Sinopsis

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Las noches en Lancaster, Pensilvania, se habían convertido en un verdadero silencio sepulcral, costaba ver carruajes transitar a altas horas, cuando antes sucedía con frecuencia. Todo había cambiado desde aquella noche, el reloj marcaba las últimas horas del día 20 de agosto de 1895, se celebraba una gran subasta, casi todos los miembros importantes de las familias más prestigiosas de Lancaster y alrededores estaba presente. Hasta que ocurrió lo inesperado; un hombre entró corriendo al salón pegando gritos sujetando su cuello, los invitados no supieron cómo reaccionar, solamente se levantaron alarmados mirando como ese hombre al que consideraron indecente, se desplomaba en medio de la alfombra costosa y bordada a mano con la seda más fina de todo el continente.

Nadie decía nada, solo se miraban entre sí esperando que todo resultara una mala broma, pero, no fue así, nada de lo que ocurrió lo era. El alcalde tuvo compasión y se animó a acercarse, todos veían como su esposa trataba de impedir que lo hiciera, sin embargo, no se limitó, siguió su camino. Una vez cerca suyo se colocó de cuclillas, tomó su muñeca y sintió el pulso, estaba muerto. Horas más tarde, el departamento de policía hizo el levantamiento del cuerpo, el único y llamativo arma del asesino eran dos agujeros profundos en su yugular. Dicho descubrimiento quedó entre las autoridades y el propio alcalde no quería infundirle terror a su pueblo, ni siquiera los sacerdotes tenían idea alguna de qué podría tratarse, entre todas las partes involucradas se pusieron de acuerdo para dar una única versión; si algún medio escrito preguntaba qué sucedió, dirían que fue una mordedura de algún animal poco común.

Sostuvieron por mucho tiempo esa misma versión, más no contaban que las muertes por la misma causa y algunos testigos presenciales dieran una versión diferente; hombres mordiendo a otros con colmillos similares a un depredador filosos y con ojos tan rojos como la sangre misma, ese era su revelador y escandaloso testimonio. A las autoridades locales, así como a la misma Iglesia, no les quedó remedio que aceptarlo, era un caso sobrenatural, uno jamás visto y que no sabían cómo tratar. Con el paso de los días, aquellos espeluznantes hombres se venían empezando a combatir gracias a la ayuda de un solo hombre, un extranjero cuyo nombre era Abraham Van Helsing, nadie conocía sus estrategias para acabar con ellos, ni tampoco lo cuestionaban, solo le daban las gracias cada vez que lo veían —rara vez sucedía—.

Y, ahí estaba ella, una mujer cuyos rizos eran dorados, ojos verdes esmeralda con destellos azules, viajando de noche, desafiándolo todo con tal de irse hacia cualquier lugar lejos del amor de su vida, su mejor amiga. Tenía lágrimas en sus ojos, sentía asco de sí misma por haber cometido aquello que era la peor traición hacia una amiga, acostarse con su prometido días antes de la boda, ¿cómo iba a poder verla a los ojos? No pensó lo que estaba haciendo, solo sucedió porque tenía tanto dolor y rabia de no poder ser ella, podrían quemarla viva si se enteraban que tenía sentimientos "aberrantes" hacia otra mujer. Tocaba la pequeña medalla que colgaba en su cuello, un regalo que su mejor amiga le dio en su cumpleaños. Suspiró dándose por vencida, recostó su cabeza al pequeño cristal de la ventana y miró hacia el esterior, mantenía fija su vista en algún punto, comenzó a llover con fuerza, todo estaba oscuro y algunos relámpagos alumbraban el camino, entonces lo vio, una figura de un hombre cuya piel era más blanca que la nieve, sus ojos eran rojos y sus dientes habían sido sustituidos por colmillos afilados.

—¡Joe, más rápido! —le gritó con pavor, fue inútil su grito, en fracciones de segundo ese hombre lo tenía sujeto del cuello.

La mujer se estremeció cuando vio cómo le arrancaba el corazón con su mano y lo tiraba como si fuera una bolsa de papel, comenzó a gritar más fuerte empezando a buscar cómo abrir la puerta, era demasiado tarde, lo sintió a su lado.

—Vas a lamentar haberle hecho tanto daño a mi mujer, nunca más abrirás los ojos. Y, si vuelves a nacer, me encargaré de hacerte pagar todas las veces necesarias —le agarró sin clemencia alguna del cabello, tan fuerte que los huesos de su nuca crujieron, este le arrancó sin demora su yugular, esperando pacientemente y con la pierna cruzada como su corazón dejaba de latir, sonrió por última vez, antes de salir escupió sus restos con asco.

La VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora