Capítulo 3 -Problemas en casa-

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*Nota de la autora*: Lo bueno se hace esperar y aquí está el capítulo jeje. Recordad que os leo siempre, decidme qué os parece. Un besoteee <3

He conseguido entrar sin que se oiga el tintineo de las llaves, lo cual es un milagro.

Las dejo en el hall y me quito los tacones para no despertar a nadie, si no, me puede caer una bronca monumental.

Oigo el tic-tac del reloj del pasillo, me acerco y enciendo la linterna de mi móvil para no matarme por el camino. Son las dos de la mañana.

Conforme voy avanzando hacia las escaleras oigo unas pisadas provenientes de la cocina.

Corre y no mires atrás.

En el mejor de los casos es Jude, no obstante, podría ser uno de mis hermanos tocapelotas, a los que por cierto, les encanta informar de mi hora de llegada si me ven entrar por la puerta.

Camino de puntillas, con los tacones en la mano, cuidando cada baldosa que piso y subo lo más sigilosamente que puedo, solo falta abrir la puerta de mi habitación sin que chirrie.

Es en el momento en el que toco el pomo cuando una mano me agarra el brazo y se me caen los tacones al sobresaltarme.

Ahogo un grito y me llevo una mano al pecho, tengo el pulso acelerado.

¿Pero quién puñetas me ha metido semejante susto?

Enfoco con la linterna y me encuentro una mirada traviesa e infantil de ojos marrones.

—¡Ostras Jude!—susurro mientras recojo los tacones—¡Me has dado un susto de muerte!

Miro alrededor y rezo por que no hayamos despertado a nuestros padres.

—Perdona—me responde divertida.

Le hago un gesto para que baje la voz y le indico con la cabeza que entre a mi cuarto.

—¿Estamos tontos?—pregunto al cerrar la puerta—Tienes que dejar de hacer eso cuando vuelvo a casa. No quiero que me prohíban ir a fiestas porque despierto a todo el mundo—le aclaro.

Jude sonríe mientras se mete en mi cama. Resoplo, es tarde y no me apetece que se quede a dormir hoy conmigo, no estoy de humor.

—Es que no puedo dormir.
—¿Has tenido una pesadilla? ¿Es eso?—le pregunto mientras me voy desvistiendo y busco mi pijama.

Mi hermana, disgustada, chasquea la lengua y acto seguido se gira sobre sí misma para darme la espalda.

—Es que no te he visto en todo el día y me he quedado sola con Michael y Peter.

Chantaje emocional no, por favor.

Los gemelos, los malditos diablillos de esta casa. Son nuestros hermanos adoptivos, y también los favoritos de mamá y papá. De hecho, los únicos que son de su agrado.

A la vista de todos parecen dos angelitos con su pelo rubio y sus ojos azules, pero en cuanto nuestros padres se dan la vuelta se convierten en el mismísimo diablo. Son dos demonios de doce años.

Le acaricio el pelo a mi hermana sin decir nada, con eso ya doy a entender que he cedido y que se puede quedar conmigo esta noche.

Aunque eso implique tener que soportar su complejo de futbolista, porque pega unas patadas que siempre me dejan coja al día siguiente.

Mi móvil suena pasados quince minutos, es un mensaje de Mia indicando que ha llegado bien a su casa.

Sabiendo eso, cierro los ojos, dispuesta a dormirme y poder levantarme sin que la cabeza me dé vueltas.

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