DÍA DOS

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Observé a Calla mientras deslizaba su camisa sobre su piel de porcelana y pasaba una mano a través de mechones de cabello para dejarlo liso de nuevo.

—¿Recuerdas lo que dije ayer sobre personas que merecen ser castigadas?

Asentí brevemente, aun mareado y entorpecido por lo que acababa de suceder. Calla subió la cremallera de mis pantalones. Cuando se acercó, el aroma a moho y polvo del cuarto de limpieza de la escuela quedó opacado por el aroma a rosas de su piel.

—Recuerdo cada cosa que dijiste ayer —murmuré, inclinándome para besar su cuello, pero ella dio un paso atrás.

—Lo pensé bien, y llegué a la conclusión de que no era venganza, era justicia. A demás, he escuchado por todos lados que el fuego purifica las cosas estropeadas. No hay mejor justicia que la que el fuego puede dar.

No me importaba si era venganza o justicia. Calla me había visto quemar una casa y seguía conmigo. En vez de temerme, había comenzado a verme, si era posible, con más interés.

—Entonces soy la mano de la justicia.

Ella sonrió. Su sonrisa fue tan oscura como el lugar donde estábamos.

Mis manos encontraron el dobladillo de su falda. Mis dedos tocaron la piel de sus piernas y subieron lentamente, tan lentamente.

—Hay alguien más que necesita que se haga justicia —dijo, su aliento cálido se deslizo sobre mi oído.

—Tú solo dime un nombre. Y un lugar.


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