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Caminé por la calle cabizbajo, con dos horas de sueño y ganas de hacer pipí. A mi lado yacía Rodrigo, todavía seguía nervioso y sin ánimos de entablar una conversación con él. No quería parecer un amargado egocéntrico, sin embargo mi timidez mandaba sobre mi cuerpo. Era inevitable, me pregunto quién no sentiría vergüenza al tener semejante obra de arte caminando a su lado. Y es que, no era cualquier persona, era Carrera, Rodrigo Carrera, el hombre por el cual me gusta escuchar música.

Rodrigo era de la típica gente que agarra confianza bastante rápido, sea quien sea, él se mostraría amigable. No era difícil de percatarse de esa gran característica suya, pues nada más abrir la puerta de mi departamento, dijo:

—Qué onda amigo.—

Seguido de un abrazo —que no me dio tiempo a devolver— Obviamente no supe cómo reaccionar y proseguí a decirle un "hey, capo". Hablamos un poco mientras estábamos en el carro camino a la estación, se me hizo corto el trayecto. De hecho me puse a escuchar sus canciones teniéndolo a tan solo dos céntimos. Lo sé, arriesgado. Pero él parecía estar sumido en conducir.

—Vení.— Me habló agarrándome del brazo. Acto seguido ambos nos sentamos en los asientos del ave.
—No estés nervioso.— Dijo sonriendo. Parecía divertirle un poco mi timidez.

—Tch, no estoy nervioso.— Respondí como si fuéramos amigos de toda la vida. ¿Quizás me había pasado con el tono?

Entonces, le escuché reír.

—Bueno, como digás.—

Su sonrisa era tan reconfortante, no sabría cómo explicarlo en palabras exactas. Estaba seguro de que me lo pasaría bastante bien junto a él este par de días, que se convertirían en semanas.
Me habló sobre él, su familia, su pasado, muchas cosas que desconocía. También decidí abrirme y contar anécdotas.

—¿Jugamos algo?— Soltó de repente moviéndose de su asiento para verme directamente a los ojos.

—¿A qué?—

—Cuando pase un carro amarillo me tenés que golpear, o yo a vos.—

—¿Eh?— Verbalicé confundido.
—¿Y ese cuál juego es? No te lo habrás inventado solo para golpearme ¿cierto?—

Rió una vez más ante mi comentario.

—No. ¿En serio no te sabés ese juego?— Dejó de hablar y cambió de expresión a una triste y melancólica.
—Iván... ¿tuviste infancia?—

Fruncí el ceño y le golpeé no muy fuerte en el hombro de forma juguetona.

—Sos un tarado.—

Buenos Aires era más grande de lo que creía

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Buenos Aires era más grande de lo que creía. Rodrigo estuvo enseñándome varios sitios donde a él le gustaba ir de vez en cuando, hasta que se hizo de noche. Fuimos caminando, algo que me decepcionó un poco, tenía los pies como pasas. Le seguí el paso de todas formas y observé la cálida noche, los barrios estaban tranquilos y cada quien iba a sus cosas. Mis vecinos de Santa Fe no hacían más que quejarse de mis gritos.

Entré a su casa, otra vez ese nerviosismo apareció en mí. Un felino vino corriendo mientras maullaba hacia la puerta.

—Oh, mira, este es Barru.— Agarró al gato anaranjado entre sus brazos y procedió a darle muchos besitos.
—Barru, este es Iván.—

Sonreí y Rodrigo dejó a Barry en el suelo. Olió e inspeccionó mis pertenencias. Capaz era por Flori, él siempre se restriega entre mi ropa mayoritariamente limpia.

—¿Querés algo de comer?—

Negué con la cabeza, en estos momentos solamente quería dormir. Ya era tarde, en verdad, no me quedaba energía para nada más. Rodrigo me enseñó dónde es que dormiría. Sí, en el sofá, pero no me quejo, era un sofá muy grande y amplio. Un sofá cama. Caí rendido sin siquiera sacarme los zapatos ni ponerme una ropa cómoda, solamente me dediqué a dormir.

No iba a pasar nada malo estos días, ¿no?

𝗷𝘂𝘀𝘁 𝗮 𝗳𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora