El segundo sospechoso

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Apretó los puños tan fuerte, que estaba segura de haberse lastimado las palmas de las manos con sus largas uñas, pero prefería mil veces lastimarse antes que arañar al Santo Dorado que tenía en frente, el cual no dejaba de carcajearse después de haber leído su carta.

Si ella iniciaba una pelea contra el Santo Dorado de Escorpión, estaba segura que Shion le daría el sermón de su vida.

—Es tuya si o no. —dijo la amazona, con tono amenazador.

—Hermosa, si fuera mía la hubiese firmado. —respondió por tercera vez.

—¿Y tú que me dices, santo de Acuario? —le pregunto, calmando su voz pues bien sabía que el francés no tenía la culpa de la idiotez del octavo guardián.

—No. —respondió con tranquilidad después de haber leído la carta. Pero había algo en ella, que se le hacía familiar, demasiado familiar —Yo no soy una persona que disfrute haciendo este tipo de bromas sin sentido.

Observo esas cuencas de plata sabiéndose correspondido por la Amazona de cabellos verdes, dejando en claro que no había ninguna mentira detrás de sus palabras.

Luego de unos escasos minutos más de miradas fijas Shaina aparto la vista, sintiéndose satisfecha con la respuesta.

Milo, por lo tanto, siguió tratando -inútilmente- de aplacar su ataque de risa.

Shaina le gruño. Camus negó con la cabeza ante la actitud de su compañero y sin más detenimientos, le tendió la carta a Shaina.

La amazona se dio la vuelta, despidiéndose del francés con un leve movimiento de cabeza y con un gruñido de Milo.

—Bueno... —musitó Camus una vez que la amazona se alejó unos metros —Tú y yo —poso su mano sobre el hombro de Milo —tenemos que hablar.

Y, por arte de magia, Milo dejo de reír.

Una carta para ShainaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora