CAPÍTULO I. Cicatrices.

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Las manecillas del reloj sonaban tan despacio, que pensaba que su mente colapsaría por el atroz silencio que su padre marcaba entre ellos. Sus ojos azules le miraban a los propios, siendo estos de un tono más azulino; aún no comprendía porque su padre le había pedido de forma tan seria sentarse en los sillones de su despacho, le estaban esperando en la calle.

—... ¿Papá, vas a hablar?— sus manos jugaban nerviosas entre ellas, pues cada vez que Thomas debía dar una información importante, mandaba reunirse en su lugar de negocios.

Comprendía que no lo hablasen cara a cara en la cocina o en el salón como las familias normales, ya que ellos no eran comunes en la sociedad Londinense; ahora tenía una pistola encima del escritorio de su padre, al igual que en el resto de las habitaciones de la mansión, solo que estas estaban ocultas.

Mirase donde mirase en lo que debería sentirse como un hogar, habían decenas de personas más, vigilando cada rincón de la casa o trabajando para su padre en silencio. Ya se había acostumbrado a ese estilo de vida, pues lo vio normal desde que nació y fue criado entre chanchullos y armas blancas.

—Hoy es la noche.— dijo al fin, con la voz rasposa que le caracterizaba por su adicción a los puros.

—¿Desde cuando te importa mi cumpleaños, papá?

Toda su vida vivió sin saber cómo se sentiría que celebrasen ser un año más que el anterior, asistiendo tan solo a los del único amigo que su padre le había permitido tener.

—Desde que faltan horas para que seas mayor de edad, Louis.— confirmó lo que sospechaba, le dolió.

Tragó saliva, sintiendo esta de forma pastosa pasar por su garganta cerrada por los crecientes nervios.

—¿Hoy es mi último día como tú hijo secreto?

—Hoy es el último día donde no podrás permitirte ser un promiscuo. Sabes que nunca te he prohibido nada, no me obligues a ponerte un puto perro guardián pegado a tus espaldas.— alzó una de sus cejas, esperando una reacción de Louis.

—Gracias por la advertencia, ¿puedo irme ya con el único amigo que me has dejado tener?— cuestionó, imitando la expresión facial de su padre.

—Puedes irte.

Mirándolo una última vez con un atisbo de repulsión, arrastró la silla dejando marcas en la moqueta roja del suelo; no tenía miedo de Thomas, el jamás le haría nada ya que el pequeño debía heredar la mafia en su muerte. Le interesaba mantenerle atado a él, aunque eso significase permitir situaciones que un criador común no haría; lástima que no sean una familia normativa.

Se acercó a la puerta, abriéndola con cuidado para no hacer temblar las ventanas y detuvo su paso cuando su padre carraspeó en su dirección.

—Llega vivo a casa por lo menos.— dijo con una sonrisa, mofándose de su hijo.

—No mates a alguien esta noche por lo menos.— rebatió saliendo de allí.

Puso su mano sobre su pecho, por encima de la camisa blanca que había decidido ponerse esa noche; la valentía que había conseguido reunir después de la cena no era algo muy común en el, ¿importaba acaso? Louis ya estaba cansado de las constantes manipulaciones de su padre, si debía soltar lo que antes callaba, lo haría sin que el pulso le temblase.

DELIRIO DE GRANDEZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora