Capítulo 5

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Habíamos ido al parque Terraplén con Rosario, Jorge, Camila, Antonela, Pablo (a quien llamábamos por su apodo: Topo) y por supuesto, Stefano y yo. El día se prestaba para ello, estaba un poco fresco pero soleado, las hojas secas que había dejado el otoño en los caminos presagiaban el invierno que estaba a dos semanas de alcanzarnos. Era una tarde de viernes muy agradable y aunque yo no tenía ganas de venir Antonela, que organizó esa juntada, nos insistió a todos para que fuésemos, que la pasaríamos muy bien y que si no íbamos nos mataría. Así que para las cuatro de la tarde ya nos veíamos las caras en aquel hermoso lugar de la ciudad.
Rosario había llevado el termo con agua caliente y el equipo de mate*, Antonela trajo una manta para sentarnos en el suelo y algunas cosas más, y lo demás llevamos paquetes de galletitas y demás cosas para compartir.
Stefano y Antonela eran recientes en el grupo, la segunda entabló una gran amistad con las chicas (eran casi inseparables) y el primero aún no entraba en total confianza. Por alguna razón Stefano no lograba sentirse del todo cómodo, supuse que sería por dos cosas: Camila gustaba de él y era un poco molesta, o porque a Jorge no le agradaba demasiado debido a la popularidad que tenía con las chicas. Cuando le comenté esto último a Rosario, ella solo dijo que no me preocupara, que Jorge se sentía amenazado porque gustaba de Verónica de la escuela y se había enterado que ella estaba detrás de Stefano. Lo mismo le trasmití yo a Stefano, pero no me comentó nada, solo asintió ante aquella información e hizo una expresión rara que me costó leer. 
La tarde estaba bastante movida, había gente haciendo deportes, paseando a sus perros, grupo de amigos tomando mates y charlando o personas que solo daban vueltas para disfrutar del sol matutino.
Nosotros ya habíamos empezado a tomar mates y a hablar de diferentes temas y cosas que anduvimos haciendo, mientras Antonela nos tomaba fotos cada dos segundos por cada cosa que hacíamos.
—¡Ay, boludos, los re shippeo mal*! —Decía Antonela con voz entusiasta mientras le sacaba fotos a la única parejita del grupo, Rosario y Topo—. Son re perfectos, en serio.
Yo coincidía con ella. Rosario era alta y gordita, de pelo castaño muy largo y ojos color miel, muy bonita de cara. Pablo por otro lado era una cabeza más baja que su novia, el pelo un poco largo y negro que le cubría las orejas, las que le habían dado el apodo de Topo (que aunque algunos lo usaban de forma despectiva, nosotros lo decíamos afectivamente) en su niñez, su nariz resaltaba bastante en su cara, era muy delgado y mucho más pálido que Stefano. Y aunque algunos decían que eran disparejos, para nosotros se veían muy bien los dos juntos, eran muy adorables en verdad y tenían una de las mejores relaciones que yo conociera. Eran todo lo que estaba bien.
Camila hacía bromas a Stefano, Jorge relataba sus anécdotas de siempre y yo solo observaba. En un momento Stefano se puso de pie para desperezar su cuerpo, fue entonces cuando corrí y me tiré encima de él haciéndolo caer al suelo, no muy fuerte. Rodamos por el pasto y las hojas y al detenernos aproveché para sentarme sobre su panza a horcajadas. 
—¡Qué hijo de mil que sos, salí de encima! —Me decía riéndose. 
—¿A ver si me podés sacar vos mejor? —Lo desafié juguetonamente. 
Aceptó el reto y comenzó a forcejear, rodamos varias veces más en el piso hasta que él logró ocupar mi lugar. 
—¡Te gané! —Declaró con júbilo. 
Con una de mis manos agarré una de sus firmes nalgas y la apreté. Noté el desconcierto en sus ojos y lo vi sonrojarse, lo que solo provocó que me dieran ganas de besarlo en su inmaculada boca violácea. 
—Apa, tenés un culo bien duro, che, me gusta —dije riendo, a él este comentario lo dejó fuera de combate y logré recuperar el lugar de antes: yo encima de él. 
Stefano sonreía con timidez. 
—Sos un pelotudo, ¡eso no se vale! —exclamó sin que la tierna curva de sus labios se desvaneciera. 
—Conmigo todo se vale —dije sonriendo.
Me levanté, lo ayudé a él y juntos corrimos con nuestros amigos que se reían de nosotros. 
Nos quedamos ahí hasta pasadas las siete de la tarde cuando los demás decidieron regresar a sus hogares porque empezaba a anochecer. Antonela, Stefano y yo nos fuimos juntos en uno de los colectivos locales, que terminó por dejarnos cerca de la casa de Antonela. Les pregunté si querían comer en mi casa, Antonela se negó porque tenía que hacer algunas cosas, pero Stefano aceptó, no sin antes mandarle un mensaje a su madre para que le diera permiso. 
Después de que Antonela se marchara, con Stefano tuvimos que caminar varias calles hasta mi casa, durante la caminata solo hablábamos nimiedades, hacíamos bromas tontas e inventábamos juegos ridículos (si uno de los dos decía «no» perdía, si uno de los dos pisaba alguna línea de las baldosas en las veredas perdía, etc.). Llegamos cerca de las ocho y media de la noche y mi padre ya se encontraba cocinando un rico arroz con una salsa hecha de puré de tomates, cebolla picada, zanahoria rayada, morrón cortado en juliana, orégano, pimentón, provenzal y carne picada. El rico aroma invadió mis fosas nasales y abrió mi apetito. 
—Papá, este que esta acá es Stefano, un amigo de la escuela que se va a quedar a comer. 
Mi padre se dio vuelta y levantó la mano a modo de saludo. 
—Un gusto, Stefano, yo soy Martín —papá le sonrió—. Que bueno que invitaste a alguien porque estoy haciendo mucho arroz, además hace tiempo que no tenemos una visita por acá. Excepto por Fernando, pero ese pendejo casi que es mi hijo —rió con lo último. 
—¿Dónde está Marcos? —Pregunté. 
—Está en el taller, arreglando la nueva moto de Fer. 
—¿Tiene moto nueva, Fer? 
—Sí, se compró una como la que tenía, pero usada, aunque está muy bien cuidada, solo le faltan arreglarle algunas cosas. 
Asentí y con un movimiento de cabeza le dije a Stefano que me siguiera. Encendí el televisor y nos sentamos frente a este, no había muchas cosas interesantes para mirar, pero nos entretuvimos un rato haciendo zapping. Terminé por dejar un canal donde se encontraban dando la segunda, y la mejor para mí, película de Terminator. Y para nuestra suerte hacia minutos que acababa de comenzar.  
Fue en la parte donde John y Sarah Connor junto al T-800 escapaban del psiquiátrico, después de un breve enfrentamiento con el T-1000, que Stefano se puso de pie y se acercó a una foto que había en un aparador. Era una foto vieja, Marcos tenía doce años y yo siete, ambos estábamos abrazando a mi mamá que sonreía a la cámara. Stefano la agarró y la observó un largo rato. 
—¿Hace mucho que falleció? —Preguntó con cautela, ya le había comentado que mi madre había muerto, mas no había entrado en detalles. 
—Cinco años hizo en febrero. 
Él siguió mirando la foto. 
—Se parece a vos. 
Aquello me sorprendió. La gente siempre solía comentar que yo era muy similar a mi padre, nadie jamás me dijo que tenía algún parecido con mi madre. 
—Nada qué ver —contesté dudoso, por dentro me emocionaba saber que tenía una similitud con mi madre—. Mi hermano es el que se parece a ella, tiene el mismo color de pelo, de piel, de ojos, todo. 
—Vos tenés la parte de los ojos igual a la de tu mamá, sus cejas son iguales y tienen la misma sonrisa —añadió con convicción.  
—¿En serio? —Stefano asintió y volvió a dejar la foto donde estaba. 
Un colosal vórtice de emociones encontradas se apoderó de mí, Stefano había logrado lo que jamás nadie pudo: hacer que me sintiera tan bien al recordar a mi difunta madre. Él se sentó al lado mío, por un rato se mordió el pulgar y después preguntó un poco tímido:
—¿Cómo fue después de que murió?
La pregunta no me hizo sentir mal, pero medité la respuesta. 
—Los primeros meses fueron los peores…, mi hermano Marcos sufrió muchísimo y mi papá también. Mis tías, las hermanas de mi papá venían todos los días a ayudarnos, los amigos de mi hermano prácticamente vivían acá, la casa estaba llena de gente: primos, vecinos, tíos, parientes lejanos, amigos. Todos estaban tratando de ayudarnos, ya que mi mamá y mi papá eran personas muy queridas, a mi papá hasta el día de hoy lo quiere mucha gente. En fin, supongo que cada uno quería dejar su granito de arena para que nos sintiéramos bien y por eso siempre estaba por acá, tratando de ayudar en lo que pudieran. 
Mis ojos se encontraron con los de él que estaban serenos y llenos de curiosidad de la sana. 
—¿Y cómo lo llevaste vos? 
Miré la pantalla del televisor y vi como Sarah lloraba en brazos de su hijo diciéndole que lo amaba, que siempre lo había amado, y John le respondía que lo sabía. Un nudo se formó en mi garganta y medité más esa pregunta. Antes de responder, me vi en la necesidad de inhalar y exhalar pausadamente. 
—Papá tenía a mis tías, mi hermano a sus amigos y yo… No sé, supongo que a ellos. Estaban mal y yo igual, buscábamos consolarnos entre nosotros de alguna manera. Venían mis amigos de acá del barrio para jugar y yo iba, pero nunca les conté como me solía sentir; no siempre estaba mal, pero a veces sí y era feo. Pero ellos eran muy chicos para entenderlo y yo solo lo entendía porque era algo que estaba viviendo —suspiré con esa melancolía con la que se recuerda a alguien que ya no está y volví mi vista a la televisión.
Stefano se puso de pie y apoyó afectuosamente una de sus manos en mi hombro. 
—Cualquier cosa que vos necesités, lo que sea, así te parezca a vos una boludez, podés contar conmigo. Yo voy a estar para vos siempre, no importa lo que sea. Solo llamame y voy a estar —sus ojos resplandecían al hablar y su voz era casi melódica. 
Mordí mis labios para no llorar y tuve que volver a inhalar y exhalar como precaución. 
—Gracias —dije afable, mirándolo a los ojos y regalándole una sonrisa dulce. 
Continuamos viendo la película en un atractivo silencio hasta que papá me llamó para poner la mesa, cosa en la que Stefano me ayudó. Al rato de empezar a comer llegaron Marcos y Fer del taller, sus platos ya estaban servidos así que se sentaron inmediatamente, con todas sus manos y ropas llenas de grasa. 
—¿Quién es este? —Preguntó mi hermano apuntando con el mentón a Stefano, tenía la boca llena de comida y fue casualidad que entendiéramos lo que dijo. 
—Es Stefano, un amigo mío. 
Marcos lo observó detenidamente por unos segundos. 
—Tenés cara de nena —dijo al final. 
Estuve a punto de mandarlo a la mierda, pero Stefano habló primero. 
—Y vos tenés cara de pelotudo —le respondió sonriendo.
Papá y Fer intentaron contener la risa sin mucho éxito. Marcos le sonrió. 
—Ya me caíste bien, pibe —sentenció.  
Y así pasamos un rato ameno, más tarde Stefano se terminó yendo a su casa y todo volvió a la normalidad.

Las semanas siguieron transcurriendo, nos llevábamos cada vez mejor con
Antonela, a Jorge le empezó a caer bien Stefano, Camila seguía tratando de conquistarlo (aunque Stefano no era su único objetivo), Rosario y Topo seguían siendo ellos mismos, y Stefano y yo conectábamos más con cada conversación, con cada mirada, con cada roce que teníamos. Un día de esas semanas llegué tarde a la escuela (¡qué raro, ¿no?!), Stefano me había guardado mi lugar como siempre y yo feliz por ello, aunque lo noté raro, como ansioso, movía muchos sus dedos y se mordía la uña del pulgar a cada segundo. No dije nada, pero al sonar el timbre del primer recreo, sujetó mi brazo como para impedir que me pusiera en pie.
—Quedémonos acá —dijo en un tono de voz más alto de lo acostumbrado. Si no fuera porque lo conocía, hubiese pensado que era una orden lo que me decía.
—Está bien —lo miré extrañado. 
Cuando el aula estuvo casi vacía me miró y habló. 
—La semana que viene es mi cumple —dijo apresuradamente y tuve que descifrar la mayoría de las palabras.  
Sabía que era su cumpleaños porque había revisado su muro de Twitter varias veces desde que nos habíamos empezado a seguir por ahí, pero decidí fingir sorpresa. 
—¡Qué copado, che! ¿Qué día cumplís? —No estaba seguro de si mentía bien, pero con lo nervioso que se veía Stefano apuesto que no lo notó. 
—El nueve de julio. 
—Naciste el Día de la Independencia, ¡que piola! Y al día siguiente es viernes, el último día de escuela porque empiezan las vacaciones de inverno, la re pegaste mal, boludo. 
Él asintió. 
—Cómo sea, te lo contaba porque van a ir dos amigas, un amigo, mi tía y mi prima… iba a venir otro amigo más, pero no va a poder, pero bueno no importa… quería saber si vos querés ir también. Es algo así nomás, simple. Ninguna fiesta, todo normal, para pasar un rato con gente cercana…
—Voy a ir entonces —sus ojos brillaron de emoción y estoy seguro que los míos igual. 
—Qué bueno, entonces te voy a esperar. Es a la tarde y nos vamos a quedar a comer a la noche, y después de última mi mamá te puede llevar a tu casa si no tenés en que irte—hablaba con tanta excitación que me provocaba ternura. 
Asentí de acuerdo. 
—Dale, dale, ya me dieron unas re ganas de ir. 

***
GLOSARIO:

*EQUIPO DE MATE: los objetos necesarios para preparar la infusión argentina conocida como mate, que consta de un recipiente para el azúcar (llamado azucarera), un recipiente para la yerba mate (conocido como yerbera) y un recipiente parecido a un vaso que es el mate y que viene con una bombilla (que es como una pajita, popote o sorbete, pero normalmente es metálico).
*MAL: dependiendo del contexto se suele usar como sinónimo de verdad. Ejemplo: alguien dice que hace mucho frío y el otro responde "mal, demasiado frío" estando de acuerdo.

Mateo y la eventualidad del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora