Epílogo

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Porque los finales solo traen nuevos comienzos, aunque te duela, te quiebres, te pierdas; debemos creer en la posibilidad de que te perdones, te reconstruyas y te encuentres, así como el sol vuelve a salir cada mañana aunque la noche anterior pareciese interminable.


Cuando Luisa Gómez decidió decantarse por la psicología, contrario a lo que se suele esperar de ello, lo hizo con la intención de conocerse a sí misma, creciendo y acercándose a los años de adolescencia supo que era demasiado curiosa, demasiado preguntona, demasiado exigente; cosas que para otros parecían obvias, para ella carecían de argumentos. Le causaba curiosidad el comportamiento humano, las personalidades, el porqué de las cosas, así que con los años en su afán por obtener respuestas a preguntas que aparentemente nadie más se hacía se fue desprendiendo de las personas.

Le costaba establecer conexiones emocionales de alguna forma o sentir empatía incluso, creía en la idea de que así como te comportas así atraes las consecuencias y no hay área gris allí, tenía razón pero en ocasiones tal postura la hacía ver casi insensible o accesible emocionalmente a las personas.

Para ser psicóloga le funcionaba, los terapeutas debían mostrar empatía por sus pacientes pero no necesariamente sentirla, debían mostrarse accesible y comprender a sus pacientes, pero sin involucrarse emocionalmente con ellos y sus problemáticas. Era buena en su trabajo porque al salir de la clínica regresaba a casa sin la carga emocional que le dejaban las personas simplemente porque a un nivel emocional no se conectaba con ninguno de ellos, no realmente.

Se le daba bien separar una cosa de otra.

Y así igual le pasaba en su vida personal muchas veces, era espontánea y vivaracha, le gustaba divertirse y quedar con amigos, experimentar cosas nuevas y dejarse llevar, pero más veces de las que puede recordar se encontraba distante. Le costaba establecer conexiones que fueran más allá de la diversión y el momento, no se limitaba a sí misma, pero tampoco las encontraba fácilmente.

Aquella mañana llegó a la hora justa, entrando a su consultorio tomó la bata blanca del perchero y se sentó detrás de su escritorio a revisar la agenda del día, tenía rondas con el psiquiatra en una hora aproximadamente y luego de eso atender a los pacientes como habitualmente.

Inició las rondas con el psiquiatra Quintero sin problemas, el medico de turno y la jefe de enfermería que iba recitando las historias clínicas tanto de los nuevos ingresos como los de los antiguos y así determinar en conjunto el seguimiento de tratamiento, altas médicas y en caso de los nuevos ingresos, el tratamiento a iniciar.

Se detuvo en el estar de enfermería con libreta en mano terminando de hacer sus notas resumidas sobre lo conversado con el psiquiatra. – ¿Han visto a la nueva paciente ya? – Una de las enfermeras preguntó.

Luisita miró sus apuntes y alzó la cabeza. – Amelia Ledesma te refieres? – Preguntó y la enfermera asintió. – ¿Qué hay con ella? –

-Nada, solo que es muy rara, no ha dicho una sola palabra desde que llegó. –

-La mayoría de los pacientes psiquiátricos llegan en ese estado, es normal, en cuanto la medicación empiece a hacer efecto notarás la diferencia. – Respondió diplomáticamente mirando de reojo a la enfermera, no le había gustado ese término utilizado pero entendía que la mujer era nueva en la clínica. – La atenderé yo si no te importa. – Se dirigió a su colega que estaba a unos pasos de distancia a ella. El hombre asintió sin darle mayor importancia.

Se alejó de allí para volver a su consultorio y empezar a atender a sus pacientes pero hizo la nota mental de acercarse a esta mujer que era nueva para ella.

Histeria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora