CAP|01

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NOCHE ESTELADA- 30/11/2016

Peifer Grimaldi.

Desgraciadamente, no todas las personas tienen una bonita vida.

Una gran cantidad de ellas duerme a la intemperie acurrucados entre cajas de cartón, recibiendo patadas de gente indigna. Dormidos en entradas de locales, enfermos hasta un punto irremediable y sin un solo bocado con el cual pasar la noche.

Personitas que por calamidades injustas son abusadas por las calles que pasean cientos de civiles, sin ni siquiera pensar en que horas atrás, alguien pudo estar sufriendo por donde pisan.

Metas, sueños e ilusiones pueden quedar marchitadas en una sola noche, si es que no llegan a sobrevivirla.

Agradecería tener un único día sin suponer que cada paso que doy en una baldosa alguien durmió allí.

Las botas de tacón resuenan en las baldosas del centro de la ciudad. Sería una puta maravilla pasear a un caniche parisino en Italia y reírme en la cara de los parisinos indignados por ver a su canino en tierras enemigas. Con una bolsita chanel colgando del antebrazo cotilleando con un cannoli en la boca atragantándome de esa maravilla.

Lástima que todo sea mentira y apariencias falsas, mientras voy a mi guarida de cuatro paredes y un techo que se cae en el sud de la ciudad, entre barrios violentos y gente que busca como pasar una noche más, me torturo reflexionando en un mañana mejor.

El metro comienza su trayecto entre parada y parada hasta llegar a mi destino. La estación está más llena de lo normal, danzantes, personas caminan de un lado a otro sin cesar. Los escalones salpicados con varias hojas anaranjadas del otoño colorean mi vista y el olor a humedad inunda mis fosas nasales.

La vida me avienta al suelo, cuál saco de papas cada vez que puede, la realidad me azota al llegar a casa adornada de moretones bajo la camisa blanca y las medias semitransparentes que cubren la desnudez que deja la falda.

El olor a comida me abre el apetito al abrir la puerta del departamento, las blancas paredes iluminan los pocos muebles visibles que decoran la estancia y la música de los 90' en la radio me hace vibrar el pecho.

-Hola mi dulce ChÏsai - grita desde la cocina abierta- he cocinado unos maravillosos Yakitori con Udon.- se dirige hacia mí con una sonrisa encantadoramente abierta y blanca, así como, achicando sus ojos rasgados.

- Hola yayo- le abrazo por la espalda colocando la cabeza en su hombro.- no te imaginas el hambre que me estás produciendo con esta comida- beso su mejilla rosada- pero antes iré a lavarme eh cambiarme y dejar este cojonudo uniforme-

Me agarra el antebrazo suavemente recogiendo la espátula.

-No me seas mal hablada, dulce.- me golpea gentilmente de broma.- No es digno de una dama- me acribilla y cambia su tono de voz a uno muchísimo más agudo.- y mucho menos delante de mi postura.

Me suelta dejando mi brazo caer con delicadeza, farfullando a lo bajo los malos modales de mi generación.

Levanto las comisuras de mis labios en un simple intento de aparentar, camino a la ducha . Allí, debajo de las diminutas gotas, me dejaba llevar. El pecho se me sacudía y las inevitables y asquerosas lágrimas se hacían presentes. El cuerpo, lo sentía pesado y arcadas no dejaban de presentarse cada que pasaba la esponja sobre mi cuerpo.

El sentimiento de asco no abandonaba mi ser, los arañazos ardían al sentir cualquier contacto y los moretones yacían presentes.

Sabía que podía ser peor, sabia que debería estar agradecida por el dinero, sabía que nada más me tocarían y no pasaría la raya, lo sabía, he intentaba interiorizar aquello.

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