granja de mamá, cuando acompañe a mamá a la iglesia, cuando vaya solo... cuando vaya solo es donde más me dolerá.

- ¿Por qué?

- Porque es la soledad donde más presente se hace el vacío. Cuando estoy ocupado, ese frío se siente, pero pasa desapercibido. Pero, cuando estoy solo, no hay otra cosa en la que piense: en ella.

- ¿Por qué se alejó?

- Siempre vivió lejos de casa.

- Pero, aun así, estaban más cerca que nunca.

- Sí, nunca estuve tan cerca de alguien. Recuerdo el día en el que la conocí: nunca se acercaba a hablarle a nadie, pero ese día se animó a acercarse a mis amigas. Cuando llegué yo a saludarlas, la vi. Ella siempre estuvo ahí, pero esa fue la primera vez que la vi. Llegó para quedarse. Acompañaba a mamá a la iglesia, pero me costaba creer en Dios. Pero cuando la vi supe que, si existían los ángeles, existe un Dios.

- ¿Qué es lo que más te gustó de ella en un primer momento?

- Sus ojos. Cuando cruzamos miradas, sus ojos brillaban de una forma celestial, era un poema. Podía notar su timidez, su vergüenza, su picardía que estaba bien escondida y sus nervios al verme. Me llamó la atención como conversaba normalmente con mis amigas, pero cuando llegué yo, no soltó palabra alguna. Simplemente... nuestras miradas se llamaban, constantemente. Desde entonces no he dejado de verla. La vi en sueños, recuerdos y en la rutina: la escuela, la iglesia, reuniones con amigos... no he dejado de verla.

- Y... ¿Le hablaste?

- Sí, lo hice. Su voz me enamoró el doble. Su sonrisa me enamoró el triple. Y cuando me abrazó... no había palabras, ni números, ni poemas, ni canciones que pudieran expresarlo... es como si ya la conociera de hace años. La había visto en mis sueños desde antes de conocerla. Era ella, estaba seguro de que era ella.

- ¿Y? ¿Qué pasó?

- No lo sé. Se alejó. De repente, sus ojos no brillaban de la misma forma al verme, solo me brillaban a mí. Su sonrisa no era igual, tampoco sonreía con frecuencia. No es la misma. – se me cae una lágrima – Temo que se quede así para siempre. Que no vuelva.

ESCLAVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora