Prologo

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Sentada a la sombra de un manzano, Katia pasaba las páginas de una de las tantas libretas donde había copiado las notas de investigación de su padre. Pese a que las había leído y releído al menos una docena de veces, seguía teniendo la sensación de que algo se escondía entre aquellas líneas en las que Anthony describía con lujo de detalle el modo de inocular un embrión con la esencia de Hellium, para luego reproducir el resultado en falsos vientres de acero y cristal. Si bien la joven recordaba vagamente el horror que había sentido el día en que descubrió aquella mezcla de escritos científicos, teorías esotéricas y divagaciones propias de un megalomaníaco, había llegado a un punto en el que su relectura le generaba una sensación similar a la de rascarse la comezón de una vieja cicatriz. Solo el blasón de una rosa dibujado en una de las páginas, y la esporádica mención del nombre de Raezal le permitían convencerse de que aquella actividad todavía obedecía a algún propósito.

Exhausta, cerró el libro de golpe, se quitó los lentes y se masajeó el tabique de la nariz. Entre el sonido del viento que mecía las copas de los arboles, Katia pudo distinguir el suave murmullo de la voz de Amane. Miró en su dirección y la vio sentada a la orilla del lago junto a Ansel y Natasha, que con sus pequeñas manos construían castillos en la arena. El pequeño Ansel lucía absorto en el juego, creaba muros y torres con la paciencia y determinación con la que la corriente de un río desgasta la roca. Katia estaba segura de que si le daban tiempo suficiente acabaría levantando un castillo más alto que Whitestone. Natasha por otro lado parecía haber perdido el interés en el asunto, y se dedicaba a derribar con aire desdeñoso lo poco que había construido, solo para volverlo a empezar un poco más allá o un poco más acá. Amane debió fijarse en esto, porque de pronto se acercó a la niña rodeándola con sus brazos y susurrándole algo al oído. Natasha la miró y asintió sonriendo, luego se volvió con la barbilla en alto, como una pequeña emperatriz. Acto seguido Amane comenzó a trenzarle el cabello, blanco como el de su padre.

La mujer lo hacía ver tan fácil. Desde que nacieron, a Katia siempre le había costado hacer reír a sus hijos, sobre todo a Natasha. Recordaba como en una ocasión cuando tenía apenas un año de nacida intentó hacer muecas para que se riera mientras estaba en su cuna, pero solo consiguió que empezara a llorar, lo que en consecuencia hizo llorar a Ansel también. No supo que hacer y le dio miedo intentar cargarlos a los dos al mismo tiempo, trató de distraerlos con juguetes, pero esto solo empeoró las cosas. Al final no se calmaron hasta que no vinieron Jake y Amane, y ella acabó sintiendo un desagradable vacío en el estómago. Si, los dos lo hacían ver tan fácil...

De pronto, escuchó la voz de Jake a sus espaldas:

—¡Ajá, te atrapé!

Sin quererlo Katia soltó un pequeño grito. Se giró y Jake ya estaba sentándose a su lado: traía una manzana a medio comer en una mano y el cabello revuelto por el viento.

—¿Qué lees?—Preguntó risueño mientras se inclinaba sobre ella para espiar.

—¡Ah! No es nada, yo solo...

Antes de que pudiera terminar la frase vio dibujarse en el rostro de su esposo un gesto amargo.

—Mira, se que se va mal...—Balbuceó ella intentando justificarse.—Y se que habíamos dicho...

—Que nada de trabajo por el fin de semana...—Interrumpió el joven, alargando las silabas.

—Si, eso... Es solo que tuve una corazonada y tenía que revisar, ¿si? En realidad estaba por dejarlo.

Ambos se miraron en silencio por un momento. Al final Jake se limitó a desviar su mirada de ojos lavanda hacia el lago. Lucía exhausto, y pese a que estaban sentados el uno al lado del otro Katia no pudo evitar sentir que los separaba una distancia de millas. Comenzó a tirar con nerviosismo de la larga trenza en la que tenía arreglado el cabello mientras se devanaba los sesos buscando una manera de romper aquel espantoso silencio.

Hijas del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora