CAPÍTULO X. Débil.

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Por primera vez en su vida, podía decir sin que le temblase la voz que se sentía seguro en su casa; el lugar que le resguardaba de la calle ya no se sentía como una prisión desde que Thomas metió a Harry en la mansión. Aún habían cabos que atar respecto a la pronta liberación que su padre le dio sin motivo alguno, sabía de sobra que él no hacía nada por que si; menos aún cuando se trataba de quitarle un peso de encima al bastardo de su hijo que tanto odió desde que nació.

Aquel libro de tapa azul que tan enamorado le tenía, reposaba en el suelo de su habitación abierto por la pagina en la que se había quedado. El espacio de la cama había escaseando cuando Harry se adentró en ella con una sonrisa socarrona y el torso desnudo; había finalizado su ducha después de entrenar y tenía ganas de hacer pecar un poco al angelito.

El menor estaba encima de él, agarrándole el rostro con delicadeza cuando sus besos eran lascivos y calientes; solo Louis conseguía hacer tal cosa, solo el era capaz de hacer mansa a la bestia, y Harry en realidad tenía miedo. Si. Tenía miedo de que la única parte de su vida que no era mediocre estallase en mil pedazos por un paso en falso; Louis es un muchacho inteligente que sabe lo que le conviene, y aunque Harry sepa que se está haciendo el ciego ante cada uno de sus defectos, llegará un momento que el vaso se desbordará.

Harry en el fondo lo esperaba con ansias, no deseaba romperle. No a él.

—Me pones mucho, angelito.— jadeó Harry cuando el menor decidió separarse para mirarle a los ojos.

—Mi Romeo...— bromeó, con una sonrisa que casi consiguió contagiar al mayor.

Juntaron sus labios una vez más, Harry viéndose necesitado de tenerle más cerca; deseaba poseerle tan mal... hacerle gritar, que su puto padre le escuchase desde su despacho en la planta de arriba. Sin embargo, sabía que no podía deleitarse de sus sonoros gemidos, de aquellos que solo podía disfrutar cuando la casa estaba sola; si Thomas llegase a enterarse de lo que sucede entre ellos, se acabaría el juego que habían creado de una manera un tanto sangrienta.

Las manos del rizado recorrían toda la extensión de la estrecha espalda de Louis, acariciando con las yemas de sus dedos cada pequeño lunar que poseía el menor.

—Déjame follarte, ahora.— le pidió llevando sus dedos a las nalgas desnudas del castaño, haciendo que se refregase con su erección.

—N-no podemos.— jadeó sobre su boca.— ... mi padre.

—En silencio, déjame disfrutarte un poco.

Louis lo pensó, realmente el quería tener ese rato de pasión con el rizado, pero Thomas podía ser tan impertinente cuando menos se lo esperaba.

—Vale, pero algo rápido.

—Como desees.

Agarró las algo anchas caderas del menor con fuerza y le lanzó boca arriba a su lado, ejerció fuerza en sus brazos para quedar encima de Louis teniendo sus manos a cada lado de él.

—Bésame.— pidió Louis, llevando sus dedos a los rizos de la nuca de Harry.

Lamió sus labios y atacó con adrenalina la boca del menor, deleitándose de su sabor a caramelo de miel; bajó sus caderas un poco más, comenzado una exquisita fricción entre los dos miembros.

Louis necesitó dejar de besarle para soltar un pequeño gemido que sonó más agudo de lo que le gustaría admitir, pareció gustarle a Harry. Fingía penetrarle estimulando al ángel, le miraba a los ojos en busca de lágrimas de placer; se complacía a sí mismo, pero su objetivo era tener a Louis comiendo de su mano, demostrarle que no hacía falta introducirse en el para llevarle al orgasmo.

DELIRIO DE GRANDEZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora