El sábado después del mediodía estaba en la puerta de la casa de Stefano. Su mamá no se encontraba por temas de trabajo y quien me abrió la puerta fue Venecia, que me dijo que su hermano se hallaba en su cuarto. Al llegar al lugar lo encontré recostado jugando con la play station. Stefano se puso de pie enseguida y por un instante lo noté nervioso, como dudando si saludarme con un beso en la boca fuera lo correcto. Al ver que yo lo encaré para un beso, se despejaron sus dudas y nos dimos un pico corto y lindo.
Admito que esa situación se me hacía rara, sin embargo ganaba más ese sentimiento de que todo iba a estar más que bien siempre que estuviera con Stefano. No importaba que las cosas que sentía fueran por un chico, tampoco importaba lo que la gente podría llegar a pensar o a decir si se enteraban porque solo importaba ese momento y el resto quedaba atrás, fuera del momento, solo importaba descubrirme con Stefano y ver qué tan lejos podían llegar los sentimientos que tenía por él.
Nos sentamos en la cama, uno al lado del otro, e hicimos silencio un instante antes de hablar.
—No puedo creer que estés jugando al Budokai, amo ese juego, mi hermano lo tiene y antes lo vivíamos jugando —le conté mirando a la tele y sonriendo.
Stefano me miró con ese brillo dulce y pícaro en los ojos que tanto lo caracterizaba.
—Mati, hay dos cosas que hizo bien la humanidad: la primera fue crear la play 2, y la segunda fue crear el Budokai Tenkaichi 3 —decía todo mientras sonreía, lo que lo hacía ver hermoso—. ¿Jugamos un rato?
—Si estás preparado para perder, mirá que soy muy bueno —le dije con una sonrisa competitiva.
—Vamos a ver que tan bueno sos entonces —respondió con un tono igual de competitivo.
Empezamos a jugar y terminé ganando con un Cell perfecto y Stefano perdió con un Vegeta súper saiyajin 2. Le refregué mi victoria en la cara hasta que se enojó levemente, me daba mucha ternura verlo así, con esa carita haciendo puchero. Al final lo abracé y le pedí disculpas hasta que se le pasó el enfado. Dejamos de jugar y nos acostamos, charlamos de varias cosas hasta que no pude evitarlo más y lo besé. Lo sujeté fuerte de las caderas y no dejé de besarlo, estuvimos un buen rato dándonos apasionados besos. Le decía que era hermoso y él me respondía que yo lo era más y eso se sentía demasiado bien. Seguimos con eso como una hora más, con besos de lengua, besos en el cuello, caricias, toqueteos y roces en algunas partes del cuerpo, y reconozco que todo me tenía muy excitado, pero la verdad es que era muy pronto para dar otro paso y no me sentía ni un poco preparado, y pienso que Stefano estaba igual. Por el momento los besos y caricias estaban muy bien.
Más tarde nos dio hambre y merendamos con Venecia. Me sorprendió lo mucho que comían, pero luego recordé que ambos hacían mucho deporte. La madre de los chicos llegó cuando terminábamos de merendar y yo me quedé un rato más hasta que le avisé a Stefano que me tenía que ir, por lo que decidió acompañarme afuera.
Iban a ser las seis de la tarde y ya estaba bastante fresco el día. Que suerte que me traje un abrigo, pensé para mí.
—¿Haces algo hoy a la noche? —Preguntó Stefano.
—Me junto en lo de Tobi, un amigo que vive ahí cerca de mi casa, vamos a comer unas pizzas, jugar a las cartas y tomar un vino. Van a ir alguno de los chicos, Rosario, Topo y creo que Cami también —le conté.
Stefano asintió lentamente. Se hizo un silencio que se prolongó por un minuto o más, ambos nos mirábamos sin decirnos nada, sin querer despedirnos. Fue Stefano quien rompió el silencio.
—Me gustás, Mati, de verdad me gustás mucho —su voz era serena y sus ojos resplandecían.
Mi corazón había comenzado a acelerarse cada vez más, de pronto me sentía ansioso y eufórico a la vez, con ganas de gritar y abrazarlo hasta que de alguna extraña manera nuestros huesos se fusionaran y nos transformaramos en un solo ser, probablemente uno deforme con cuatro brazos y piernas y dos cabezas, pero un ser único al fin y al cabo.
Inhalé y exhalé antes de hablar, intentando calmar mi respiración y a mi corazón, aunque este último no tenía intenciones de calmarse.
—Vos también me gustás mucho Stefano, no sé cómo pasó, nunca se me pasó por la cabeza que me iba a gustar un chico, pero pasó y no es algo que quiera esconderte. Me gustás un montón y me encanta estar con vos, pasar tiempo con vos, hablar con vos, hacer cosas con vos; hasta estar en silencio es algo que me gusta si estoy con vos —por momentos sentía como si mi voz quisiera quebrarse, pero intenté que se mantuviera firme para que el chico que tenía enfrente supiera que hablaba en serio.
Stefano me sonrió como solo él podía hacerlo.
—¿Querés ser mi novio, tonto? —me preguntó con nerviosismo y ternura en su voz.
—Sí, sí, obvio, más vale que quiero, enano —le respondí sonriendo y asintiendo al mismo tiempo.
La pregunta me había tomado por sorpresa, pero no me importaba porque sí quería ser el novio de él, quería todo con él, estaba tan loco de ese sentimiento que si me hubiese propuesto casamiento en lugar de un noviazgo habría dicho que sí sin dudar.
Stefano se acercó a mí y me besó, otro beso más, apasionado y lleno de ternura. Sentía que volaba, me sentía en el cielo. Estaba en éxtasis.
El domingo volví a ir a lo de Stefano. Ese día pensábamos ver una película, pero noté que mi novio tenía muchos libros en su cuarto, así que empecé a chusmear su librero para ver que me encontraba.
—No sabía que te gustaba leer —me dijo Stefano.
—Me gusta, tengo algunos libros en casa, pero no es algo que haga muy seguido —le conté.
—Yo tengo muchos porque mi tío Roberto siempre que viene de Buenos Aires me trae como cinco o seis, a él le encanta leer —se acercó a mí lado y me señaló una parte del librero—. La mitad de estos ni siquiera los leí.
Entre tantos libros de la estantería encontré uno que me llamó la atención, era “Cementerio de Animales” de Stephen King.
—Este parece bueno —le comenté.
—Si querés te lo regalo, esta nuevo, yo nunca lo leí —me lo ofreció.
Lo miré y le sonreí.
—¿Y si en vez de mirar una película, leemos esta novela? —Le propuse con entusiasmo.
Stefano me miró extrañado.
—¿Vos decís?
Lo convencí de que sí y nos recostamos en la cama, Stefano apoyó su cabeza en mi pecho y yo apoyé el libro abierto en mi abdomen. Yo leí el primer capítulo y Stefano el segundo y así nos fuimos turnando. De vez en cuando comentábamos lo que nos iba pareciendo el libro.
Aquella me parecía una situación algo extraña porque aunque no era muy de leer, hacerlo con Stefano fue algo que me gustó mucho, sentí que fue un momento íntimo, esotérico, muy especial entre los dos y quería que se volviera a repetir.
El lunes, ya empezadas las vacaciones de invierno, regresé a su casa para seguir con la novela e hicimos además otras cosas sin importancia y después, el martes otra vez en su casa me quedé a cenar. El miércoles el decidió venir a mi casa, se quedó a comer a la noche y la pasamos genial con mi padre y mi hermano; Marcos y Stefano se hacían bromas tontas entre ellos con toda la confianza del mundo y eso me agradaba, porque Stefano se estaba adaptando muy bien a mi familia. El jueves volvió a mi casa y Marcos casi nos descubre besándonos, pero no fue así por poco, aunque Stefano y yo luego nos reíamos por ello, era un poco excitante el saber que casi alguien nos descubría haciendo algo prohibido.
El viernes estábamos en mi pieza jugando damas mientras esperábamos la comida; los encargados de cocinar esa noche eran Fernando y Marcos.
—¿Entonces tu papá recién viene tres días antes que terminen las vacaciones?
Stefano asintió, se encontraba sentado en la orilla de la cama, una de sus manos estaba en mis pies y los acariciaba lánguidamente. Yo estaba recostado en la cama, sostenía el lado izquierdo de mi cara en mi mano izquierda, cuyo codo estaba apoyado en el colchón para mantener a ésta arriba.
—Eso es un garrón* —seguí—. Pero bueno, al menos lo vas a ver unos días.
