Primer capítulo

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En la habitación de un hotel o en el departamento de Ramos Mejía, en la tribuna vacía de un estadio.
Escribiendo en tu estudio me di cuenta que siempre estás: con un café en mano, con las hojas amarillas gastadas, llenas de tinta y tachones, con las playlists interminables con canciones que no logro reconocer, con un té cuando no hay café, con el calor de tu pecho cuando me recuesto en él; estás. No recuerdo un momento en el que me hayas faltado, porque siempre estás y siempre te lo voy a agradecer.
Siempre estás, incluso cuando yo no estoy. Cuando se me va la mano y me olvido de mandarte un mísero mensaje.
Pero vos siempre estás. Sos el cubículo que me incuba cuando la realidad me sofoca.

Y nadie está para vos, nunca. Te quieren en estadios, moviendo multitudes, entregando felicidad; pero ellos nunca están.

Me encantaría tener la seguridad que desbordas al siempre estar, me encantaría poder estar para vos. Entonces, perdóname; me pongo a tus pies y te pido de rodillas que me perdones por no estar, por no ser suficiente.

Diciembre es lejano, tengo miedo de estar sola el cinco. Pero sé que no lo estaré, porque vos vas a estar y vos siempre estás. Estás hace dos años y nunca me dudaste. El tiempo que perdí (y continúo perdiendo) se compensa con tu presencia, que todos estos años valen porque desde ese cinco de diciembre estás, porque siempre estás.

Las canciones tristes se reproducen solas mientras escribo. Vos me miras con tanta adoración. Y yo sé que a veces parece que no estoy, pero siempre me podes ver: en la habitación del hotel en Buenos Aires, en el viejo departamento de Ramos, en el estadio con la tribuna vacía pero yo estoy ahí, yo siempre estoy.

~

Me dijiste que sacas las hojas amarillas de un cuaderno viejo que parece nunca terminar y que el café te despierta para escribir, que las canciones son las que escuchabas de pibe y te llevan al Daegu del 2000, el té lo tomás cuando nos juntamos porque sabés que no me gusta el café y que es por el té que siempre te dormís con la cabeza en mi hombro; porque siempre estoy, siempre voy a dejarte descansar en mi hombro.

No te hablé de los cerezos porque los opacarías con tu belleza y luego no sabría cómo pedirles perdón. No te hablé de Osaka ni de las promesas que no cumplí, no te hablé de Zárate, ni te hablé de lo rosado de las flores del cerezo y de cómo llegar al tono con los óleos viejos.
Me cuesta hablarte porque siento que te debo todo y no quiero gastar tu tiempo, entonces callo y te permito estar, aunque yo nunca esté.
No tenes idea de lo que me hubiera gustado contarte sobre Japón y la nieve y Busan y Ramos y que yo también escribo en hojas amarillas. Partir de los cerezos y llegar a mamá, a mi hermano, a los trofeos.
Vos que alguna vez estuviste: te perdí.

Given. Episodio 7, minuto 0:27 a 0:33.

M. Y.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora