Me despierta el irritante sonido de mi despertador, alertándome de que ya es hora de ir al instituto. Tengo 19 años y voy a segundo de bachiller, las desgracias de repetir dos cursos. Y ya iba camino a repetir el tercero.
-¡Lunes otra vez!- pienso mientras suspiro.
Me levanto de la cama y me dirijo al baño.
Estoy sola en casa, como casi siempre. Vivir sólo con una madre que se pasa el día y la noche trabajando, no da mucha opción a estar acompañada.
-Jo Andrea, hoy estás con la belleza subida ¿eh?- me digo irónicamente mirándome al espejo.
-Como cada lunes, cariño.- me contesto.
Salgo del baño y me acerco a la cocina a desayunar alguna cosa. Abro el armario y no hay nada como de costumbre. Me decido a coger una manzana.
Me dejo caer en la silla y enciendo la tele.
-Hoy 11 de febrero…
Escupo el trozo de manzana que tengo en la boca. ¿11 de febrero? De pronto ya no tengo hambre. La tele sigue hablando, pero mi mente ya no está aquí, mi mente ha viajado a hace un año atrás.
[Flashback]:
-Hola feo.- le dije sonriendo.
Él no me devolvió la sonrisa.
-¿Estás bien?
-Tenemos que hablar, Andrea.
-No.
-¿Cómo que no?- dijo extrañado.
-No quiero hablar.
-¿Por qué?
-Porque te conozco, y sé que llevas un tiempo raro, que ya no me miras como me mirabas antes. Y sé que si hablamos no saldrá nada bueno de esta conversación. Así que no quiero hablar.
Él agachó la cabeza y suspiró.
-Pero tengo que hacerlo… Tenemos que hablar…
Giré la cara. Él me agarró de la mano y me pidió que le mirara.
-Sabes que como te he querido a ti no voy a querer nunca a nadie.- empezó.
Volví a girar la cara, pero esta vez una lágrima asomaba por mi ojo, a la vez que un escalofrío me recorría todo el cuerpo.
Entonces soltó mi mano y prosiguió.
-Pero no puedo… Por mucho que te quiera no puedo estar con una sola persona tanto tiempo… Perdóname, de verdad, yo tengo toda la culpa. Tengo 22 años y necesito espacio, no quiero tener una relación tan seria… Estoy… No sé como estoy, no sé lo que quiero, pero desde luego, no quiero estar con nadie.
-Álvaro, para, por favor, para, no me digas cosas que ni tú quieres decir, ni yo quiero oír.
-No se trata de querer o no querer, si no de lo que es necesario.
-¿NECESARIO? ¿Es necesario que me hagas daño?
-Eh.- dijo acariciándome una mejilla.- No quiero hacerte daño.
Le aparté la mano de mi cara.
-Es en serio.- repitió.- Necesito tiempo y espacio para saber qué es lo que quiero. No te pido que me esperes porque sería muy injusto, y porque todavía no sé si quiero que lo hagas, pero si cuando haya encontrado el sentido a todo, sigues aquí, no dudes que iré a por ti.
-Entonces, ¿aquí se acaba todo?
-Sí, pero de momento.- hubo un silencio.-Eh, ¿entiendes que lo hago por los dos?
-¿Por los dos? Pues no sé qué tiene de beneficioso todo esto para mí.
-Andrea…
-Adiós Álvaro, que te vaya bien tu vida de “libertad”.
Y acto seguido salí corriendo de allí, con las lágrimas recorriendo mi cara, y el corazón tan encogido que parecía un guisante.
-Y esto es todo por esta mañana- oigo decir a la tele.
Mi mente ha vuelto a la realidad, y por mis ojos caen infinitas lágrimas. Cojo la manzana y la lanzó con rabia hacia el televisor. Y entonces me derrumbo sobre la mesa de la cocina.
Al rato, suena el timbre. Me saco las lágrimas con la manga del pijama y voy hacia la puerta.
-¿Sí?- pregunto por el telefonillo.
-¿Cómo que si? Andrea, llevo cinco minutos esperando, ¿qué haces?
Mierda. El instituto.
-Blas, hoy no voy a ir ¿vale? No me encuentro muy bien. Siento no haberte avisado.
-Vale, pero cua- se corta el telefonillo.
Vuelve a sonar de nuevo.
-Decía que cuando vuelva de clases me paso a verte.- acaba la frase.
-No hace falta.
-¿Andrea, estás bien?
-Sí, Blas. Vete que llegas tarde.
Cuelgo el telefonillo y me voy hacia la habitación, dónde me tiro en la cama y apago la luz.