El padre de Stefano vivía en otra ciudad y pocas veces al año podía verlo, a pesar de lo mucho que él lo quería. Continuamos con el juego y platicando banalidades hasta que Stefano dijo algo diferente.
—Hasta ahora nunca me preguntaste sobre mi orientación sexual ni hablaste nunca de la tuya —se hizo una pausa entre los dos un poco larga—. Si no querés hablar de eso está bien, lo entiendo, no saqué el tema hasta ahora porque pensé que era algo que te podría incomodar.
Cavilé un rato sobre lo que diría y hablé en voz baja por las dudas.
—No me incomoda y no tengo problemas en hablar sobre eso. Siendo sincero, antes de conocerte a vos yo me chamuyaba con una piba de acá de mi barrio y siempre me gustaron las chicas, nunca me sentí atraído por ningún pibe… Hasta que llegaste vos y no sé, me cambiaste todo, arrasaste con cada idea y prejuicio que podía rondar en mi cabeza —esto lo hizo sonrojarse un poco y ello me produjo mucha ternura—. No estoy seguro de mi orientación sexual, Stefano, pero no es algo que me importe mucho tampoco, ya la voy descubrir en su momento… Y de cualquier forma, ninguna etiqueta va a hacer que me sienta mejor o peor, y si el mundo me quiere poner una, que lo haga sin problemas, no es algo que vaya a cambiar lo que me pasa. Todo lo que necesito saber es lo que siento por vos, porque eso es lo más real que tengo ahora mismo y es todo lo que quiero.
Stefano me miró conmovido, se inclinó y me dio un ligero y entrañable beso en los labios.
—Sos hermoso, tarado, y es muy lindo lo que decís.
Le sonreí.
—Vos sos más hermoso, Enano —moví mi ficha y logré hacer una dama—. ¿Y vos tenés una orientación definida?
—La verdad en estos dieciséis años, y desde que tengo uso de razón, siempre me gustaron los chicos. Mi primer beso fue con uno cuando tenía doce y fue genial. Después me besé con muchas chicas y fue divertido siempre, pero jamás me sentí atraído por una. Así que estoy un noventa y nueve por ciento seguro de que soy gay.
—¿Así que sos enano y gay, eh? No dejaste un problema para los demás —Enarqué una ceja a modo burlista.
—¡Qué idiota que sos! —Dijo riendo.
—Pero el idiota te gusta… ¿O no?
Puso los ojos en blanco y se mordió el labio aguantando la risa, luego me pegó con su mano en los pies. Al final ambos nos reímos.
La puerta se abrió y Fer se asomó.
—La comida ya esta, pedazos de putos—avisó y se marchó.
—Sí supiera —dijo Stefano y no pudimos evitarlo, empezamos a reírnos con mucha fuerza.
Nos levantamos de la cama aún riéndonos y fuimos al comedor destartalándonos de la risa. No podíamos parar, no era exactamente agradable lo que había dicho Fernando, y probablemente podría ser ofensivo, pero tampoco lo había dicho con intensión de ofender, desconocía la relación que teníamos con Stefano y por ello nosotros lo tomamos con risas.
—¿De qué se ríen los putos? —Le preguntó mi hermano a Fer.
Stefano y yo nos miramos otra vez y volvimos a carcajearnos sin parar, contagiando a Fer y Marcos que no entendían nada. La cara de los chicos de no entender nada era muy chistosa, pero que cinco minutos atrás hayamos platicado de nuestras orientación sexual le daba un toque mas de gracia.
El sábado salimos a pasear al Centro con mis amigos los de siempre. Era temprano, cerca de las siete de la tarde y hacía frío, pero no nos importaba, la pasábamos de maravilla juntos. Topo y Rosario venían abrazados, por ello Antonela había decidió ponerse entre medio de Stefano y yo, y nos abrazó. Jorge y Camila decidieron que los abrazos no eran para ellos. Conversábamos amenamente.
—Pero explicanos bien por qué no querés saber más nada con Eros —exigía Camila, que realmente deseaba saber por qué la relación sentimental de Antonela y Eros sólo había durado una semana y media.
—¡Dios, Cami, sí que sos insistente! —le dijo Antonela, aunque no de mala manera. Camila sonrió como agradecida y Antonela explicó—. Es porque me dejé llevar por la apariencia. Yo qué sé, me hice una imagen del pibe que no era. O sea, es lindo e inteligente, pero no tiene criterio propio; es como un puto loro que repite todas las boludeces que dicen los insípidos que no tienen la habilidad mental para analizar las frases que usan. Ojalá que cambie en algún momento, capaz que ahí sí le dé bola*.
—La conclusión: es el mismo pelotudo que se ve a simple vista, solo que vos no lo supiste ver y encima lo idealisaste —comenté sonriendo para molestarla.
Antonela me piso el pie.
—No seas sorete, Mati —sonrió—. Ya sé en parte es mi culpa, pero bueno quería tener un poco de esperanza. Lástima que vos no me das ni la hora, Mateo, porque vos sos un pibe inteligente y sabes pensar por vos mismos. Y encima sos re potro*.
Me reí, pero de soslayo miraba a Stefano que estaba serio.
—Sí —dije soltando una risita y tratando ocultar el repentino nerviosismo que sentía—, pasa que la persona que me gusta ya me dio bola. Sólo hay qué ver qué pasa ahora.
Miré disimuladamente a Stefano, seguía serio pero su expresión había cambiado y ahora lucía más satisfecha.
—En fin, ¡qué pena! —Continuó Antonela, con su típico tono de desinterés—. Me voy a tener que buscar a una piba me parece. Che, Cami, vos sos una chica buena, inteligente y estas re buena, ¿me darías bola?
Todos empezamos a reír y Cami decidió seguirle la broma.
Y así el sábado terminó, pero antes, esa misma noche, Stefano me envió un mensaje diciéndome que me invitaba a cenar el día siguiente en su casa, comentándome que también irían algunos de sus familiares. Acepté gustoso, porque ya había conocido a su tía y prima y eran personas geniales.
Estaba listo. Me había puesto mi mejor ropa, había usado un perfume muy bueno que era de Marcos y tenía un nuevo corte de pelo (me había cortado a los costados dejándome la cresta hasta detrás de la cabeza) que me hice aquella mañana, y realmente sentía que me queda bien, o eso me dijeron algunas personas como mi barbero que decía que al tener pelo ondulado resaltaba más el corte y que también me resaltaba mucho el color castaño del cabello. Incluso Marcos me ofreció su moto y, como eso no pasaba nunca, acepté sin dar más vueltas.
Fui en la moto a una velocidad media y por calles poco frecuentadas por esas horas. Hacía mucho frío esa noche, el cielo estaba estrellado con la luna en él; agradecí por el casco que llevaba, de lo contrario mi cara se hubiera congelado.
Stefano salió de su casa ni bien oyó la moto.
—Así que sí te la prestó —comentó con una sonrisa—. Yo pensé que me estabas jodiendo.
—Me ofendés porque yo nunca joda con estas cosas —le dije sonriendo y le di un beso.
Al separarse nuestras bocas me observó y acarició el pelo por un segundo.
—Te queda re lindo el corte —me dijo dulcemente.
Le agradecí y volví a besarlo.
Pasamos a su casa. En el living estaban su tía Andrea, a quien conocí para su cumpleaños, con su hija Nerea y su hijo de doce. También estaba un señor que aparentaba unos treinta años, era el hermano de Jimena y se parecía a esta, junto a su hija de siete años y a una pareja de un poquito más de edad con su hijo, de no más de trece años, (por lo que supe después eran buenos amigos de la familia). Los saludé a todos, que me recibieron con afecto y simpatía. Luego de dejar el casco y los guantes sobre un mueble, Stefano me llevó a la cocina donde su madre, la esposa de su tío y el esposo de su tía estaban cocinando. Eran los mejores en el arte de la gastronomía, me dijo Stefano.
Jimena me recibió con mucho gusto diciendo que se alegraba de tenerme ahí y yo le agradecí por invitarme. Terminado los saludos y presentaciones, Stefano me llevó a su habitación y ni bien entramos cerró la puerta, me besó y se tiró encima de mí, cayendo ambos en la cama.
Apartó su boca, finalizando con el beso.
—¿Te jodería si le cuento a mi familia que sos mi novio? —Preguntó con prudencia, como si la idea pudiera molestarme.
—No lo sé, se me haría muy raro —confesé con absoluta honestidad.
—A ellos no les molestaría —agregó—. Son muy abiertos de mente… además, mi mamá sabe que soy gay.
—¿En serio? —Pregunté incrédulo.
Stefano asintió, se levantó y sentó en el borde la cama.
—Se lo conté en enero de este año, pero mis tíos no lo saben… o eso creo. Pero sé que no les importa, son muy abiertos de mente porque mis abuelos los criaron para que sean así, sin prejuicios.
—Eso es raro, pero genial. No suele pasar mucho, o por lo menos no es algo que pasa siempre —reí al decir lo último, pero era una risa un poco triste, porque lamentablemente aún hay prejuiciosos, aunque lo bueno es que cada vez son menos y la gente respeta más la forma de vivir del otro.
—¿Les puede contar entonces? —Insistió con cautela.
—Hacé lo que vos quieras, Stefano, a mí no me molesta —me senté a su lado y le agarré la mano.
Él asintió.
Llevé su mano a mi boca y comencé a darle besos mientras lo miraba a esos ojos negros y brillantes como el carbón mojado. Quince minutos más tardes estábamos jugando damas mientras conversábamos, fue ahí cuando Nerea, su prima de dieciocho años, nos fue a buscar para decirnos que la cena ya estaba lista. La cena fue muy amena, la variedad de comidas era notable y la calidez de la conversación de los comensales era reconfortante. Stefano y yo no dejábamos de probar la comida.
—Probá este canelón —me decía Stefano después de cortar un pedacito con su tenedor y ofrecérmelo él mismo.
Lo probé y me gustó, el sabor era exquisito, la acelga bien preparada, la salsa un poco picante era perfecta. En verdad estaba bueno. Mi boca se manchó con la salsa del canelón, entonces Stefano agarró una servilleta de papel y decidió limpiarme él mismo. No puede evitar sonreírle, gesto que me fue devuelto.
—¿Desde cuándo son amigos ustedes? —Preguntó Enrique (o Quique, como le decían todos), el hermano de Jimena. Su mirada era curiosa y divertida, y era tan lindo como su hermana mayor.
—Nos conocimos cuando empezó la escuela —le conté yo.
Miré a Stefano que me miró con gesto afectuoso, puso su mano sobre la mía, que estaba sobre la mesa y la acarició. La vista de él se dirigió a su tío, pero antes pasó por la de todos los que estaban en la mesa, que nos observaban en silencio.
—No somos amigos, somos novios —le contó a su familia.
Me sentí incómodo porque por un rato nadie dijo nada. Era algo surrealista aquella escena, casi como de película, ¿realmente estaba pasando? Mi estómago temblaba y mis piernas también, pero el tener a Stefano sujetándome la mano hacía que todo fuera más fácil.
—¡Lo sabía! —Exclamó Jimena con euforia y una sonrisa radiante.
—Se ven tan lindos juntos —dijo Nerea también sonriente.
Todos empezaron a felicitarnos y desearnos suerte en la relación, y la sensación de incomodidad que sentía se evaporó para nunca más volver en aquella casa. La cena continuó igual de placentera, la charla cambió a cada momento y todos seguimos contentos como siempre. Cuando ya se estaba haciendo tarde decidí marcharme, ya que al andar en moto no me convenía irme muy avanzada la noche. Stefano me acompañó a fuera.
—¿Me llevás a dar una vuelta antes de que te vayas? —Su sonrisa me hizo asentir. Le fue a avisar a su mamá y enseguida volvió conmigo.
Stefano me rodeó con sus manos por la cintura al sentarse atrás. Arranqué la moto y empezamos a andar por las frías calles de la ciudad, fuimos por varios lugares sin alejarnos mucho de su casa, todo el viaje fue en silencio, pero se sentía demasiado bien. Al dejar a Stefano en su casa me quité el casco para besarlo y luego lo abracé fuerte.
—No sé que tenés, pero hacés que mi corazón quiera explotar siempre y esa sensación es la cosa más linda del mundo —le susurré a oído.
Él no supo que decir y por ello volví a besarlo y me fui, no sin antes dedicarle otra sonrisa.***
GLOSARIO:Garrón: es cuando pasa algo malo, ejemplo una situación mala es un garrón.
Dar bola: fijarse en alguien.
Potro: se le dice a un hombre cuando tiene buen físico y es lindo.
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Mateo y la eventualidad del amor
RomanceMateo es un chico corriente de casi dieciséis años con una vida como la de cualquier otro. En esta historia él descubre algo totalmente normal, pero a su vez maravilloso: el amor es eventual en la vida de las personas, porque ocurre en cualquier mom...