Cambiar de instituto, amigos y ciudad, no es algo fácil en la vida de una adolescente. Mucho menos para alguien como yo. Respiro profundo y aprieto las libretas contra mi pecho. El primer día de cualquier experiencia siempre es intimidante, si los nervios pudieran calcularse en base a la cantidad de latidos que produce tu corazón, los míos, sin duda, superarían cualquier récord existente. Camino a través de los corredores de mi nueva preparatoria con la mirada clavada en el suelo; tratando de pasar desapercibida. Tengo la respiración agitada y las manos tan sudorosas que podría llenar un vaso con cada gota que transpiran. No sé qué me espera en este nuevo lugar, pero aspiro que sea algo mejor a lo que dejé atrás.
De repente me sorprende una gran multitud de estudiantes apostados en los pasillos. Grupos de chicas y chicos bien definidos: las porristas, consideradas las chicas más hermosas y populares; un séquito que no admite a ningún miembro que no cumpla con el perfil riguroso en el que solo pocas encajan. Del otro lado, están los atletas. Semidioses privilegiados y adorados por todos los estudiantes, cuyas marcas más importantes nada tienen que ver con sus logros deportivos, sino con la cantidad de muescas talladas en el poste de sus camas. Al final, en el extremo más escondido del corredor principal, la clase menos privilegiada... lo execrados. Un grupo conformado por tantos estereotipos, que, si de una paleta de pintor se tratara, crearía las obras más maravillosas con la cantidad de matices existentes.
En el tope de esa clase a la que llaman los execrados, se encuentran los cerebritos; elite exclusiva que solo se entremezcla entre ellos mismos y cuyo coeficiente intelectual es comparable al de Einstein. Del otro lado están los "bichos raros", un grupo muy particular; con gustos excéntricos y muy peculiares, pero que a mi parecer son tan normales y comunes como cualquier otro. La mayoría prefieren mantenerse alejados de ellos, en mi caso, particular, trato de llevarme bien con todo el mundo. Y, en el nivel más bajo de la cadena de la supervivencia, se encuentra la clase de aquellos cuyos atributos físicos no fueron bendecidos por la madre naturaleza... este es el grupo al que en definitiva pertenezco.
Le doy una ojeada a mi horario para comprobar el número del aula a la que debo asistir para recibir mi primera clase del día. Continúo mi camino y apresuro el paso para llegar antes de la hora y evitar el riesgo de ser expulsada por el profesor. No sería la primera vez que sucediera, pero la experiencia no es nada satisfactoria si terminas castigada y te envían directo a la oficina del director.
De repente, todo queda en silencio. Tengo un mal presentimiento y siempre que eso sucede, las cosas terminan yendo muy mal para mí. Me detengo en medio del corredor y me estremezco cuando descubro que todas las miradas están dirigidas hacia el lugar en el que me encuentro parada.
<<No, por favor, otra vez no>>
―Así que tú eres la nueva ―indica en tono despectivo una de las chicas de grupo de las populares, por lo visto, la líder de todas―, ya deben haberte informado que todo el que llega a nuestro instituto debe pasar por un proceso de iniciación.
¿Prueba de iniciación? Nunca lo había escuchado en toda mi vida.
Aferro los dedos con fuerza a mis cuadernos y estrujo sin querer la hoja en la que tengo impreso el horario de clases. Hice todo lo posible para que nadie notara mi presencia, pero, de una u otra manera, los problemas siempre terminan encontrándome. Respiro profundo y le ruego a Dios, para que esto termine cuanto antes y no sea más que fanfarronerías de la rubia oxigenada.
―No quiero tener dificultades con nadie.
Explico con un tono de voz casi inaudible.
―Lo siento, pero son las reglas y nadie está libre de ellas ―replica la rubia en tono sarcástico―. Esta recién llegada cree que puede venir y decirnos lo que podemos o no hacer en nuestra preparatoria ―me apunta con su uña postiza de manera acusadora y mira a sus amigas esperando su apoyo, a las que ellas corresponden con miradas recriminatorias en mi dirección. Trago grueso―. ¿Qué les parce si le demostramos a esta novata lo buen compañeros que somos y le damos la bienvenida que se merece? ―sus palabras me producen repelús, sé que de un momento a otro las cosas se saldrán de control. Me lo dice su mirada brillante y su sonrisa divertida. La multitud que la secunda comienza a gritar y a vitorear como locos, aupándola para que lo haga―. No podemos darle tal desplante a nuestra... ―me repasa de arriba abajo con asco, como si no pudiera soportar a la gente de mi tipo―, querida compañera.
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El chico perfecto
Teen FictionUn trágico suceso obliga a Abby Lancaster, a abandonar el pueblo en el que vivió durante toda su infancia y mudarse a casa de su abuela. Realizar cambios tan apresurados y drásticos en su vida no será fácil para ella, sobre todo, cuando tenga que...